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Herencias

PELIGROSA metáfora, la herencia. En política, hereda el que gana. Hereda instrumentos, recursos, logros propios o ajenos. Hereda el poder. Quien pierde, como el verbo indica, es siempre un desheredado. Carece pues de sentido aludir, como lo ha hecho recientemente Joseba Arregui, a la herencia que el PP habría recibido de las dos legislaturas de Aznar. A menos que se hable en lenguaje figurado: de una herencia sentimental, espiritual, afectiva. En política, ese tipo de herencia -que no lo es- sirve para bien poca cosa.

La derecha democrática española no conserva del período 1996-2004 nada más (y nada menos) que una cierta experiencia. Ahora bien, la experiencia es precisamente lo contrario de la herencia. Es lo único que no se puede heredar, porque resulta imposible transmitirla. Esa experiencia, además, no pertenece propiamente al PP, sino a cada uno de los miembros del PP que desempeñó funciones políticas determinadas en alguna de las dos legislaturas de Aznar. Peligrosa sinécdoque, la experiencia. El PP no es la suma de sus partes. No tiene nada que ver con el intelectual colectivo de Gramsci, afortunadamente. No hay una memoria del partido, un saber del partido, una experiencia del partido. Esa tradición es ajena por igual a la derecha liberal y a la derecha conservadora, porque es una tradición totalitaria. En la derecha, memoria, saber y experiencia son patrimonios individuales. El partido como intelectual colectivo quería decir, en la práctica, que los intelectuales debían convertirse en lameculos, todos y cada uno de ellos, del secretario general. Probablemente, los partidos comunistas contaron con el apoyo de los tipos más listos del planeta -aunque la mayoría era de Letras-, pero el resultado de la suma de sus saberes y experiencias fue siempre un tonto macizo y nocivo para la salud.

En política, la experiencia es importante (la herencia sentimental, por el contrario, baladí). Pero con la experiencia sólo puede jugar uno mismo, no el partido en su conjunto. Y el juego de la experiencia tiene sus reglas no escritas. La primera de todas: no contarla en público. A nadie le interesa tu experiencia, como no sea a alguien que te quiera mucho y eso no abunda. Para la gente que confía en ti, es más importante suponer que tienes experiencia que oírtela contar, lo que suele ser en casi todos los casos decepcionante. Si te empeñas, a pesar de todo, en contarla, espera a que te retiren o te retires y escribe entonces un libro de memorias. No hagas, en fin, como Manolita Desmadre, largándonos su experiencia de charnega agradecida, y ojo, que no me gusta que se trate a nadie de charnego, salvo que uno mismo o una misma se adjudique ese papel en el reparto. O sea, que tu president, es un suponer, vaya de catalán arrelat y explique a los periodistas que el proyecto de Estatut refleja la idea de Cataluña que heredó de sus padres y éstos de los suyos y aquéllos de los de más allá y así hasta el primero de los Maragall, y a ti, pobrecilla, te asigne la tarea de conmover al auditorio con la historia de las tribulaciones del emigrante y de lo reconocida que estás a Cataluña, y que tú aceptes el encargo, para que, a través del relato de vuestras respectivas experiencias, quede claro por qué unos catalanes pueden llegar a president y otros y otras no tanto. Así, perdona, no hay modo de creer que defenderás la unidad de España, so exhibicionista.

Como Rajoy no ha entrado en un juego con tales reglas, que son las de Rovireta (poner los sentimientos por encima de las leyes, según dejó claro al comienzo de su intervención parlamentaria del miércoles), a Joseba Arregui le parece que el PP hace con su herencia lo de aquel criado del Evangelio que enterró el denario recibido de su amo. El ejemplo es insensato. Primero, porque el PP no ha recibido herencia alguna: le ha correspondido toda al PSOE, para incrementarla o dilapidarla bajo su responsabilidad. Segundo, porque la parábola evangélica no habla de herencias, sino de fideicomisos (metáfora, en política, menos peligrosa que la herencia), y tercero, porque tampoco habla de denarios. Compruébese (Mateo, 25, 14-30; Lucas, 19, 11-27).

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