Reza, maldito, reza
Fanático es quien defiende con pasión y tenacidad desmedidas cualquier creencia u opinión, sobre todo religiosa o política. El fanático no ha superado la etapa infantil de los relatos fantásticos y basa en ellos sus creencias y sentimientos al margen de la evidencia y el razonamiento. Su origen puede estar en la incultura, la pobreza, la falta de libertad. Pero también en tradiciones ancestrales, miedo a lo desconocido, manipulaciones del poder. Ayer se ha sabido que trece internos musulmanes de la prisión de Topas, Salamanca, permanecieron aislados por "intimidar y coaccionar a otros internos de su misma religión", a quienes querían obligar a que rezasen. Los fanáticos cambiaron de actitud cuando comprobaron que sus correligionarios no seguían sus órdenes.
El resurgimiento del fanatismo político, de los nacionalismos, del terrorismo racial y místico, a veces todo junto, tiene su origen en fantasías del imaginario colectivo, viene sostenido por supuestas identidades étnicas y está apoyado con frecuencia por dirigentes religiosos. No es necesario, sin embargo, que una religión se imponga por la fuerza, incluso hasta la tortura, para que la fe degenere en fanatismo y el fanatismo en violencia. Lo que sorprende es que esa violencia esté alentada en los textos considerados sagrados, y aún más que se genere en contra de esos textos. Dice el Corán (2-256) que "no cabe coacción en asuntos de fe". Y la Sunnah -tradición islámica que recoge los dichos de Mahoma- repite hasta tres veces, "que perezcan los extremistas" a propósito del celo exagerado en la religión. La relación entre fanatismo y poder, religión e ideología, mística y violencia es un desafío a la lógica, al progreso, a la paz, y una de las grandes incógnitas de nuestro tiempo.
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