Manuel Valls, los desafíos de un socialista que no lo parece
El carismático y controvertido nuevo primer ministro francés afronta su mandato con los difíciles retos de enderezar la economía, cohesionar al socialismo y mantener intacta su popularidad

Cuando el presidente francés, François Hollande , anunció ayer en un discurso televisado el nombramiento de Manuel Valls como nuevo primer ministro no sorprendió a nadie. El hasta ahora ministro del Interior se ha convertido en un actor dominante de la escena política y el único en las filas del Gobierno que disfruta de una gran popularidad. Es eso lo que busca en él un Hollande tocado, recuperar la simpatía de un electorado que ha mostrado en las municipales del pasado domingo su rotundo suspenso a la errática política del presidente.
Nacido en Barcelona en 1962, Valls ha conseguido cultivar como responsable de Interior una imagen de dureza y solvencia que, si bien suscita recelos en amplios sectores de la familia socialista, le ha llevado a convertirse en el ministro mejor valorado del Ejecutivo, hasta el punto de que ha conseguido que su estrella emergente despunte por encima de las cenizas de un equipo totalmente desacreditado.
Su firmeza en la persecución de la inmigración irregular, de la que el caso de la niña gitana Leonarda Dibrana deportada a Kosovo fue el paradigma, lo ha encaramado a lo más alto de las encuestas y hoy día parece el único político socialista capaz de frenar el avance del Frente Nacional de Marine Le Pen , que drena de manera incesante los que hasta la fecha habían sido fieles caladeros de votos del socialismo francés. Sin duda, este ha sido uno de los factores que más ha pesado en la decisión de Hollande de convertirlo en el jefe del Gobierno.
Sin embargo, es precisamente ese rasgo el que despierta muchos reparos en el seno de su partido, donde amplios sectores consideran que Valls ha rozado con su gestión las fronteras de la xenofobia y ha atentado contra los valores tradicionales de la izquierda. Él lleva años rebelándose contra lo que considera rancios corsés. «El Partido Socialista Francés corre el riesgo de morir asfixiado por su visión arcaica del mundo», afirmó hace ya tiempo.
Apoyo en los Ayuntamientos
Lo cierto es que desde su nueva responsabilidad, Valls estará obligado a un esfuerzo adicional para cohesionar el mayor número de apoyos posible y erigir así un frente común frente a las fuerzas de derecha. Como ya dejó claro ayer Hollande en varios guiños de su discurso, una de las prioridades será la de incluir a los ecologistas en el nuevo gabinete. Los verdes se han convertido en un aliado imprescindible para que los socialistas mantengan el control de muchos Ayuntamientos en los que han salido malparados tras los últimos comicios.
El otro frente abierto por el que se desangra el presidente Hollande es el de la economía, una hemorragia que Valls está llamado a contener. El sostenido incremento de la presión fiscal implantado por Hollande no ha servido para frenar el aumento del paro, que roza ya el 11%, una cota desconocida en la historia de Francia. El presidente prometió ayer una rectificación de su política económica y una reducción de impuestos a los trabajadores que su nuevo primer ministro tendrá que llevar a la práctica. Su misión será hacer eso compatible con el plan de recorte del gasto de 65.000 millones de euros anunciado por el presidente en enero, un reto mayúsculo para el que el plan pasa por un gran pacto con el sector empresarial para la creación de empleo, un objetivo que esquiva al presidente desde que se instaló en el Elíseo hace ya casi dos años.
La magnitud de sus desafíos puede suponer la prueba de fuego en la carrera política de Valls. Como demuestra el caso del defenestrado Jean-Marc Ayrault, el puesto de primer ministro es de máximo riesgo por el enorme desgaste al que expone, pero puede ser también el trampolín definitivo hacia la Presidencia de la República, como sucedió en los casos de Jacques Chirac o Nicolas Sarkozy. Valls nunca ha escondido su ambición. Ahora le llega la hora del todo o nada.
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