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TEATRO

Despedida con Calderón

Eduardo Vasco, director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, deja el cargo con un nuevo montaje de «El alcalde de Zalamea» de Calderón, que representará en febrero en Valladolid

J. G. ANTUÑANO

En los casi siete años que Eduardo Vasco ha estado al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) las líneas de programación se han caracterizado por dos notas dominantes: la apertura del repertorio a los siglos XV y XVIII, rompiendo el constreñimiento al Siglo de Oro; y la alternancia de títulos incontestables de Calderón, Lope o Tirso, con otros menos conocidos, mostrando su gusto por las comedias amenas, amorosas y con atisbos eróticos de Lope, tales como La moza de cántaro o La noche de San Juan, que representan respectivamente un claro ejemplo de textos gozosamente recuperados o merecidamente olvidados.

Sin embargo el director titular de la compañía, para su despedida, ha escogido una de las obras emblemáticas de la dramaturgia calderoniana, El alcalde de Zalamea, que subirá al escenario del Calderón de Valladolid entre los días 24 y 27 del mes de febrero. Quizás, no esté de más recordar, que Vasco ha compartido direcciones de montajes con otros compañeros, Helena Pimenta, Ernesto Caballero, Natalia Menéndez, Laila Ripoll, Álvaro Lavin, Carlos Aladro y otros, ¿entre ellos se encontrará su sucesor? La respuesta en el mes de septiembre, cuando una comisión elija al nuevo titular.

Elegante proximidad

Adelanto que la escenificación de El alcalde de Zalamea, es uno de los mejores trabajos realizados por Vasco. Parte de una versión propia, respetuosa con el texto y aligerada, que fluye con naturalidad de principio a fin, con un crescendo que desemboca en el acto tercero. Suprime cierta ampulosidad y exceso de elementos retóricos, que existen en algunas escenas calderonianas, en busca de una elegante proximidad al espectador de hoy.

En la puesta en escena, uno de los aciertos se basa en el estudio de la naturaleza de cada personaje, huyendo de los arquetipos o de la presencia grandilocuente y exagerada de algunos de los principales. Por ejemplo, puede sorprender el tratamiento que da al alcalde: no es la contrafigura de los personajes nobles (capitán, rey o enviado del rey), sino que, en todo momento, es un hombre rural y sencillo, al que le corresponde gobernar su pueblo. La dignidad del cargo no envuelve al personaje en la prototípica impostura, sino que desde su condición imparte justicia, se emociona y contrapone en su humildad, el deber con el afecto hacia las personas queridas. Reviste, en una palabra, al alcalde de humanidad, sin que por ello se rebajen los pasajes cumbres que le corresponden, interpretado por un magnífico Joaquín Notario.

Esta articulación de los personajes y la oportuna introducción de elementos costumbristas, le permiten ofrecer un enfoque nuevo: el aíre trágico no pesa desde el principio y la acción dramática se desarrolla de forma espontánea, con algunos momentos cómicos que alivian la tensión, y con pinceladas costumbristas que enriquecen la escenificación. Es posible que esta nueva relectura, muy limpia, rompa a algunos espectadores clichés del teatro clásico, pero no falta nada.

Destaca, asimismo, la unidad de estilo, la forma orgánica de decir el verso, uno de los logros de la CNTC en la etapa Vasco, fruto de la intención del director y del trabajo continuo de Vicente Fuentes, como asesor de verso, que se observa en todos los montajes de la compañía. La sobriedad escenográfica, impuesta por el director para facilitar la gira de las propuestas por los teatros de España, preside este alcalde, donde la no ilustración de los lugares se remplaza por la delimitación de espacios, a través de la palabra, las acciones o los movimientos de los personajes, con el apoyo de la luz.

Armonía

Mucho se ha conseguido en estos siete años de continuidad, entre los logros destaco la armonía: los montajes podrán gustar más o menos, pero el espectador que acude al Clásico, siempre encontrará un trabajo digno, claro en su comprensión y resuelto con solvencia por unos actores compenetrados entre sí. La creación de dos elencos estables muy equilibrados, aunque destaquen Notario, Querejeta, Albadalejo o Pedroche, y la creación de la Joven Compañía, ahora con un futuro incierto, han sido dos aciertos, que es de esperar que no se vean afectados por las novedades del futuro director, ni los recortes económicos.

El nuevo responsable debería comenzar en el punto en el que se encuentra la CNTC e innovar a partir de ahí. También al sucesor de Vasco, le corresponderá lidiar con el cáncer de la compañía, los técnicos que con prebendas laborales de ensueño, sueldos fuera de mercado y continuas reivindicaciones sindicales amenazan con echar por tierra los logros del Clásico.

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