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El pradito

Antonio Hurtado le dedicó estos octosílabos al conde de Villamediana: «Tal fama llegó a alcanzar / en toda la Corte entera, / que no hubo dentro ni fuera, / Grande que le contrastara, / mujer que no le adorara, / hombre que no le temiera». Y es que Villamediana no tenía pelos en la lengua, y lo mismo le soplaba en los oídos al Rey que al Corregidor. Así se sintió en El Prado después de una larga ausencia: «Llego a Madrid, y no conozco El Prado; / Y no lo desconozco por olvido, / sino porque me consta que es pisado / por muchos que debiera ser pacido». Aplíquense los dirigentes y máximos responsables del Museo del Prado los endecasílabos de don Juan de Tassis, el más rumboso de los nobles y poetas del Siglo de Oro. ¿Para qué todo el lío, la polémica y el presupuesto de la ampliación del Museo del Prado, si nuestra pinacoteca por excelencia lleva camino de convertirse en el Pradito? Diariamente, centenares de españoles que visitan Madrid, de turistas extranjeros, de madrileños amantes del arte, de estudiantes de colegios y universidades, visitan el Museo del Prado. Ayer, hoy, mañana y durante meses, la decepción habrá sido y será mayúscula. Entre las obras que han viajado al Museo de Arte Occidental de Tokyo -telas de Velázquez, El Greco, Goya, Ribera, Tiziano...-, y los goyas, entre ellos las dos Majas, que han volado a Washington, un centenar de vacíos, de paredes desnudas, se ríen de las miradas de los visitantes. Mucho de fraude tiene la decepción que producen las ausencias. Pero lo fundamental es que cien obras de arte, únicas y originales, que no tienen valor ni precio, que nos pertenecen a todos y que forman parte de nuestro prodigioso patrimonio artístico, anden al retortero como putas por rastrojo por culpa de la política irresponsable y necia de los patronos del Prado. «Las obras están aseguradas», anuncian con el desdén de los prepotentes. ¿Y qué? ¿Qué liquidación de póliza puede compensar la pérdida o el deterioro de una maravilla? ¿Qué valor conceden los aseguradores a las Majas de Goya? Como tesoros ajenos al mercado, las Majas, las Meninas de Velázquez, el Jardín de las Delicias del Bosco, valen lo mismo un euro que tres mil millones. Su valor es su integridad, su buen estado, su tranquilidad, su sitio y su disposición permanente de ser contemplados y admirados. Los huecos y petulantes responsables del Museo del Prado no pueden jugar con las joyas de nuestro Patrimonio, y urge una ley que garantice la inmovilidad de los tesoros fundamentales de nuestro arte. Y si un norteamericano, o un japonés quiere contemplar los cuadros de Goya o de Velázquez, que acuda a sus sitios, viaje hasta Madrid y disfrute del portento. Y si no puede, que se compre un libro, o en su defecto, una reproducción, y si no, una postal, y en último caso, que le ondulen con la permanén. No está el horno para bollos y menos para que vuelen nuestros cuadros más representativos de un lado a otro. Además, los mil americanos y los diez mil japoneses que hasta Madrid llegan, en gran parte llamados por la singularidad del Prado, no pueden ser estafados mostrándoles las paredes deshabitadas de arte. Aquí está su sitio, y en su sitio deben permanecer siempre.

Colóquese y bien visible un cartel en la puerta principal del Museo del Pradito que informe a los visitantes de las numerosas ausencias. Procédase a renunciar a la ampliación y a mantener la belleza del barrio intacta. Y dejen de tocar los cuadros, que a fuerza de tocar, nos están tocando a una inmensa mayoría otra cosa que, por pudor, prudencia y cortesía, me callo. Claro, que con carácter relativo. Mismamente, los cataplines.

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