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Baloncesto

El Real Madrid triunfa ante el Olympiacos y vuelve a la final de la Euroliga

Los blancos se imponen a los griegos (87-76) tras una mezcla de genialidad y sacrificio y podrán revalidar título en Berlín

El Panathinaikos pasa a la final tras imponerse al caos organizativo y al Fenerbahçe

Poirier y Milutinov pelean por un rebote durante las semifinales AFP
Pablo Lodeiro Fernández

Pablo Lodeiro Fernández

Berlín (Alemania)

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Lo que había sido un día de pirotecnia, con detenciones, agresividad en las gradas y mucha tensión en la pista, se convirtió casi en un funeral. Quedó tan hipnotizada la grada del Uber Arena con el Real Madrid que incluso los griegos, cantarines como un ruiseñor, enmudecieron por momentos ante la actuación de los blancos. Algunos hasta se durmieron. La afición del Olympiacos solo tenía ganas de irse a casa. Así es el baloncesto de los españoles, que tras una nueva noche mágica en Europa, se clasificaron para la final de la Euroliga.

Solo necesitaron una parte los pupilos de Chus Mateo para evidenciar que están a años luz de los de El Pireo, y por qué no, del resto de equipos continentales. Un aluvión de triples, una intensa defensa y las fulminantes genialidades de sus astros convirtieron una prueba de fuego en un baño de aguas termales. Apretaron los helenos muchísimo en la segunda parte, sí, pero el Madrid, además de disfrutar, también sabe sufrir, incluso le gusta para que no se apague su llama competitiva. Espera el Panathinaikos en la lucha final por el título, un hueso duro de roer, pero hasta la fecha, el Real Madrid aún no ha encontrado un desafío que no pueda superar.

Fue una noche de muñecas afiladas en los primeros minutos. Canaan y Peters provocaron sonrisas instantáneas a los griegos con dos triples de rápida ejecución, pero el silencio se adueñó de la hinchada roja tras los pinchazos de Hezonja, frío como un témpano el croata, mortífero como nadie en Europa. El acierto era tal que al marcador le costaba seguir el ritmo, de hecho cortocircuitó en varias ocasiones durante el primer cuarto. Scottie Pippen, Giannis Antetokounmpo y Bill Murray sonreían, el partido era de alto nivel y el Madrid ya mandaba en el marcador.

La diferencia, al menos en los albores del duelo, era abismal. Los blancos jugaban con una pausa inalcanzable para el resto de los mortales, dominaban todos los aspectos del juego y su pericia era asombrosa. El Olympiacos se esmeraba, pero cometía errores de bulto y era incapaz de frenar a Musa y sobre todo a Tavares. A la fiesta se unió Yabusele, que hacía estragos con su físico, y Causeur, que puso un fantástico tapón para cerrar el primer acto y dejar el electrónico en un apetitoso 28-10 para los españoles.

La batería de triples del Madrid era única, irrepetible, sumó ocho de sus primeros 11 intentos y parecía que el partido ya agonizaba. McKissic se esforzaba en evitar el desplome griego, muy meritorias sus individualidades, pero el resto del Olympiacos estaba grogui, muy dolido en lo anímico por la supremacía de sus rivales. Los minutos volaban pero a los blancos les daba tiempo incluso para hacer malabares, brillante la conexión entre el Chacho y Poirier una vez más. Bartzokas ya no sabía qué hacer y Chus Mateo celebraba con una efusividad inusual en él. Suponemos que se debía a que sus pupilos, al descanso, mandaban por 19.

El Olympiacos volvió enrabietado, con ganas de cortocircuitar el ataque blanco. Y lo consiguió tras certificar un gran parcial. Anotar ya no era un suplicio para los griegos y sus hinchas volvieron a calentarse rápido como un plato de microondas. Y cuanto más amenazaban los helenos con hacer peligrar la ventaja blanca, ahí aparecía Musa, que cuajó un tercer cuarto sublime.

El desenlace comenzó con un triple de Peters, de los mejores del Olympiacos, y el Madrid se dio cuenta de que no podría bajar la guardia ni un segundo hasta el final del encuentro, pues puede que los atenienses no tengan tanta calidad como antaño, pero sí poseen un alma gigantesca. Y fue entonces cuando Mateo dio entrada a Llull, pesadilla de los de El Pireo tras arrebatarles el año pasado una Euroliga que veían suya. El balear sumó varias canastas de alta dificultad, pero Williams-Goss, madridista hace solo unos meses, igualaba la decisión de su excompañero con una actuación muy competente.

Tensos fueron los últimos minutos del duelo, porque la ventaja blanca era amplia pero no definitiva. Incluso había ladridos de perro en el pabellón para darle más misterio a la escena, obra de la unidad canina de la policía alemana, que al principio del día pecó de inocente y al final del mismo quizás se pasó de rosca. Y entre tanta niebla, apareció Musa con un farol, autor de cuatro puntos al contraataque que, esta vez sí, finiquitaron la semifinal.

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