Errores sobre la inmigración
De nada sirve que la inmigración no figure en las agendas electorales de los partidos cuando personalidades de la dimensión de Marta Ferrusola o Heribert Barrera, el viejo líder republicano, se permiten expresar, sin ninguna clase de tapujos, sus erróneas opiniones en torno a este asunto. No se trata de que no puedan decir lo que opinan, sino de las equivocaciones que sus palabras contienen. No es cierto que Jordi Pujol entregue la mayoría de las viviendas sociales a los inmigrantes, ni tampoco es cierto que Cataluña vaya a desaparecer por culpa de esos inmigrantes. No es cierto que los inmigrantes sólo sepan decir «dame de comer» ni es correcto tampoco alegar que Jörg Haider no es xenófobo. Nada de eso es cierto y, por tanto, no es factible atribuir a Marta Ferrusola y Heribert Barrera la condición de demiurgos de la sociedad, tal como se ha pretendido extender desde algunos sectores del nacionalismo, que encuentran en esas expresiones una justificación a sus falsos temores. España se juega demasiado en el envite de la inmigración como para dar carta de naturaleza a expresiones viciadas desde la raíz. La cohesión social, la sostenibilidad de un modelo económico, la integración o asimilación de culturas diversas y la pura convivencia no pueden ponerse en peligro de un modo tan alegre. Si el debate se tuviera que fijar en términos tan desafortunados, frente a los inmigrantes encerrados en las iglesias, por ejemplo, no habría negociación posible. El drama de la inmigración no es el uso o no del catalán, la supuesta contaminación de las costumbres vascas, el cerdo en los menús escolares o la presunta conveniencia de que cada cual viva en su país. Se trata, más bien, de la sangría cotidiana de las pateras, de la explotación en campos perdidos, de la lucrativa actividad de las mafias y de la situación económica y en ocasiones política de los países de procedencia de los inmigrantes. Quien se juega la vida en los bajos de un camión no viene a España a imponer su religión ni a robar el pan de nadie, ni mucho menos a difuminar la identidad de ningún país. Y harían bien quienes defienden a Ferrusola o Barrera de un cierto linchamiento mediático si aclarasen primero las cosas ante la sociedad y defendieran después el derecho a equivocarse (y a rectificar) de sus patrocinados. Se espera del buen juicio de Pujol que no dé cobertura con su presencia a las opiniones que Barrera vierte en el libro que presenta hoy y se espera también de algunos políticos que escapen a la tentación de amplificar y aprovechar los errores ajenos para esconder la falta de un discurso coherente y con todas sus consecuencias respecto a la inmigración. Es posible que Ferrusola y Barrera no hubieran dicho lo que han dicho si delante no tuvieran el envés de una demagogia igual de dañina.
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