Cuando no crece la población
EL reciente censo de población, cuyos datos empezamos a conocer en detalle, es una valiosa fuente de análisis sobre la sociedad. Este censo mejora metodológicamente los anteriores y se produce en un momento oportuno, en el cambio de siglo, para notar las transformaciones producidas en la sociedad española tras la etapa constituyente y la integración en Europa. Etapa de prosperidad para los españoles.
El censo revela que, frente a los negros pronósticos anteriores, la población crece apreciablemente (un 8 por ciento en veinte años), para superar los 40 millones de residentes, seguramente con algún millón adicional si sumamos inmigrantes no censados y turistas ocasionales que demandan servicios y consumen como cualquier hijo de vecino. Y el crecimiento de población en sociedades maduras, que autorregulan la natalidad, suele ser signo de progreso y confianza en el futuro, sociedades que atraen población en busca de oportunidades.
Desde esa perspectiva, aunque merece más argumentos y tiene excepciones y matices que no proceden en este artículo, quiero llamar la atención sobre las diferencias entre Comunidades. En la cara positiva, Murcia y Castilla-La Mancha, en el envés, Asturias y el País Vasco. Las dos primeras se asomaron a la etapa democrática con índices de convergencia respecto a la media europea medida en renta per cápita del orden del 65 por ciento y muy por encima en las otras dos Comunidades, 80 por ciento para Asturias y cerca del 110 el País Vasco. Hoy las primeras han mejorado levemente su posición per cápita, aunque la población de Murcia ha crecido en veinte años el 25 por ciento y la de Castilla-La Mancha, un 8 por ciento. Asturias, con un 6 por ciento menos de población, ha perdido catorce puntos (del 81 al 67) en el índice de convergencia, y el País Vasco, que ha perdido el 2,5 por ciento de su población, ha retrocedido 18 puntos en el mencionado índice, del 108 al 90.
Así que durante estos veinte últimos años Murcia y Castilla-La Mancha protagonizan historias de éxito mientras que a Asturias y el País Vasco les ocurre lo contrario. Es cierto que ambas han sufrido una aguda crisis industrial, pero también han recibido extraordinarios apoyos y sus condiciones de partida por el acierto de las generaciones anteriores eran más favorables. Con otros datos económicos y sociales se aprecia la misma tendencia, que se acentúa si las comparaciones se hacen con el área mediterránea, islas incluidas, o con Canarias, Madrid e incluso Extremadura, que también se suma a las historias de éxito.
Las pérdidas en veinte años de 230.000 personas de población en 13 provincias españolas de la meseta y Galicia, de 80.000 personas en Guipúzcoa y Vizcaya y de 65.000 en Asturias, revelan fracasos de gestión y de proyecto que deberían llevar a la reflexión a sus dirigentes y a las propias sociedades. Merece la pena detenerse en especial en el caso vasco (guipuzcoano y vizcaíno, en concreto) sobre todo porque allí no admiten que ese retroceso sea real, insisten en todo lo contrario. Pero los datos y los hechos son tozudos y mientras que alrededor se notan los aciertos (Rioja, Navarra, Álava), en las dos grandes Diputaciones vascas hay fracaso y las causas son evidentes, aunque la bruma ofusque y las malas noticias irriten hasta nublar el entendimiento. Durante la última década el crecimiento del PIB vasco ha sido del 2,2 por ciento anual acumulativo, un buen resultado, pero en el conjunto de España la tasa es del 2,3; en Murcia, Navarra y Rioja, del 2,5, y en Canarias, del 2,6. Cuando se pierde población el espejo de los datos censales devuelve un reproche: la gente se va o no llega porque no ve futuro ni oportunidades.
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