Corbatas extrañamente coincidentes, retro, navideñas y ausentes

Como los buenos cócteles un look masculino para el Congreso tiene que tener dosis precisas de comodidad, elegancia y saber vestir. Para la decoración del traje, como ocurre con la cereza confitada y la tira de piel de limón en el 'Manhattan', hay que buscar unos zapatos molones y una corbata lisa o estampada que anime el conjunto.

Los diputados hicieron caso omiso a lo anteriormente dicho el día del debate sobre la amnistía y se dedicaron a exhibir sus carencias respecto a las tendencias de moda gracias a sus corbatas o a la ausencia de las mismas. Es difícil llamar la atención de esta manera cuando hablamos de trajes que son ni fu ni fa, pero el 12 de diciembre quisieron dar las campanadas adelantadas y sin Cristina Pedroche.

La corbata de Óscar Puente me recuerda a una felicitación de Navidad de Unicef que compré hace años en la que estaban grabadas las siluetas de los tres Reyes Magos siguiendo la Estrella de Belén. El fondo era crudo y las figuras, doradas, pero el resultado visual, idéntico.

Cuando pensé que la borrasca navideña había pasado, vi en el Congreso a Jon Iñarritu con un traje y corbata similar a las que vestía Santiago Abascal. Un dato chocante, ya que ambos están en las antípodas políticas, pero parece ser que coinciden en el terreno de estilo. Las estampas comparadas y puestas juntas también demuestran la sosería imperante en el armario de los diputados que van por la vida de liso y oscilan entre el rojo agranatado de los líderes de Vox y Bildu al azul soporífero que suele colgarse del cuello Feijóo.

Del aburrimiento rojo y azul al despliegue retro de Mikel Legarda cuya corbata parece sacada de un papel pintado de la casa de 'Cuéntame'. Tampoco salvamos de la quema la de Patxi López, porque parece un logotipo trasnochado de una empresa química.

Lo de Gabriel Rufián y su empeño por llamar la atención, también con sus trajes, es digno de mención. Le gusta saltar al vacío siempre sin corbata. Está feliz y satisfecho con la norma de no atarse nada al cuello, prefiere escayolarlo con un jersey cuando aprieta el frío. Su osadía, además de esperpéntica al ojo, no vale para nada: ni para una película de intelectuales neoyorquinos firmada por Woody Allen ni para disfrazarse de Felipe González en las primeras elecciones democráticas.