Empresarios de la guerra
El Ejército revolucionario libio se apoya en hombres de negocios del este del país

La hilera de siete zanjas en el cementerio de Bengasi va recibiendo uno a uno los cuerpos de los últimos fallecidos en la guerra civil que enfrenta a los rebeldes contra el Ejército leal a Muamar Gadafi. Solo una de las tumbas es cubierta por una corona de flores con una cinta en la que aparece el nombre de quien las ha mandado: el general Abdelfatah Yunes. Los llantos, los abrazos y las manifestaciones de duelo son mayores en ese preciso lugar. Un hombre de traje saca una pistola y realiza varios disparos al aire instantes antes de que los presentes, varios centenares, empiecen a rezar. ¿Quién está ahí enterrado?
“El mártir Abdelkader Halloum, nacido en 1988 y fallecido el 9 de abril de 2011 en Ajdabiya”, dice la placa blanca con letras negras que colocan los operarios tras echar la tierra sobre el cuerpo. Se suceden más disparos, más gritos y más alabanzas. Un niño de camiseta amarilla que lleva todo el funeral llorando sin consuelo se sienta en la tierra roja y se recoge la cabeza entre las manos mirando fijamente la tumba. Es Fahed, de 13 años, el hermano pequeño del fallecido. Intentan llevárselo los mayores, pero se resiste.
El hombre de traje que ha sacado la pistola es Abderrahim Halloum , el padre de familia. Es el centro de todas las condolencias junto con los otros hermanos del “mártir”. Halloum es un conocido empresario de Ajdabiya , ciudad escenario de intensos combates en las últimas semanas, que decidió el pasado febrero apoyar la revolución con la que los libios quieren poner fin a más de cuatro décadas de dictadura de Muamar Gadafi. Construye tuberías para agua e instalaciones petroleras, pero ahora, como otros en la región, está en manos de las autoridades de lo que ellos consideran la “Libia liberada” para lo que haga falta.
Hallum, de 50 años, se ha reunido varias veces con el máximo responsable militar de los rebeldes , el general Abdelfatah Yunes, ese que, en agradecimiento por los sericios que está prestando, ha mandado la corona de flores para su hijo muerto. Yunes es además el ex ministro de Interior de Gadafi. “Tengo la impresión de que nuestro Ejército está en buenas manos con él”, señala. “Lo acompañé uno de los días al frente de Brega y fui testigo de cómo no se inmutó cuando nos atacaron los de Gadafi”. Habla de Yunes como un héroe. Igual que de su hijo.
“Conozco bien la zona. Mucho mejor que algunos de los que están en el frente. No solo ayudo a los militares, colaboro con todo lo que sea la revolución”, explica, sin querer dar demasiados detalles sobre cuál es exactamente su contribución en ese nuevo Ejército de liberación. “Hacemos llegar al frente comida o las armas que nos traen para que sean distribuídas”.
“Las instalaciones de mi empresa, con unos 150 empleados, ha sido prácticamente destruida en los combates”, reconoce Halloum bajo la carpa instalada en el jardín de una casa a las afueras de Bengasi donde no deja de recibir el pésame de decenas de personas que van y vienen. De un edificio adjunto salen los llantos de las mujeres que, siguiendo la tradición musulmana, no han acudido al cementerio y comparten su dolor por separado.
“Somos una familia rica, tenemos visado Shengen en nuestros pasaportes, pero queremos libertad”, explica en un buen inglés Said, el mayor de los hermanos Halloum, de 25 años. Estaba junto a Abdelkader en la calle Estambul de Ajdabiya pasadas las dos de la tarde del sábado cuando una bala en la frente dejó seco a su hermano en una esquina. “Tardamos veinte minutos en recuperar el cuerpo porque las milicias de Gadafi trataban de hacer blanco sobre nosotros también. Tuvimos que regresar armados para llevárnoslo”. El entierro se celebra en Bengasi, a 160 kilómetros, por imposición del guión bélico.
Abdelkader completaba sus estudios en Gran Bretaña. Al mismo tiempo llevaba a cabo viajes de trabajo al extranjero como responsable de la empresa familiar. Pasaba mucho tiempo fuera de Libia. Acababa de regresar de Alemania cuando estalló la revolución el 17 de febrero y, para apoyarla, decidio quedarse. Para siempre.
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