jóvenes españoles en el extranjero
«España que perdimos, no nos pierdas»
Fueron criados con la idea de que podían comerse el mundo, pero están envueltos en una indigestión que dura ya más de cinco años

Maletas llenas de viejos recuerdos y nuevas esperanzas. Equipaje listo para toda una vida por delante, sí; pero lejos de casa. «Adiós mi España querida» decía un verso que marcó a una generación entera de españoles. El escritor Pedro Garfias pidió desde el exilio a esa España que, como él, tantos otros perdieron: «No nos pierdas». Se marcharon para prosperar pero ansiaban poder regresar. Hoy, una nueva generación hace de nuevo las maletas. Aquí no hay trabajo para la mitad de ellos.
Según los últimos datos de Eurostat, en enero de 2013 el desempleo en España alcanzaba una tasa del 26,2%, sólo superada en Europa por la de Grecia. Si nos detenemos en el desempleo juvenil, se duplica (55,5%). Ese dato, que al menos una vez al mes copa portadas de diarios nacionales, significa que más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo en España. Y sin trabajo, no hay futuro. Se estima que cada semana emigran varios miles.
La crisis ha tenido efectos devastadores. Casi siete de cada diez personas que han perdido su trabajo entre 2008 y 2012 son menores de 30 años.Muchas veces se cumple la máxima de que la última persona contratada es la primera despedida. Fueron criados con la idea de que podían comerse el mundo, pero están envueltos en una indigestión que dura ya más de cinco años. Llenaron universidades, se formaron, pudieron escoger aquello a lo que querían dedicarse el resto de su vida, pero ahora todo eso se ha truncado. Por eso hablan de engaño, mentira o estafa. Parados sí, pero nunca quietos.
Para no volver
La generación de la movilidad, de la Europa de Schengen, se ha convertido en una generación de exiliados. Las estadísticas demuestran que la mayoría de los que se marcharon para formarse en el extranjero, aprender idiomas o sencillamente, ganar en experiencia vital, no regresa.
Alejandro y Anabel tienen 33 y 35 años. Él es informático, ella veterinaria. Llevan más de seis en Inglaterra. Se conocieron en la isla y ahora están casados. Cada uno marchó por distintos motivos, personales y profesionales, cuando aún nadie conocía a Draghi ni había oído hablar de burbuja inmobiliaria, así que ambos tenían claro que se trataba de un viaje temporal.
«Pensé que hablar inglés me ayudaría a encontrar trabajo en España, así que me fui con la idea de trabajar de cualquier cosa durante unos meses para pagarme la estancia», explica Alejandro. Pero los inicios siempre son difíciles. «Despues de un mes de buscar cualquier tipo de trabajo, el dinero se me agotaba». Cuando estaba a punto de volver a España, lo contraron como operario. «Las condiciones no eran muy buenas (largos turnos, salario mínimo permitido por la ley, mucho esfuerzo físico, etc...). Empezar fue difícil, pero algo bueno que tiene este país es que hay oportunidades y si trabajas duro, las puedes aprovechar y verte recompensado».
Oportunidades y posibilidad de mejora: mucho más de lo que ningún español puede encontrar ahora. «Después de un año, encontré trabajo como informático y desde entonces mis condiciones laborales no han dejado de mejorar», señala.
«No nos vamos, nos echan»
«Se van a buscar trabajo porque la situación de empobrecimiento en España no es muy halagüeña. Todo el mundo tiene derecho a hacer su vida y aquí no los dejan». Son las palabras del portavoz de la Plataforma Juventud Sin Futuro (JSF), Eduardo Ocaña. Acaba de lanzar la campaña «No nos vamos, nos echan» , un mapa en internet en el que ese porcentaje de españoles exiliados deja de ser un número para convertirse en un puntito en el mapa. Aunque hay quienes se marchan por «espíritu aventurero», la mayoría lo hace buscando un «proyecto de vida».
El mapa del exilio forzoso español de JSF apenas lleva abierto dos semanas, pero ya acumula más de 4.400 historias. Historias tras una estadística. Y al final, una pregunta: ¿Te gustaría volver? Un sí es la respuesta que más se repite.
