Tornasol, un inventor visionario
La radiestesia indica al profesor Tornasol, científico eximio, que vire más hacia el Oeste. ¿Usará también Aznar un péndulo que le oriente en política exterior?

MADRID. Saben a poco los lugares comunes sobre Tornasol, «el sabio sordo y despistado», si tenemos en cuenta que Hergé se adelantó, con él, a la llegada del hombre a la Luna (el dibujante empezó a publicar en la revista «Tintín» el doble álbum sobre esa «histórica aventura» en 1950) y, lo que es más sorprendente, triunfó como visionario, en la estela de Julio Verne, al engarzar en esta peripecia espacial el hallazgo de agua helada en nuestro satélite, certeza corroborada por la sonda de la NASA «Lunar prospector» en 1998. Una atinada anticipación que premia el rigor de los episodios lunares, para los que Hergé trabajó en estrecha colaboración con el profesor Bernard Heuvelmans, quien había especulado sobre las condiciones que habría de soportar un ser humano más allá de la atmósfera en su libro «El hombre entre las estrellas».
Los caminos de la ciencia conducen en el mundo de Hergé hasta Tornasol, quien, en tiempos de debate sobre las manipulaciones genéticas y sobre la amenaza de armas de destrucción masiva, sigue vigente como referente ético: jamás consiente que sus descubrimientos sean utilizados con fines bélicos, destructivos o de intimidación. Su sordera no sólo actúa en los relatos como desencadenante de malentendidos hilarantes, sino también como necesario refuerzo de sus convicciones, pues si se se le da un «no» por respuesta él, inevitablemente, entiende «sí». Los hombres de ciencia ya habían tenido un papel destacado en la colección de Tintín antes de la irrupción de Tornasol, como bien ilustran los personajes de Alambique en «El cetro de Ottokar» y, sobre todo, el del profesor Calys de «La estrella misteriosa», un indudable antecedente.
Cuando Tintín y el capitán le conocen, Tornasol es un desconocido, voluntarioso y plúmbeo inventor que trata de venderles, por el método de la insistencia ad nauseam, un pequeño submarino monoplaza. Lógica circunstancia, ya que el científico de la vida real en quien se inspira, Auguste Piccard, diseñó batiscafos con el fin de establecer récords de inmersión.
Hallazgos variopintos
A lo largo de los libros en los que interviene, su curiosidad intelectual le conduce por igual a inventos de poca monta para la vida diaria (como la máquina de cepillar ropa) que a hallazgos de primer orden, como el cohete lunar basado en un motor atómico de uranio, una poderosa máquina de ultrasonidos y la televisión en color, empeño no muy logrado. Otras aportaciones son la creación de una variedad de rosa (detalle galante hacia Bianca Castafiore), los patines autopropulsados capaces de alcanzar los 50 kilómetros por hora y las pastillas que hacen aborrecer cualquier bebida alcohólica, incluido el selecto whisky escocés Loch Lomond, el favorito del capitán Haddock.
Gafas redondas, perilla, sombrero y arrugada gabardina. La radiestesia (ciencia que estudia las radiaciones emitidas por los objetos) es la pasión de Tornasol. Cuando no trabaja en su laboratorio, pasea con su péndulo en busca de buenas vibraciones. Siempre, un poco más hacia el Oeste.
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