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Impostores

Por consejo de mi dilecto Gonzalo Santonja leo en estos días un libro muy instructivo de Juan José del Águila, «El TOP», publicado por Planeta. Las siglas del título hacen mención al celebérrimo Tribunal de Orden Público, que enjuició los llamados «delitos políticos» durante los últimos años del mandato del general Franco. Auguro para este libro un ninguneo unánime y concienzudo; y no precisamente porque se distinga por su tono resentido (más bien lo contrario, pues el autor adopta un tono de impasible y quirúrgica objetividad), sino porque muestra con clarividencia diáfana las muy calculadas argucias, a mitad de camino entre la amnesia y la impostura, con que ciertas personas han falsificado la historia reciente. Uno de los documentos más inatacables del libro lo constituye su apéndice quinto, donde Del Águila se ha tomado la molestia de homenajear a los procesados por el TOP, recopilando sus nombres. Teniendo en cuenta que «delitos» tan veniales como la participación en una manifestación o la posesión de octavillas de propaganda política constituían motivo suficiente para comparecer ante dicho Tribunal, ¿cómo es que en este listado no figura casi ninguno de los nombres que esperábamos encontrar? ¿Dónde están nuestros políticos de primera línea, tan presuntamente activos en la oposición franquista? ¿Y dónde tantos escritores e intelectuales que han forjado su leyenda posando de rojos rojísimos? Entre los procesados por el Tribunal de Orden Público figuran cientos de jóvenes universitarios y obreros, pero por ninguna parte asoman las orejas todos esos figurones expertos que han medrado colgándose medallitas y falseando su autobiografía. Consulten, por favor, consulten esta lista, y se pasmarán con las ausencias; yo mismo, que tantas veces he tenido que soportar las batallitas apócrifas de tantos aprovechadillos del gremio de la pluma, me he quedado estupefacto al comprobar que sus nombres no figuran aquí. Tras la publicación del libro de Juan José del Águila, habremos de aceptar que muchos de los presuntos opositores de Franco derrocaron su régimen por emanación telepática.

El funcionamiento de aquel Tribunal de Orden Público nos llena de repeluzno. Especialmente fascinadora (con esa fascinación hipnótica que produce el horror) resulta la figura de Manuel Fernández Martín, uno de los vocales ponentes en el consejo de guerra de Julián Grimau. De haber tenido noticia de su existencia, Borges le habría dedicado una semblanza en su «Historia universal de la infamia». Este falsario compulsivo se incorporó a las fuerzas sublevadas en 1936; primeramente, fue habilitado como alférez médico, sin poseer ningún título médico, hasta que fue dado de baja e incorporado al Cuerpo Jurídico Militar. En 1960 fue ascendido a comandante auditor, tras ejercer en diversas auditorías de guerra y en diferentes fiscalías jurídico-militares. Se calcula que intervino en unas cuatro mil causas como fiscal militar o vocal ponente; muchas de ellas -entre ellas la de Grimau- se saldaron con una sentencia de muerte. En 1964, el abogado Antonio Cases lo denunció ante el capitán general de la Primera Región Militar. Y es que Fernández Martín, que tan alegremente había firmado sentencias de muerte, ¡carecía del título de licenciado en Derecho! En 1966, el Consejo Supremo de Justicia Militar lo apartó de la carrera y lo condenó a pena de prisión menor, pero las sentencias en que semejante virtuoso de la impostura participó nunca fueron revocadas.

Nuestra historia reciente ha sido una trágica acumulación de felonías. Por fortuna, quedan personas como mi dilecto Gonzalo Santonja -yerno de Grimau y víctima él mismo del TOP- que miran el pasado sin rencor y, lo que es más importante, sin colgarse medallitas. Gracias a ellos, y no a esos izquierdistas de salón que han falsificado su pasado para poder infectar el presente con su sectarismo, en España ha sido posible la reconciliación.

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