«Me encantaría, sin ninguna duda... volver sería perfecto», señala Alejandro. Pero siempre hay un «pero». «No estaría dispuesto a perder las condiciones laborales que tengo aquí y el futuro que Reino Unido me está dando», replica Alejandro. La respuesta de Anabel no difiere: «Aquí si te esfuerzas un poco puedes llegar lejos. Te dan oportunidades de progresar. Me encantaría volver, pero con las mismas condiciones laborales que tengo ahora», insiste.
Almudena, zaragozana, y Álvaro, valenciano, se conocieron y se enamoraron lejos de España. Una beca Erasmus los situó en la misma ciudad, pero llegó la hora de volver. Al poco tiempo, una empresa española se interesó por Álvaro, que acaba de finalizar sus estudios de ingeniería, pero el puesto estaba en Senegal. «Para mí fue como un reto, poder tener acceso a puestos de responsabilidad en lugar de ser el eterno becario», explica Álvaro. «Primero buscamos trabajo en España, en cualquier ciudad en la que pudiéramos instalarnos los dos, pero fue imposible», apunta Almudena. Aunque los principios fueron duros, sabía que ésta era una oportunidad «que no tendría en España». Así que se lanzó. Al cabo de un año, Almudena decidió acompañarlo. Ahora es voluntaria de una ONG española y da clases de español a los senegalese de Dakar, la ciudad en la que viven, y cuenta sus vivencias en un su particular cuaderno de bitácora, un blog al que ha llamado «Senegaleando» .
«Empezar a trabajar en África era un reto chulo», cuenta al otro lado del teléfono y 4.000 kilómetros de distancia. «Si no fuera por la crisis, no nos hubiéramos arriesgado a venir», confiesa. «Hemos asumido un riesgo que no me hubiera gustado tener que asumir». Pero también es gratificante. «Estoy en uno de los países más pobres del mundo, el choque cultural es importante, pero el pesimismo que se respira ahora en España... creo que allí estáis más deprimidos», señala.
Sobre si volverán o no... A los dos les gustaría. Califican su estancia en Senegal como «una experiencia a largo-medio plazo», pero siempre «temporal». «No toda mi vida me la planteo aquí», señala Álvaro, «pero ahora es difícil hacer planes de futuro, ya no sabes si vas a estar en una empresa toda tu vida».
Nosotros formamos, ellos se enriquecen
Médicos, ingenieros, abogados, periodistas, investigadores, enfermeros... El Estado español gastó en 2008 casi tres mil millones de euros en Educación. La partida fue disminuyendo hasta los poco menos de dos mil presupuestados para este 2013. Ese es el dinero que España gasta en formar a sus jóvenes, y es también el dinero que pierde cuando los deja marchar. Hace menos de un mes, la ministra de trabajo alemana, Ursula von der Leyer, decía que los españoles que llegaban a Alemania era un «golpe de suerte» para la economía del país. España los forma, y es en otro países donde generan riqueza.
Marta es ingeniera de Telecomunicaciones, igual que su novio. Los dos vivían en Alicante y, aunque eran mileuristas, tenian suficiente para vivir. A él lo despidieron en junio, «de un día para otro», aplicando el nuevo despido objetivo que permite la última reforma laboral del Gobierno.
Dos meses después Alemania acudió a la llamada. Una empresa de Stuttgart le ofreció un trabajo que le permitiría «ganar en un año lo que en España ganaría en cinco». Mientras Marta vivía en Alicante haciendo malabarismos para llegar a fin de mes, las noticias que le llegaban desde el país germano la entusiasmaron. «Cegada por el sueño alemán, dejé mi empleo y me fui a vivir con él», dice.
