El banquete que se celebró dentro del túnel del Metro de Madrid en 1919

Claro que antes de eso, hubo que construir túneles y andenes. Y en esa labor se esmeraron un ejército de trabajadores, que a pico y pala las más de las veces, horadaron los 3,4 kilómetros de distancia entre ambas estaciones. Tan contentos estaban en la empresa de sus resultados, y de los buenos oficios que demostraban los obreros, que habían terminado buena parte de las obras en los plazos previstos, que decidieron darles un homenaje.

Fue en forma de banquete, ofrecido por la Compañía Metropolitana a los operarios que estaban trabajando en la estación de la plaza de Bilbao. Y como eran muchos, y difícil habilitar un salón para tanta gente, optaron por realizar la celebración en el propio Metro. Y dónde mejor que en el túnel, ya preparado, sólo a falta de los raíles. Allí pusieron, pues, numerosas sillas donde los obreros se distribuyeron para comer y beber a la salud de sus patronos, y del Metro de Madrid.

Así queda reflejado en la histórica imagen del archivo de ABC, donde puede verse a un centenar de hombres, caladas sus gorras y boinas, empuñando algunos vasos o directamente las botellas, y levantados varios para brindar por el encuentro. Desde los andenes, casi por encima de sus cabezas, contemplaban la escena algunos directivos de la empresa constructora.

Había cierta retranca contra los munícipes en la prensa del momento en relación a la magna obra. Así lo refleja un reportaje de Fernando Luque en Blanco y Negro, publicado el 2 de febrero de 1919, que narraba una visita a las obras: «Nueve años lleva el ayuntamiento de Madrid abriendo una calle de medio kilómetro de longitud (la Gran Vía); en abrir un túnel de 5 kilómetros bajo esta ciudad, ha tardado una compañía 18 meses».

Recordaba el cronista cómo un «teniente de alcalde, el de Centro, al parecer dijo, tras iniciarse la obra de Sol del Metro, que la plaza se hundía, por una depresión de cuatro centímetros en el pavimento».

Nada menos que el ingeniero Otamendi, uno de los 'padres' del Metro madrileño, fue el cicerone del redactor durante aquella visita. Y avanzando por el túnel, le iba explicando: «En aquel extremo empieza la calle Carretas; y encima de aquel otro, la de Montera». Los pozos de ataque se abrieron en las calles de poco tránsito, para sacar por allí la arena de los túneles sin interrumpir el tráfico.

Una curiosidad que relataba Otamendi: los obreros de Metro gozaban de una excelente salud: «Ahora que la gripe y la bronconeumonía andas sueltas por el mundo, ellos pasan el invierno y el verano con una temperatura media de 16 grados».

La visita de aquel día acabó en la estación de Bilbao, donde todo aparecía ya terminado: los blancos azulejos relucientes en su bóveda, las lámparas eléctricas colgadas, y el pavimento de los andenes, tan parecido al de las aceras de la Gran Vía, listo. Incluso las paredes lucían ya anuncios publicitarios. Sólo faltaban las vías, y los trenes, «coches electromotores tipo sleeping, capaces para 80 viajeros» que estaban «en Norteamérica, donde habían sido encargados».