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del agua mansa

Delirios derrochones

ANTONIO PIEDRA

ANDA, que no llevamos siglos hablando de la proverbial austeridad castellana... En cada Semana Santa nos cuelgan el hábito de penitencia como si nos gustara, pero lo cierto es que aquí, en cuanto llega el sábado de gloria, metemos las carracas y los capuchones en el arcón hasta el año siguiente, porque ya lo dice la práctica popular: venga la paz y la paciencia pero lejos la penitencia. Y exactamente es lo que está ocurriendo con los traídos y llevados recortes de la crisis: ya sabemos desde ayer por la prensa escrita que el déficit del Estado ha llegado al 8,9 por ciento porque, oh incongruencia histórica, la proverbial austeridad castellana se ha subido también al guindo. Al guindo de una desviación del 2,59 que aumenta en 137 millones de euros el déficit general.

Son cifras macroeconómicas, claro, pero luego vienen algunos —como los rubalcabas de nuevo cuño, que son los antiguos zapateros del puro cambio en versión mayestática—, asegurando que quieren meter mano a la crisis, pero a su modo. Como aquella reforma ejemplar de la justicia que ya propuso Segismundo en la jornada II de La vida es sueño y que ha llegado a ser el paradigma de la inmovilidad política: «Nada me parece justo/ en siendo contra mi gusto». Pues aquí lo mismo. Hay que hacer recortes, pero sólo los que cuadren con mi porte. Así que ahí tenemos a la otra Soraya de Valladolid —la que quiso hacer navegable el Pisuerga para desatascar el tráfico entre la Rondilla y el Camino viejo de Simancas— diciendo sí con la boca chica pero con la grande anunciando recursos de inconstitucionalidad a diestro y siniestro porque los recortes del Gobierno no son los suyos. ¡Qué lío!

En resumidas cuentas, que la leal oposición viene a decir con actos que enmudecen la lengua y levantan el puño, que la austeridad es poco menos que una mandanga y una ruina. Así que, como son tan ilustrados como ilustrativos, aplican a pies juntillas lo que aconsejó el marqués de Santillana cuando un recorte de lo que fuera había que convertirlo en virtud o una especie de agravio personal: «sobre cuernos, penitencia». Es decir, que la penitencia dura lo que los cuernos en la casa de la honestidad: la puntita y nada más. Y es que es tan dura la sobriedad castellana que hay que echarle pimienta como sea al placer del derroche.

Esto mismo —sobre cuernos, penitencia— pudieron comprobarlo algunos históricos del sindicalismo castellano y leonés cuando, en el pasado mes de abril, Cándido Méndez hizo mutis por foro al no acudir a la justa demanda judicial interpuesta por sus compañeros de sindicato. Veremos si el próximo 25 de mayo, que es la fecha señalada por la jueza, se digna dar la cara a ese recortazo de las garantías esenciales de unos históricos tan legítimos que no han tenido otro remedio que plantarse. Mal augurio, pues el ere que el millonario Ricardo Martínez acaba de lanzar en Madrid sobre los trabajadores de la UGT —¡tú también, hijo mío!— abunda en los delirios derrochones de La vida es sueño: recortes parecen justos/ si coinciden con mi gusto.

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