REPORTAJE
El mostachón, el dulce que ha llevado el nombre de Utrera por el mundo
De los conventos a los ferrocarriles, del horno familiar a los mostradores de toda Andalucía: el mostachón ha llevado el nombre de Utrera por el mundo durante más de un siglo
Tradición Repostera Molinos: un archivo vivo de la dulcería andaluza en Triana
Cristina Torres
Sevilla
Aunque la repostería del municipio Utrera es rica y diversa —tortas de polvorón, lenguas de nata, brazos de yema, bizcotelas, bollitos de aceite o pestiños—, hay un dulce que ha trascendido a todos los demás y se ha convertido en seña de identidad: el ... mostachón. Redondo, plano y aparentemente sencillo, su humilde aspecto esconde siglos de tradición, un relato que mezcla conventos, recetas familiares, ferrocarriles y memoria popular.
El mostachón es, en esencia, un bizcocho aromatizado con canela, elaborado con azúcar, harina, huevos y un leve toque de miel en algunas recetas. Pero su magia no está solo en los ingredientes, sino está en la forma en la que se bate, en el horno que lo cuece sobre papel, en el ritual de su venta y en la manera en que se comparte. Un dulce cotidiano que, con el tiempo, ha llevado el nombre de Utrera mucho más allá de sus límites.
Un origen entre conventos y hornos familiares
El relato de su nacimiento hunde las raíces en la tradición judeocristiana y árabe. Algunos investigadores recuerdan que en época romana ya existía el 'mostaceum', un pan dulce con miel. Fueron las comunidades religiosas quienes conservaron y adaptaron la fórmula: las monjas clarisas del convento de Santa María de Gracia figuran como guardianas de la receta original.
A finales del siglo XIX, la receta salta de los conventos a las confiterías gracias a José Romero Espejo, considerado el primero en levantar un horno especializado en mostachones hacia 1880. A partir de ahí, familias como los Vázquez o los Cordero se convierten en los grandes nombres asociados a este dulce, transmitiendo el oficio de generación en generación.
Cada casa imprime su sello: los Vázquez defienden la incorporación de miel como rasgo distintivo, mientras que en la Confitería Cordero se mantiene la ortodoxia conventual, con azúcar, canela, harina y huevo como únicos ingredientes. Lo que todas comparten es el respeto a una técnica artesanal y la ausencia de conservantes o levaduras químicas.
El tren como escaparate
La expansión del mostachón fuera de Utrera se debe, en gran medida, a la llegada del ferrocarril. En las primeras décadas del siglo XX, las familias utreranas aprovechaban las paradas de los trenes para vender cestas de mimbre repletas de mostachones a los viajeros. Esa imagen —mujeres y niños con babis blancos ofreciendo dulces envueltos en papel— es parte del imaginario colectivo del pueblo.
El mostachón se convirtió en souvenir comestible antes de que existiera esa palabra. Desde los vagones de los trenes andaluces viajó a las casas de toda la región, y poco después a otras partes de España. Incluso dramaturgos como los hermanos Álvarez Quintero dejaron constancia de su devoción por estos bizcochos, agradeciendo en verso un envío recibido desde Utrera en los años treinta.
Un patrimonio inmaterial
Hoy, el mostachón forma parte del Patrimonio Inmaterial de Andalucía, una catalogación que reconoce no solo la receta, sino también el valor social y cultural del dulce. No hay confitería en Utrera que no lo trabaje, y cada una le da su impronta. Los hay glaseados o sin glasear, más o menos aromáticos, con distintas intensidades de batido o con ligeros matices de miel.
Su vigencia es tal que en Utrera cuentan con un Museo del Mostachón, un espacio donde se reúnen documentos, utensilios antiguos y hasta el viejo carrito con el que la familia Vázquez, quienes levantaron el museo, repartía dulces y pan por las calles del pueblo. La idea es mostrar cómo un producto tan sencillo ha tejido identidad, economía y memoria colectiva.
Cómo disfrutar de los mostachones de Utrera
Durante generaciones, los utreranos lo han tomado con un vaso de leche caliente en el desayuno, o con agua fría en las tardes de verano. Su textura lo hace perfecto para acompañar con un café o incluso para jugar a reinterpretaciones modernas: algunos lo sirven con crema pastelera, helado o mermeladas, aunque los más puristas insisten en que el mostachón nunca debe considerarse un pastel.
La venta suele hacerse en paquetes de tres, de media docena o de una docena. Envuelto en papel, conserva su frescura sin necesidad de añadidos artificiales. Es ese aire rústico y sincero lo que lo ha mantenido vivo frente a la avalancha de dulces industriales.
Utrera, un destino con sabor
Visitar Utrera sin probar un mostachón es como viajar a París y no ver la Torre Eiffel. Pero más allá de llevarse una bolsa de estos bizcochos, el viajero descubre que el pueblo respira repostería en cada esquina. Confiterías históricas, obradores familiares y nuevos proyectos conviven, ampliando el recetario local con bizcotelas, bollitos de aceite o cortadillos.
El mostachón, sin embargo, sigue siendo el gran embajador. Un dulce que habla de siglos de mestizaje cultural, de economía local, de ingenio conventual y de familias que han sabido mantener intacta la esencia de un pueblo a través de la cocina. En definitiva, un bocado sencillo capaz de explicar por sí mismo qué significa ser de Utrera.
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