«Belleza prohibida»
Un agridulce telón carcomido por el merengue es la decepcionante sensación que destila esta película, agravada por el hecho de que el director Richard Eyre («Iris») se conoce al dedillo cada tabla y borlón del Royal National Theatre, que por algo produjo allí más de cien obras. Encima, la premisa del filme no puede ser más cascabelera: el disgusto que se llevó Edward «Desdémona» Kynaston cuando Carlos II dictó algo tan revolucionario como que los papeles femeninos fuesen interpretados por mujeres, «inventando» así la figura de la actriz y, de rebote, del director amanerado. Sin embargo, el pesado maquillaje «John Madden factor» lastra casi toda la reflexión sobre el germen del hecho interpretativo que podía surgir, aunque tampoco era plan de poner a Stanislavski, capítulo uno sobre la mesa. También grandilocuente y con mucho «frufrú» de grúas y poleas es la puesta en escena, y hasta el cacareado desnudo frontal de Claire Danes casi ni se nota (y no mentamos al microscopio por caballerosidad). Lo mejor, algunas gotas de autenticidad social de entonces (y ahora) y un regio Rupert «capitán Garfio» Everett cuyo discurso sobre un espectáculo «con acción y ritmo populachero» parece que Eyre ha captado tartajamente. J. C.
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