Carta abierta a un héroe anónimo
Nunca sabré tu nombre. No me importa. Lo que me importa es tu ejemplo. Me interesa tu coraje, tu gallardía, tu gesto. Si puedes, no le digas a nadie que fuiste tú. Es mejor ser un héroe anónimo que un mártir célebre. Ya sabes a lo que me refiero. Debe de ser formidable eso de mirarse por dentro y encontrarse la conciencia empinada por la sensación del deber cumplido, el orgullo apaciguado por la emoción de la obra bien hecha, la moral laureada por el refuerzo de la autoestima.
La gente ya sabe que fuiste el valiente que siguió a dos canallas armados que podían haber provocado una masacre. Que te jugaste la vida sólo porque el crimen no debe quedar impune. Que llevaste a las fuerzas del orden hasta donde tú no podías tomarte la justicia por tu mano. La gente, la buena gente, sabe que mientras haya seres como tú la humanidad está salvada. Impávido, audaz, generoso, hiciste lo que todos soñamos de niño: ser un héroe. Pero lo hiciste consciente de tu forzado anonimato, sin buscar los laureles de la fama, seguro de que lo que al fin importa es tu ejemplo y no tu fotografía en los periódicos. ¡Ay si todos hiciéramos igual en vez de hundirnos en la resignación, el temor, el llanto o el insulto!
Dime de qué pasta estás hecho. A los hombres como tú habría que clonarlos. Explícame cómo se deja para luego un trabajo, un descanso o un amor para lanzarse a un abismo y coronarlo cuesta arriba. ¿Sabes lo que te digo? Estoy seguro de que no harás como esos que se comen el mundo cuando se miran al espejo cada mañana para apretarse el nudo de la corbata; que tu orgullo está en haber devuelto a la gente la confianza en la estirpe humana; que no has arado sobre el mar. Has abierto un granero de esperanza donde sólo había ese llanto sin lágrimas que es como un hipo del alma. Tras tu gesta es más fácil que los cobardes dejemos de vivir con la angustia de un pájaro en manos de un loco.
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