COSAS MÍAS
Quiero un referéndum
Al progresismo le gustan los referendos siempre que pregunten por aquello que ellos quieren o por lo que quiere determinado sector de los votantes
Edurne Uriarte
Mis tentaciones de exigir referendos para cambiar algunas de las normas políticas básicas de este país son crecientes. Como única manera de hacer entender a la izquierda populista lo que podría ocurrir en España si la derecha optara igualmente por esa misma vía de exigir ... consultas sobre todo aquello que no le gusta. Y si esto que ahora pasa con la Monarquía, el referéndum que la extrema izquierda y los republicanos exigen con la comprensión de la izquierda moderada, se trasladara a otros asuntos.
Y no lo digo para hacer recapacitar a la extrema izquierda que poco entiende de las reglas de la mayoría y de la minoría, de los consensos, de la legitimidad de quienes ganan las elecciones o de la democracia indirecta como base de toda democracia. Lo digo para hacer pedagogía con la izquierda moderada, tan propensa a entender el discurso de la extrema izquierda y tan incapaz de superar, aún en 2014, la memoria de la Guerra Civil. Ahora con este debate sobre el referéndum que no piden pero sí comprenden puesto que toda consulta a los ciudadanos, toda práctica de democracia directa, dicen, sería un mecanismo de reforzamiento de la democracia.
Argumento, el anterior, según el cual un referéndum sobre la propia democracia, si autoritarismo o democracia, también debería considerarse un perfecto mecanismo de democracia directa que reforzaría el sistema democrático. Pero, sin necesidad de ese extremo pedagógico tan demoledor, a todos se nos ocurren una multitud de asuntos susceptibles de ser consultados a los ciudadanos españoles. El Estado de las Autonomías, por ejemplo, ahora que suben en las encuestas los partidarios de un Estado centralizado sin autonomías, nada menos que el 22% en la última encuesta del CIS, a los que hay que sumar el 10% que quiere restar competencias a las autonomías. Un referéndum sobre la reducción de impuestos también tendría un gran éxito popular. Y algo parecido ocurriría si se planteara un referéndum sobre la reducción del tamaño de la Administración Pública o del número de funcionarios. Y lo anterior incluiría, a su vez, otro sinnúmero de referendos, dadas las diferentes ideas que circulan sobre la reducción del Estado. Desde la privatización de algunos servicios públicos hasta la eliminación del Ejército.
No me cabe duda alguna de que esa misma izquierda que respeta los deseos de un referéndum sobre la Monarquía, abominaría, sin embargo, de las posibles consultas anteriores. Porque introducirían inestabilidad en nuestro sistema político, porque podrían debilitarlo, porque alimentarían el conflicto, porque romperían consensos básicos, etc, etc. En otras palabras, que al progresismo le gustan los referendos siempre que pregunten por aquello que ellos quieren o por lo que quiere determinado sector de los votantes, en este caso, de la extrema izquierda y del nacionalismo, principalmente. Una contradicción que al progresismo le molesta poco porque tiene la suerte de que las pulsiones populistas de la derecha son bastante menores que las de la izquierda, de ahí que por el momento no se haya dejado vencer por la tentación con la que iniciaba este artículo.
Y no por esa cantinela de que la derecha sea inmovilista y la izquierda promotora del cambio, sino porque una derecha partidaria del mantenimiento de los grandes consensos aplaca las tendencias populistas de su electorado mientras que la izquierda los alimenta. Ahora, de nuevo, con la Monarquía.
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