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Progreso científico e inversión privada

LA globalización influye en el avance científico, al igual que es afectada por él. Sólo ha existido ciencia cuando el conocimiento desarrollado se hace público para ser sometido al análisis y la crítica. Hoy, esa comunicación es más rápida, eficaz y general que lo ha sido nunca, y la comunidad de científicos es más numerosa que en ningún otro momento de la historia. Al mismo tiempo, los desequilibrios y las diferencias entre bloques en el mundo están, en buena medida, marcados por el cultivo de la investigación y lo que de ella se deriva.

En estas circunstancias importa mucho reflexionar sobre la dirección que lleva el progreso científico y a qué pautas responde. Para teóricos del avance de la ciencia, como Khun, el desarrollo del conocimiento científico moderno «pudo tener lugar, como suponemos actualmente que ocurrió la evolución biológica, sin el beneficio de una meta establecida, de una verdad científica fija y permanente, de la que cada etapa del desarrollo de los conocimientos científicos fuera un mejor ejemplo». Pero, ¿qué ocurre en el momento actual en que la ciencia, tal como ha descrito Fernández Rañada, vive una crisis de crecimiento que conduce a un incremento de la complejidad?

A mi juicio, existen circunstancias nuevas que influyen en la evolución de ese progreso científico más que en ninguna otra época, afectando a la dirección y el sentido del mismo. Entre ellas están la definición de «prioridades de investigación», que marcan los países líderes en ciencia, y la inversión de capital privado en la investigación básica, una novedad reciente en el panorama de las ciencias de la vida con repercusión en la Biomedicina. A pesar de la aludida globalización, los centros de decisión en los que se forja el camino de la investigación científica y técnica están limitados a aquellos lugares donde se concentra la capacidad de decidir las temáticas sobre las que se ha de investigar y la forma de asignar los correspondientes recursos. Los Estados Unidos, independientemente de los cambios de orientación política de las administraciones responsables, siguen acaparando la mayor apuesta por la ciencia, materializándola año tras año en incrementos de recursos que incluso superan las expectativas de la propia comunidad de investigadores de ese país. El bloque asiático, con Japón a la cabeza, se esfuerza en dar una réplica adecuada, aumentando de forma espectacular la inversión en investigación básica, en un país cuyo desarrollo tecnológico alcanzó cotas muy elevadas.

La Unión Europea (UE), en donde se asienta la mejor tradición de desarrollo de la ciencia moderna, agrupa un potencial científico muy semejante al americano. Sin embargo, la dispersión sigue siendo la pauta, ya que sólo el 5 por ciento del esfuerzo europeo se coordina a través de programas marco de I+D. No cabe duda de que estos programas marco plurianuales -está a punto de comenzar el sexto, 2003-2006- han supuesto una buena aportación para la integración de la tareas investigadoras que potencie la producción científica y los resultados tecnológicos de la UE. Pero, aún resultan muy complejos de diseñar y poco flexibles en su ejecución, por lo que están lejos de suponer esa respuesta europea a la intensidad de cultivo de la investigación en los otros bloques.

En esta situación, la inversión privada se introduce incluso en el campo de la investigación básica, la que conduce a descubrimientos que, en principio no tienen porqué significar desarrollos explotables industrialmente y que era apoyada hasta hace poco sólo por fondos públicos o no lucrativos. Un ejemplo es el del estudio del genoma humano, con la participación de empresas privadas que rentabilizan su inversión, ya sea cobrando por comunicar los hallazgos y transferir los materiales desarrollados (genes, organismos modificados, etc), o mediante el logro de derechos de propiedad intelectual a través de las correspondientes patentes.

Se solicitan miles de patentes -por ejemplo de genes- cuyo objeto supone más un descubrimiento científico que una invención patentable, en el sentido clásico del término. Asimismo, los organismos modificados o las líneas celulares -las de células madre constituyen un buen ejemplo- se plantean también como objetos de patentes, con expectativas de lucro por la licencia de estos productos a quienes quieran utilizarlos para investigar. De esta forma las patentes acaban afectando a las estrategias de investigación, influyen en la propia selección de prioridades científicas y condicionan por tanto la dirección del trabajo y la selección de los campos de investigación básica, a favor de aquellos con mayores perspectivas de rentabilidad.

Junto a las empresas privadas, organismos públicos como las universidades tratan también de rentabilizar sus esfuerzos logrando los derechos de patente sobre sus avances científicos y técnicos. Urge, por tanto, establecer mejor la distinción entre descubrimiento científico e invención patentable porque las oficinas de patentes de USA, UE y Japón siguen registrando cientos de miles de solicitudes de patentes biotecnológicas al tiempo que aplican criterios nada homogéneos a sus concesiones.

El reciente dictamen del comité asesor de ética de la Comisión Europea es ilustrativo de las opiniones encontradas sobre los nuevos problemas. Con un voto discrepante este comité admitía la patente de líneas celulares humanas derivadas de embriones tempranos, siempre que hubieran sido suficientemente modificadas mediante experimentación. Pero proponía una cobertura limitada que evite obstáculos para el avance científico. También señalaba que debería preverse un sistema obligatorio de licencia de esas patentes en ciertas situaciones. Es decir, patentabilidad sí, pero con limitaciones. Cuando está en juego la propiedad intelectual sobre materiales de origen humano la cuestión tiene además una dimensión única y especial. No parece que estemos cerca de lograr ese marco unificado y aceptable por todos sino que las cuestiones no resueltas sobre propiedad intelectual seguirán afectando al progreso científico. Pero es importante que se apliquen criterios razonables, para fomentar el progreso mediante el estímulo legítimo de la concesión de derechos de propiedad intelectual, sin dificultar el avance del conocimiento.

Los países que aspiran a jugar un papel en la orientación del progreso científico deben tener muy en cuenta las circunstancias aquí analizadas, porque, a pesar de la globalización, los ámbitos que definen las políticas científicas siguen siendo los estados nacionales. Es mucho lo que está en juego para la humanidad, en función del sentido y la dirección que tome el progreso científico. Es también muy importante que cada sociedad sea consciente de lo que apoya y por lo que apuesta. La opción española está clara, por un lado, contribuir a que la actividad científica de la UE tenga la dimensión y la fortaleza que le corresponde. Por otro, estar presentes con fuerza en los ámbitos de decisión científica de esa unión de Estados a la que pertenecemos. Es muy escasa la inversión privada en investigación fundamentalmente básica y exploratoria en España. Pero el trabajo de nuestros centros puede ofrecer también oportunidades al capital privado al igual que ocurre en otros países. Y nuestra comunidad de investigadores puede aspirar a una mayor presencia en el concierto mundial.

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