Pero «en esta vida no todo es dinero». Marta lleva cuatro meses en Stuttgart y quiere hacer llegar a los jóvenes españoles que «Alemania no es ningún paraíso para ingenieros». Los alemanes, conocedores de la desesperación de los titulados españoles, les ofrecen empleos terriblemente precarios. Como ejemplo, Marta cuenta que le ofrecieron un puesto similar al que desempeñaba en España y en el que tiene 5 años de experiencia. Le ofrecían 800 euros brutos, que una vez pagados los impuestos, se quedaban en 600 euros. También le han ofrecido prácticas en empresas, después de dos años como becaria en España y tres con contrato de trabajo. «¿He venido a Alemania para volver a ser becaria por 400 euros al mes? ¿O quizás para pudrirme trabajando y que no me quede nada para el ahorro?», se lamenta.
«Volver a España... lo pienso cada día, pero, ¿qué tipo de trabajo me voy a encontrar allí? ¿Qué es lo que me espera ahora?». Marta reconoce que su novio, con la suerte de haber encontrado un buen empleo, no quiere marcharse, pero ella necesita trabajar y no sabe «cuánto tiempo más» va a poder aguantar «de ama de casa». La otra opción es separarse de su pareja, buscar un futuro pagando como precio estar lejos de los suyos.
Exiliados antes que precarios
De la misma forma que la prima de riesgo subía, esa que en 200 puntos era grave pero que llegó hasta los 600, los mileuristas que entonces eran precarios se convirtieron en «nimileuristas» afortunados. Los llaman «ni-nis», porque ni estudian ni trabajan. Pero es que no hay trabajo, ni dinero para el estudio.
«Aceptar cualquier empleo, donde sea y para lo que sea, y estar dispuesto a trabajar sin salario». Es el consejo que reciben algunos recién titulados junto a la palmadita en la espalda que los lanza al mundo laboral. Lara, licenciada en Periodismo, llegó a aceptar dos emplos en prácticas en un verano que le ocupaban once horas diarias. Solo cobraba los 250 euros que le pagaban en uno de ellos. «Incluso para trabajar gratis la empresa hizo una selección entre numerosos currículos. Me sentí afortunada de ser la elegida», señala.
Sufrir desempleo antes de los 25 puede dejar secuelas para toda la vida. Según el estudio «The wage scar from youth unemployment» de la Universidad de Bristol publicado en 2012, supone una disminución en los ingresos durante la edad adulta, sobre todo si el paro es prolongado.
El motivo es que «después de una temporada de desempleo, la tentación de coger el primer trabajo que surja puede ser muy fuerte». Además, cuando se supere la crisis, los empleadores apostarán por «contratar a jóvenes que acaben de terminar los estudios, quedándose descolgados los actuales parados». No es de extrañar que proliferen los jóvenes que ofrecen «su mano de obra» a cambio de nada. O de salarios mínimos y contratos precarios. La única alternativa parece ser hacer las maletas.
Borja tiene 26 años, es licenciado en Comunicación Audiovisual y, desde hace varios meses, es también un «londoner» —residente en Londres—. En España ha hecho prácticas de todo tipo e incluso un máster. Ahora trabaja en un bar de la capital inglesa. Pero está contento: es mejor servir copas en inglés.
«Ante semejante crisis lo ideal fue partir, aprovechar la experiencia en el extranjero y aprender inglés, que es la razón de más peso que me motivó a dar el salto», explica. Se mantiene a sí mismo con el dinero que gana y aprende inglés. «Mi familia y mi novia son un elemento fundamental en mi vida, y ha sido bastante duro tomar la decisión de marcharme. Pero a veces uno tiene que sacrificarse para alcanzar un objetivo», apunta.
Ulises del siglo XXI
«Preguntas que cómo me llamo. Voy a decírtelo. Mi nombre es nadie y nadie me llaman todos». Ulises tardó veinte años en poder volver a Ítaca. Tanto fue ese tiempo que perdió su patria. Ítaca no era la misma que dejó, él ya no era el mismo que se fue. Para el exiliado, cualquier tierra es amarga. Como Ulises, quienes dejan su tierra pueden acabar perdiendo su hogar.
