Oriana Fallaci, rabia y orgullo para un periodismo rebelde e implacable
PREMIO LUCA DE TENATEXTO: TRINIDAD DE LEÓN SOTELOMADRID. Camina ya por los finales de la setentena, pero hace treinta y cuarenta años era la periodista más célebre y admirada, incluso amada, no sólo

Camina ya por los finales de la setentena, pero hace treinta y cuarenta años era la periodista más célebre y admirada, incluso amada, no sólo en Italia, su patria, sino de Europa a América y desde Asia hasta África. Recorrió con valor todos los puntos en los que la guerra aniquilaba a seres humanos (por ejemplo,Vietnam), y entrevistaba sin concederle la más mínima tregua a la mentira a personajes como el Negus, Kissinger, el Sha, Indira Gandhi, Willy Brandt... en un etcétera que dejaba a los poderosos, a través de sus propias palabras, desnudos frente a la Historia. La rabia y el orgullo dominaban el periodismo rebelde y comprometido con el que se había aliado, aunque, en 2002, esas dos inmensas palabras -rabia y orgullo- le sirvieran para titular un libro en el que, impulsada por el infierno del 11-S en Nueva York -ciudad donde reside parte del año, otras temporadas las pasa de incógnito en la Toscana-, se convirtió no ya en enemiga de los terroristas árabes, sino en alguien que ataca sistemáticamente al Islam. Hacía tiempo que se refugiaba en el silencio -lleva años conviviendo con un cáncer-.
El acto terrible que derribó las Torres Gemelas la indujo a escribir con la pasión que la caracteriza. Dijo: «Hay momentos en la vida en los que callar se convierte en una culpa y hablar en una obligación. Un deber civil, un desafío moral, un imperativo categórico del que uno no se puede evadir». Y añade: «Yo no me hago la valiente: yo soy valiente». Así que va a por todas, aunque hubiese elegido el autoexilio y el silencio. Algo que, por otra parte, negó tras el 11-S, cuando confesó que llevaba años con una novela a la que llama «Mi niño», pero que no pudo continuar el 12-S, tal era la pestilencia de la muerte de tantos inocentes. Declara que tiene valor «en la paz y en la guerra, con la derecha y con la izquierda».
Fuerte carácter
Lo demostró ya con diecinueve años. Dos antes había comenzado a trabajar como reportera en un diario de su ciudad natal, Florencia. Un buen día la obligaron a escribir falsedades sobre un mitin del comunista Palmiro Togliatti, mentiras que ni siquiera tenía que firmar. Escandalizada -tiene un fuerte carácter-, contestó que no escribiría. Entonces, el director del diario -«un demócrata seboso y engreído»- la informó de que los periodistas eran mercaderes de palabras obligados a escribir las cosas por las que se les pagaba. «No debe escupirse en el plato en el que se come», sentenció. Oriana respondió: «De ese plato coma usted, porque yo prefiero morirme de hambre». Fue despedida. Ella, no obstante, siguió pensando que «la palabra escrita influye sobre los pensamientos y las acciones de la gente más que las bombas. Y esa responsabilidad no se ejerce a cambio de dinero».
Autora de diversos libros, hizo una incursión en su vida privada en «Carta a un niño que no llegó a nacer» (1975). Oriana se había casado con el revolucionario y poeta griego Alekos Panagoulis, de quien se enamoró al entrevistarlo a su salida de la cárcel en la que estuvo por intentar asesinar a Georges Papadopoulus. Los títulos más recientes son «El Apocalipsis» -ataque a los matrimonios entre homosexuales- y «La fuerza de la razón» -enfrentamiento entre civilización árabe y cristiana-.
Se marchó de Italia porque los ideales de su tierra «yacían en la basura». La mente de Oriana vaga ahora por un mundo que podría decirse que le asquea. Se puede estar o no de acuerdo con ella, pero nadie puede negarle la difícil virtud de no haber mercadeado con la palabra.
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