El poder de la crueldad
Cualquiera sabe que Scarpia es esencialmente perverso. Pero muy pocos serán capaces de explicar en qué época vive, a qué poder político representa o cuál es la moral que defiende. De Scarpia siempre queda su inquietante apostura, su sangre fría y su apetito demoníaco. Es la esencia de «Tosca». Hay quien ha escrito que Puccini no congeniaba con el personaje. Podría ser, pues el compositor apenas movía el lápiz si no era para explicar el sufrimiento de la mujer consumida por los celos. Pero es que «Tosca» es distinta: «hasta ahora hemos sido tiernos; ahora vamos a ser crueles».
A Puccini le convence el drama de Victorien Sardou, un mal escritor de ojos penetrantes y sonrisa morbosa. Tras escuchar su obra busca la ayuda de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica para quitar lo accesorio y eliminar ornamentos. Convierte la trama en un conflicto sicológico. De un lado, Tosca prometiéndose para no darse; del otro, Scarpia retozando en la siempre repugnante altivez del poder impuesto por la fuerza. Para todo ello escribe una partitura que atiende al gesto y al ánimo, y que se estira en un continuo musical. Por eso a Scarpia le deja sin verdaderas arias, sin un claro dúo con la protagonista, le obliga a dominar la palabra, el canto hablado. Con Scarpia, Puccini se inventa un personaje que es ante todo teatro y que requiere a un actor consumado capaz de volverse profundo y amenazador. Él será quien mueva la acción mientras el penetrante y perturbador motivo musical que le caracteriza activa la música. Suena al comienzo y vuelve tanto si el personaje está presente como si se le cita. Lo obvio sería que también lo hiciera al final, cuando Tosca se lanza al vacío con el nombre del barón en la boca, «Oh Scarpia, avanti a Dio». Pero entonces se quiebra la regla para oírse el tema del «Adiós a la vida». Una ráfaga de esperanza parece aliviar la cruel realidad.
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