Eva María Castro, directora de EC Psicólogos, explica que el que abandona su casa se enfrenta a una nueva situación en la que debe poner en una balanza las ganancias y las pérdidas. De cómo le salgan esas cuentas dependerá su grado de adaptación al nuevo medio. Los problemas de adaptación al nuevo entorno pueden llegar a provocar trastornos con síntomas como fatigas, cefaleas, insomnios... Pero también aculturación y pérdida. Como Ulises, el emigrante puede sentir que no pertenece al lugar en el que vive, pero cuando regresa, sus raíces pueden resultarle desconocidas. «Habrá un periodo de adaptación en el que tanto física como psicológicamente la persona es sometida a numerosos cambios: clima, idioma, horarios, comidas... En la medida en que vaya descubriendo sus propios recursos para adaptarse, la ansiedad irá desapareciendo».
Y hay quien tiene ese fortaleza, quien sabe «ver el vaso medio lleno» desde su nuevo destino. Borja habla de una generación «sin miedo a las fronteras». «Es la generación más abierta y mas internacional que ha habido, sin miedo a irse al extranjero y tener nuevas experiencias. Eso nos convertirá en jóvenes mucho más fuertes, mucho más preparados», dice, con confianza.
Almudena y Álvaro también lo tienen claro. El riesgo que afrontaron al marchar a África «al final compensa». «Hay que ver mundo, ponerse a prueba, todo enriquece», insiste Álvaro. No siente que haya perdido nada marchando de España, más bien al contrario. Almudena va más allá: «Nos llaman generación perdida porque no respondemos a lo que la generación anterior cree que deberíamos hacer. Pero nosotros tenemos otros valores. No todo el mundo tiene que hacer una maleta, pero cambiar las cosas dependerá de la actitud con que afrontemos cada día». Su voz suena diferente cuando recuerda que, en su nuevo hogar, ese que llaman tercer mundo, cada día conoce a personas que quizás mañana ya no estarán. Sobreviven cada día al borde de la muerte. «Estando aquí te das cuenta de que hay problemas que no lo son. Seamos constructivos, hay que reaccionar», dice antes de colgar.
Como Almudena, muchos son los que desde su rincón del mundo quieren seguir formando parte de su tierra. Los que piden a España que no los pierda. Para ponerlos en contacto trabaja Juventud Sin Futuro. «Queremos que sepan que contamos con ellos para crear una nueva España. Cuando el exilio es casi obligado, no es una cuestión de quedarse para luchar. El que se va no es un cobarde individualista», sentencia Eduardo.
El psicólogo Óscar Pérez, de Volmae, radiografía a la nueva generación de emigrantes españoles y concluye que poco tienen que ver con su generación predecesora. «Son jóvenes formados y preparados y su emigración es muy forzada y poco reflexiva. No están acostumbrados a la frustración y por eso emigran, pero las expectativas con las que se van son muy altas y si no se cumplen, la frustración será mayor».
Ayer emigró mi hijo
Muchos de estos jóvenes son hijos o nietos de emigrantes. Sus padres confiaban en que la Universidad sería la forma darles lo que ellos no pudieron tener, asegurarles su futuro. Pero ahora ven como ellos también hacen las maletas. «No es una situación cómoda, porque no estábamos preparados para ello», señala Óscar Pérez.
«Eres de donde vives, no de donde has nacido», señala el psicólogo, quien apunta a que muchos de esos emigrantes formarán familias lejos de España, y tendrán hijos lejos de sus abuelos.
Alejandro y Anabel coinciden en que sus hijos nacerán en Inglaterra. «Me gustaría que mis hijos nacieran aquí y fueran bilingües. Es cierto que cuando crecieran un poquito me los llevaría a España, porque como se vive allí no se vive en Inglaterra», señala Anabel. «No querríamos que echaran raíces aquí. Si las condiciones laborales fueran similares y por lo menos un sueldo decente estuviera asegurado para mí y mi pareja no tengo ninguna duda de que volveríamos…», dice Alejandro. Cuando Darío piensa en sus futuros hijos, en cambio, piensa de otra manera. «España no es un buen sitio para educar a niños». No, al menos, mientras las cosas sigan como hasta ahora.
