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Caló desde la «a» hasta la «z»

Mande (yo), nápias (narices), canguelo (miedo), currelo (negocio), sobar (dormir), camelo (engaño), chaval (chico)... Quizá no hayamos oído nunca estos vocablos, o si los escuchamos en seguida los hemos asociado a la jerga popular. Nada más lejos de la realidad. Todos son vocablos del idioma germanesco o caló, llamado también romaní, una lengua mixta de base gramatical española y vocabulario gitano hablado en su momento por las personas de esta etnia que se asentaron en España.

Estas palabras son algunas de las 3.500 recopiladas en el diccionario «Español-Germanesco, Germanesco-Español» editado por la Diputación de Palencia y de cuya elaboración se ha encargado el médico Enrique de Soto Toledano.

Hasta las manos de este curioso otorrinolaringólogo, que se jacta de ser «muy puntilloso» y «buscarle las vueltas» a todo lo que cae en su poder, llegó hace unos años de manos de un dermatólogo amigo suyo un opúsculo escrito a maquina en un cuaderno de anillas con unos pocos vocablos. Poco a poco, con paciencia. el autor fue aumentando la relación de términos y expresiones gitanas hasta dar forma a este diccionario.

Información confusa

Aunque confiesa no haberle sido muy difícil iniciar la investigación, «hoy en día internet te facilita mucho la tarea», lo cierto es que encontró mucha información confusa: «No hay muchas referencias y las que a veces se encuentran son equívocas o existe una gran diferencia entre una fuente y otra». Un libro de José María Pabanó, iniciador de la divulgación del idioma gitano junto a Tineo Rebolledo, le sirvió de guía.

Para buscar las raíces del romaní en España hay que remontarse al siglo XV. Aunque no existe ningún testimonio de ese romaní ibérico, se cree que la lengua madre no difería en esencia de la que aún hoy todavía se sigue hablando, por ejemplo, en los Balcanes, aunque -explica Enrique de Soto en su libro-, «naturalmente con diferencias léxicas y un carácter más arcaico».

El autor explica en el prólogo del diccionario que la convivencia de este idioma con la fonología y la sintaxis del castellano dio origen, con el paso del tiempo, al denominado como caló, donde se retuvieron ciertas palabras romaníes específicas, muchas de las cuales pasaron al español coloquial.

Sin embargo, aunque se tiene constancia de la presencia del caló en el siglo XV, no se han hallado manuscritos del idioma hasta el siglo XVIII. De hecho, el caló comienza a ser más común en los sainetes y obrillas del teatro costumbrista de esta centuria, como en las del gaditano González del Castillo. Esta ausencia de manuscritos -el primero del que se tiene constancia y que actualmente se conserva en la Biblioteca Nacional lleva por título «Jerigonza»- quizá es debida, explica este autor palentino de adopción, a que durante la época de los Reyes Católicos hubo un cierto obscurantismo en este idioma, «incluso llegaron a amenazar a los pobladores de etnia gitana con cortarles las orejas si lo utilizaban».

Puede que por ello, y también porque los propios gitanos no se han encargado demasiado de su conservación -denuncia De Soto-, el caló prácticamente se ha perdido. conservándose únicamente los vocablos que se han «rescatado» para el castellano.

Aunque el autor duda de que generaciones futuras trabajen en su conservación -actualmente dice que no conoce a nadie que lo hable-, él quiere poner su pequeño granito de arena «para que la riqueza de este lenguaje no se pierda» ya que, recuerda, «el idioma es una de la raíces de identidad de un pueblo».

La obra, comenta, ha tenido una gran acogida entre los miembros de la Fundación Secretariado Gitano de Palencia, aunque de momento no se propone ampliarla, ya que le gusta «tocar» otros muchos «palos». De hecho, de su autoría son otras dos obras que nada tienen que ver con este diccionario: un «Glosario de términos culinarios» y el libro de autoayuda «La Serpiente de Fuego».

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