Dónde comer en la Axarquía malagueña: nuestros sitios favoritos en la comarca oriental

A lo largo de su geografía se esconde una red de mesones, ventas y restaurantes que apuestan por el producto de cercanía y la tradición como carta de presentación. Los vinos dulces de la moscatel, los aceites de oliva virgen extra de Periana, las almendras y pasas de la sierra o los quesos de cabra malagueña son solo algunos ejemplos de un paisaje culinario que bebe de la tierra tanto como del Mediterráneo. Y si de dulces se trata, no faltan los roscos de vino, los borrachuelos o las tortas de aceite, perfectos para rematar cualquier ruta.

La hospitalidad de la zona hace que cada visita sea también una experiencia cultural: no solo se come, se conversa, se aprende y se comparte mesa como parte de una tradición que hunde sus raíces en la vida de pueblo.

Si no quieres ir a ciegas por esta mesa siempre generosa, como siempre, siguiendo las propuestas de Carlos Mateos, nuestro editor y crítico gastronómico, te proponemos una ruta que recorre la comarca de norte a sur: desde Sedella hasta la costa, con paradas en Canillas del Aceituno, Periana, Comares, Riogordo, Colmenar y Frigiliana. En cada uno de estos enclaves encontrarás un restaurante donde tradición y carácter local se traducen en platos memorables.

En el pequeño pueblo de Sedella, con apenas 600 habitantes, El Chiringuito se ha convertido en un destino inesperado para quienes buscan buena mesa en plena Axarquía. Al frente está Víctor Hierrezuelo, joven chef que tras formarse en cocinas de altura como Arzak o Bardal, decidió volver a su pueblo para dar nueva vida al bar que fundaron sus abuelos en los años ochenta.

El local conserva la sencillez de un bar de barrio, pero su cocina va mucho más allá: callos, maimones con yema y trufa, croquetas caseras o pierna de chivo lechal comparten carta con pescados de lonja, arroces y propuestas más contemporáneas que cambian cada semana. Para los más curiosos, ofrece un menú degustación (con reserva previa) que combina tradición familiar y técnica aprendida en la alta cocina.

La experiencia se completa con vinos de la Axarquía —de bodegas como Sedella o Viñedos Verticales— y postres caseros que ponen en valor productos locales. Un ejemplo perfecto de cómo la gastronomía de vanguardia también puede enraizarse en un pequeño pueblo de montaña.

Uno de los templos del chivo lechal malagueño. Desde hace más de cuatro décadas, este restaurante familiar prepara su plato estrella al horno de leña, con aceite de oliva virgen extra, ajo y perejil, asado lentamente con leña de olivo. La pieza completa —ideal para compartir entre cuatro personas— requiere reservar con un par de días de antelación.

Quien no quiera comprometerse a todo el animal puede probar otras versiones, como el chivo frito al ajillo, sin olvidar el célebre potaje de hinojos, tan propio de la Axarquía.

La carta se completa con productos de la huerta local (calabaza al estilo mozárabe, habas, tomates, pimientos o berenjenas), embutidos de la zona como la morcilla canillera —también en croquetas— y postres caseros donde brillan el flan de huevo, la mousse de pasas de la Axarquía o la torta de queso.

El proyecto está en manos de Manuel Aguilera y Rocío Rando, también impulsores de la empresa Chivo de Canillas, que distribuye este producto más allá del pueblo. Para acompañar, cuentan con una bodega con referencias nacionales y especial atención a los vinos malagueños.

En pleno corazón de Comares, el restaurante del Hotel La Atalaya es perfecto para refugiarse este otoño-invierno con unas migas completas y una copa de vino local junto a la chimenea. Su carta se centra en la cocina tradicional de la zona, entre los Montes de Málaga y la Axarquía, con platos como la sopa de picadillo o el chivo lechal en salsa de almendras.

Para rematar, postres caseros de toda la vida: natillas o leche frita, servidos en un salón de ambiente rústico y cálido que invita a alargar la sobremesa.

El hostal-mesón La Era es un clásico en Riogordo, con décadas de historia y una cocina que apuesta por el producto local y de temporada. Al frente está José Antonio Ortiz, que mantiene viva la tradición con carnes a la brasa y postres caseros como se han hecho siempre.

En su carta no faltan los caracoles en caldo, los espárragos frescos cuando llega la temporada, guisos y potajes que reconfortan en invierno, y carnes como el chivo lechal, emblema de la zona. Un lugar de parada obligada para quienes buscan sabor auténtico y ambiente familiar en la Axarquía.

En pleno casco antiguo de Colmenar, junto a la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, la Taberna de Flores rompe con la oferta más clásica del pueblo. Tras una reforma integral, luce comedor luminoso, bodega a la vista y una carta moderna firmada por Felipe Lopes, chef ejecutivo y propietario.

Aquí conviven platos sencillos con propuestas creativas en las que los productos de la Axarquía se cruzan con guiños asiáticos y sudamericanos. Entre los imprescindibles, el pan brioche con steak tartar trufado y huevo de codorniz (también en versión de atún), el atún acevichado sobre arroz crujiente o los langostinos en tempura con salsa acevichada. No faltan opciones más tradicionales como chuletillas de cordero, arroces, pescados o mariscos de temporada.

La experiencia comienzasiempre con un buen AOVE local y puede terminar con postres de la casa, como la tarta de queso o el tocinillo de cielo con mango. La terraza y el ambiente relajado completan la propuesta, ideal para quienes buscan algo distinto en el interior de la Axarquía.

El único bar de la aldea de El Acebuchal —esa joya escondida del municipio de Cómpeta, resucitada por la familia García tras décadas de abandono después de la guerra civil— es hoy parada obligada para quienes visitan la zona. En 2005 los hermanos García levantaron aquí una pequeña venta que, con el tiempo, ha dado paso a un restaurante donde tradición y creatividad van de la mano.

En su carta conviven recetas de siempre con toques originales, como su jabalí al ajillo o con salsa de chocolate, el mejor ejemplo de cómo reinterpretan los sabores sin perder el vínculo con la cocina de la tierra. Los panes de elaboración propia son otro de sus sellos, presentes en cada mesa y perfectos para acompañar platos que piden mojar hasta la última gota.