«Tireless», se va un problema
El submarino británico «Tireless» tiene previsto abandonar hoy Gibraltar, después de casi un año atracado en el puerto de una colonia extranjera, mantenida, contra la lógica de la Historia, en el territorio soberano de un país aliado. Desde que el 19 de mayo del pasado año el «Tireless» atracó en Gibraltar, han sido muchas las ocasiones en que el Gobierno español —que probablemente no actuó en un principio con la rapidez y diligencias necesarias—, ha apremiado al Ejecutivo británico para resolver el problema, exigiéndole a la vez información detallada sobre el alcance real de los daños sufridos por la nave y los posibles riesgos para la población. Un año para resolver la avería en el reactor nuclear del submarino es demasiado tiempo, por complicada que ésta fuera. Al Ejecutivo cabe reprocharle su exceso de confianza en la lealtad de un socio de la UE y aliado de la OTAN que se ha mostrado parsimonioso y renuente ante las peticiones españolas y a las que sólo ha respondido en parte. Cierto es que España, con arreglo al derecho internacional, no tenía más remedio que aceptar que el submarino nuclear averiado fuera reparado, pero la demora en el arreglo levantó alarmas injustificadas y reacciones irracionales de las que el Gobierno es parcialmente responsable por no haber ejercido ante Londres una presión suficientemente eficaz.
La avería del submarino británico ha servido también para poner de manifiesto la doble moral del PSOE, que trató de convertir —sin mucho éxito— al «Tireless» en ariete contra el Ejecutivo de José María Aznar y que intentó articular una política de confrontación sectaria que se ha revelado como un fracaso. La Junta de Andalucía utilizó su bien probada capacidad movilizadora para utilizar, no precisamente gratis, la indignación ciudadana. El legítimo acoso al Gobierno se convirtió en un ejercicio de cinismo, toda vez que el anterior Ejecutivo socialista de Felipe González, y el propio Manuel Chaves, silenciaron al menos tres incidentes similares al sufrido por el «Tireless» durante los años 80. Ese inaceptable doble rasero es el que ha desvirtuado el legítimo derecho a la protesta de los socialistas. La instrumentalización política de un problema general —en el Campo de Gibraltar habitan 250.000 personas— en beneficio exclusivo de intereses partidistas es una actitud reprobable que, sin mermar gravedad al fondo del asunto, ha restado mucha credibilidad a los dirigentes del PSOE.
El «Tireless» por fin se va. El incidente, que ha puesto de manifiesto una vez más el anacronismo que supone el mantenimiento de la soberanía británica sobre la Roca y los iniciales titubeos del Gobierno, también ha servido para revelar una estrategia —la socialista— , que ha resultado, además de mezquina, equivocada.
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