Juana ha visto cómo dos de sus tres hijos se marchaban de casa. Uno vive en Inglaterra y allí se ha casado. Las cosas le van bien, aunque ella cree que «ha pagado un precio muy alto». «Se fue a aprender inglés y, una vez que lo aprendió, todo cambió en España y ya era tarde para volver», señala al teléfono. «Me alegro de que allí sea valorado y tenga un buen trabajo, pero luego me invade el sentimiento de que su vida la harán muy lejos y formarán su familia lejos de mí».
Otra de sus hijas vive en Bélgica, y por ahora, para ella no está siendo un camino de rosas, así que Juana admite que siente una gran frustración. «No nos hemos sacrificado tanto en la vida para que mi hija gane 800 euros en un trabajo en el que la maltratan. El trabajo que tenía en España era una porquería y ahora parece un premio de lotería. En el extranjero mi hija recupera su valor».
Sus tres hijos han estudiado carreras universitarias y másteres y para costearlos, Juana y su marido han tenido que trabajar día y noche. La tercera de sus hijos sí tiene trabajo en España, aunque en condiciones bastante precarias. «Sigo pensando que invertir en la formación de mis hijos era el futuro», señala, altiva, y entonces señala a los culpables: «Los Gobiernos han fallado, han olvidado a nuestros jóvenes. Les han quitado el futuro y a nosotros, nuestro sacrificio».
Desde JSF tampoco dudan en apuntar a los responsables. «Comparándola con los cien mil millones de euros para salvar a la banca, la partida destinada para el empleo juvenil es nimia», critica Eduardo, quien compara la crisis actual con el crack del 29 y la Gran Depresión norteamericana. En lo que se conoció como «jueves negro», se hablaba de numerosos banqueros e inversores arrojándose por las ventanas de los grandes rascacielos de Manhattan. «Pero yo no veo que ningún banquero esté saltando ahora. Si veo suicidios, es de personas desahuciadas», señala. «Por eso no creemos que esto sea una crisis, sino una estafa», añade.
«Todos sois una generación perdida»
Darío es un valenciano afincado en Cork, Irlanda. Al finalizar la carrera de informática, decidió abandonar el máster que estaba cursando cuando una empresa de videojuegos lo requirió para un puesto en Versalles. Ya había buscado trabajo en Valencia, sin éxito, así que no se lo pensó dos veces. Desde Versalles, todo el equipo se mudó a Cork y desde entonces dice haber conocido a muchos españoles que, como él, «han tenido que dejar familia, amigos y el buen tiempo por tener un trabajo y una vida».
Reconoce que nunca se interesó especialmente ni por la política, ni por las políticas de los Gobiernos, pero «lo que ha ido pasando» lo ha obligado a no quedarse «indiferente». «No tienen razón los políticos que dicen que somos exploradores», señala. Reconoce que es duro estar lejos de casa, «sobre todo cuando hay problemas entre los familiares». Su abuela falleció hace unos meses y no pudo asistir al funeral ni estar con ella sus últimas semanas. «Con los amigos también es difícil, no compartes con ellos experiencias y empiezas a perder cosas que antes compartíais», señala. Otra de las cosas a las que ha tenido que renunciar es al clima español. «Aquí llueve cerca de 300 días al año, y el resto suele estar nublado. El sol se ve tan pocas veces que sin darte cuenta acabas perdiendo el interés en salir a la calle», se lamenta.
Volver a España... lo ha pensado muchas veces. Como todos. Pero mientras la situación no cambie, lo ve imposible. Como todos.
Más de 300.000 jóvenes se han ido de España desde que comenzó la crisis. Alejandro, Anabel, Darío, Marta, Almudena o Álvaro. Son el futuro de España, pero España no les da futuro. Por eso, colectivos como JSF claman por «rescatarlos» a ellos. Como escribió Garfias, que la España que perdieron no los pierda. «Conserva en tu costado el hueco vivo de nuestra ausencia amarga, que un día volveremos, más veloces...».
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