Un huracán de abandono
UNO se imagina a un negro de Nueva Orleáns damnificado por el huracán preguntándose: «¿Habrá un hombre en el mundo más pobre que yo?». Y viendo esta fotografía no queda más remedio que pensar que por desgracia aún hay en el mundo muchos que se darían por satisfechos aunque fuera con los restos de los saqueos de Luisiana. En Afganistán no hay inundaciones, sino un maremoto de miseria y abandono, que cuatro años de presencia militar occidental no han logrado paliar, porque más de dos décadas de guerras ininterrumpidas son dos generaciones de analfabetos, una inmensidad de incultura e ignorancia que ha llevado al país a las tinieblas de la Edad Media. Haría falta un milagro para intentar salvar la vida de este infortunado niño que ya es poco más que el frágil pellejo pegado a los huesos, que nos mira desde la antesala de su propia muerte interrogándonos a todos sobre el significado de la dignidad humana. Seguramente en Kabul hay otros como él. A este niño aún lo podemos ver y por eso nos conmueve. El sufrimiento de su madre, encarcelada tras las absurdas rejas de tela del burka, ni siquiera lo imaginamos. Algún día enterrará a su hijo y,si no tiene esposo, se quedará al borde de una carretera, esperando tal vez también una muerte que ponga fin a sus miserias
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