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Más que un club

En los años sesenta mis amigos de la izquierda catalana (del PSUC, especialmente), convirtieron al Barça en un mito. Ser partidarios del Barça suponía una forma de toma de «partido»; ir al Nou Camp equivalía a acudir a un mitin legal: un triunfo del Barça era un adelanto de futuras victorias democráticas... Porque para ellos el Barça «era más que un club». Hasta ese punto se llevó la politización del fútbol. El Barça representaba la lucha de la periferia contra el centralismo, era el referente de una sociedad civil frente a la burocracia del franquismo seguidora y creadora del Real Madrid. En definitiva, algunos quisieron hacer del Barça la expresión de un movimiento nacional-popular, imparable.

No había ironía en todo este discurso. Se montó con tanta seriedad que el propio Jordi Pujol tuvo que intervenir con un artículo en «Serra d´Or», la revista de Montserrat, vehículo del renovado nacionalismo, con el que intentó rebajar las esperanzas puestas en el fútbol como instrumento político. Aquel artículo tuvo un valor simbólico: era el alejamiento de Pujol respecto al movimiento nacional-popular que pretendía hegemonizar la izquierda. Posteriormente Jordi Pujol, banquero y empresario entonces, promotor de la Enciclopedia Catalana, tuvo un problema laboral grave con los equipos de redacción de aquélla. Todos estos hechos venían a clarificar los intereses muy distintos entre las fuerzas que luchaban por la dirección del proceso nacionalista.

Si el Barça era una pata del nacional/populismo del que desconfiaba Pujol, la otra lo fue la Nova Cancó. Y, al igual que en el fútbol, también en la música terminó por producirse una crisis entre los cantautores y las casas comerciales de los nuevos empresarios interesados en los «hechos diferenciales», entre la burguesía pujolista que sacaba beneficio de la lengua de los creadores.

Fue tal la fuerza de atracción de esta consideración política del fútbol, que el Barça pudo ganar muchos simpatizantes más acá del Ebro. Gentes de la izquierda española aceptaron los símbolos con una seriedad de burros. Consideraban que el Barça estaba legitimado para tener seguidores demócratas mientras que el Madrid estaba afectado por un vicio de origen, un pecado político original.

A estas alturas, ¿cómo explicarán el fenómeno del Madrid? ¿Acaso una resurrección de la derechona o simplemente como la demostración de que la derecha no ha dejado de existir y que se ha ido adaptando a los tiempos inteligentemente hasta el punto de llegar a tener multinacionales, apuntarse a la globalización y tener capacidad para tener la mejor delantera del mundo mundial...? Si un equipo de fútbol puede ser más que un club, ¿en qué se ha quedado el Barça y en qué se ha convertido el Madrid si es que no fue siempre un gran equipo? Para quienes en Cataluña y en otras partes de España llegaron a pensar en serio que el fútbol es una expresión política y que por lo mismo debe ser manejada como un arma política, lo tienen difícil desde hace tiempo y especialmente ahora. ¿Cómo seguir aplicando hoy los mismos, triviales, esquemas? Recordemos, por otra parte, que esta concepción del fútbol ha servido para crear algunos odios entre las regiones.

La última reivindicación de una parte del nacionalismo catalán es hacer una liga de fútbol catalana y competir en JJ.OO. y certámenes internacionales al margen de España: una fuga hacia delante en estos momentos de euforia para el atletismo español y en los que el Madrid aparece realmente como «algo más que un club».

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