Javier Bardem, mejor actor en Cannes
Aunque se supone que el cine español no coge bien las curvas en el Festival de Cannes, y por eso suele estar más en boxes que en la pista, ayer se puso literalmente las botas en la ceremonia de clausura del festival: Javier Bardem mejor actor y la Palma de Oro para «Oncle Boonmee, que recuerda sus vidas anteriores», película del tailandés Apichatpong Weerasethakul, pero en buena parte de la productora española Eddie Saeta, que capitanea Luis Miñarro. Estos dos premios, fáciles de presagiar en un Palmarés arriesgado o insólito, vienen a señalar que ese contramano entre Víctor Erice y Tim Burton, personajes más visibles del jurado, se saldó por la vía de la aventura. No tanto en el caso de Bardem como en el del cineasta tailandés, en el borde mismo que separa la poesía de la chaladura, y cuya inclasificable película hay que irla sorbiendo y asimilando casi como un mate porteño.
Pues eso, que, por decirlo de algún modo (y sin sacar mucho pecho), el cine español, o un cine «español», llegó el primero a la meta sin que casi nadie lo viera en la línea de salida. Bien.
Y ahora, al caso Bardem, que tras haber ganado el Oscar y, ayer, el premio de interpretación en el Festival de Cannes, a este hombre ya sólo le queda llevarse un Nobel a casa para que sus vitrinas sean las mejor laureadas de la profesión de actor. Su caída al vacío en la película de Iñárritu se merece hasta tal punto este reconocimiento que, desde el mismo día que se presentó «Biutiful» en el festival, se le dio como seguro vencedor; la crónica de ABC sobre su trabajo se rubricaba ese día con la frase: «Si el premio de interpretación tuviera patas, se iría ya corriendo hacia él». Y así ha sido. El actor, con buena memoria, se acordó de los suyos, familia y profesión, como cuando el Oscar, y especialmente de Penélope Cruz, en el patio de butacas.
Y casi se vivió como una sorpresa cuando se hizo público que ese premio era compartido con el actor italiano Elio Germano, protagonista a lo grande de la película italiana «La nostra vita».
Juliette Binoche
La presencia en la tarde de ayer en la alfombra roja del Palais de Juliette Binoche era la certificación de que la actriz francesa también había hecho buenos los pronósticos: premio de interpretación femenina por su hermoso y complejo papel en la película de Kiarostami, «Copie conforme», al que le agradeció el premio al tiempo que lanzaba al viento de la gala el nombre de Jafar Panahi, el director iraní apresado en su país y en huelga de hambre. Y ahí se quedó la película de Kiarostami, aunque también estuvo con merecimiento entre las favoritas a la Palma de Oro.
Y a partir de ahí, pues unos golpes de escoba hacia dentro, con un par de premios importantes, el Especial del Jurado para la película francesa «De hombres y de dioses», de Xavier Beauvois, y el de mejor dirección para Mathieu Amalric, por «Tournée». Sobre los merecimientos de cada una de ellas se podía organizar un buen debate, en especial de la de Amalric, preso de un estilo narrativo nervioso, incómodo, con más hueso que carne, a pesar de lo carnal de su argumento y de sus personajes, una compañía de «madamas» de gira y picardías.
Al cineasta del Chad Mahamat Saleh Haroun le endosaron otro premio del jurado por su película «Un hombre que grita», y no es cosa de rebatir un galardón a una cinematografía que se estrena en ellos. Y al cine coreano, tan en el pico de la vanguardia, le cayó la pedrea del guión: a Lee Chang-dong por «Poetry», magnífica película que hubiera podido ganar cualquier cosa.
No le vamos a poner peros a un palmarés que ha sido tan generoso con algunos señeros representantes de nuestro cine, pero sí se puede preguntar uno sobre cuáles habrán sido los pareceres y criterios para hacer desaparecer de la lista de premiados a Mike Leigh y a su película «Otro año», con tal cantidad de merecimientos para estar allí que se hace complicado, raro o sospechoso encontrar el camino que han seguido para no darle ni el centro de un donuts. Se podría entender que el pulso entre Burton-Erice (si es que hubo tal, que a lo mejor no fue así) se sustanció con un criterio hacia lo más extremo o experimental, y que dentro de esos parámetros la opción Weerasethakul sea más lógica que la de Mike Leigh; pero, ¿cómo se puede ignorar la puesta en escena, la magnífica interpretación, el sentido del humor y del drama de lo que cuenta la excepcional película de Leigh y componer una lista de los premios menores absolutamente vulgar? No sé, no parecía un año tan jugoso como para olvidarse de una película absolutamente redonda como la de Leigh.
Y la 63 edición de Cannes se clausuró con el filme de Julie Bertuccelli «L’arbre», un melodrama familiar disfrazado con el traje de lo sobrenatural en el que la actriz Charlotte Gainsbourg tiene otra vez el aspecto de asustaplanos, aunque tal vez sea más el recuerdo del «Anticristo» de Lars von Trier que por lo que propone y sugiere esta película sobre la ausencia del padre y la presencia, impresionante, de una gigantesca higuera.
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