Guerra total en Gaza
EL ejército israelí ha entrado en Gaza con toda su potencia, como expresión dramática de un gran fracaso. Fracaso de los propios palestinos -al menos de una parte muy relevante de ellos- que demuestran que no han sabido salir del círculo infernal de la violencia y el yihadismo extremista, ni dejar el menor resquicio para una paz negociada. Fracaso de aquellos que deberían haber impuesto esa negociación desde la comunidad internacional, incluyendo a Estados Unidos, cuyo presidente saliente prometió que habría una solución para Oriente Próximo antes del final de su mandato, o de la Unión Europea, que ha invertido ingentes esfuerzos diplomáticos y millones de euros en la zona para no recoger más frutos que los de la amargura. Y fracaso finalmente para Israel, porque no ha conseguido entablar con sus vecinos más relación que la regida por la fuerza y, aunque sus medios militares son infinitamente más poderosos que los de los palestinos, hasta ahora nunca le han servido para proporcionarle la seguridad que anhela, como muy probablemente volverá a demostrarse después de esta operación.
La Franja de Gaza es un lugar espantoso. Prácticamente no es más que un gigantesco campo de concentración. En agosto de 2005, Israel expulsó por la fuerza a sus colonos y se retiró unilateralmente, dejando a los habitantes de Gaza el gobierno de sus propios intereses. En muchos aspectos, la actitud de las autoridades israelíes no ha contribuido a facilitar las cosas, pero por otro lado los palestinos han recibido sumas ingentes de ayuda económica incondicional que habrían podido ser utilizadas de forma constructiva. El resultado de la experiencia ha sido una catástrofe: en las primeras elecciones, los ciudadanos rechazaron a la autoridad que prometía una solución negociada y prefirieron a un grupo terrorista -Hamás- que acto seguido expulsó a todos sus críticos del territorio, para dedicarse a planear actividades hostiles contra Israel y sus ciudadanos, enviando misiles que si no causan más víctimas es porque todavía no han logrado mejorar la tecnología para ello. Tres años y medio después, los carros de combate israelíes vuelven a aplastar el territorio sitiando a los centros neurálgicos de la Franja. Los palestinos de Gaza están peor de lo que han estado nunca, tratando de sobrevivir entre escombros y bombas. La paz está más lejos para todos.
Desde todas partes del mundo se elevan nuevamente voces pidiendo una tregua y proponiendo distintas fórmulas para enviar una fuerza de interposición. Desde el punto de vista israelí, la cuestión ha sido siempre muy clara: sólo se aceptan sugerencias de los que puedan acompañarlas de garantías militares suficientes. Es decir, Estados Unidos tiene mucha influencia en la política israelí porque llegado el caso es capaz de proporcionar un apoyo militar decisivo para un país pequeño y rodeado, pero ni puede ni quiere enviar tropas sobre el terreno. Europa, sin embargo, no será nunca influyente para orientar la situación mientras no pueda poner soldados detrás de sus buenas intenciones y, además, con un mandato real y no para hacer lo mismo que hace la ONU en el Líbano, donde sus «cascos azules» separan a los contendientes, pero no amenazan a ninguno y se retiran en cuanto suena el primer disparo. Israel nunca aceptará una misión internacional en Gaza si sólo sirve para que Hamás prepare más reposadamente sus cohetes.
La destrucción y las muertes inútiles son por ahora el único efecto de esta ofensiva. Israel dice que sólo pretende eliminar a los factores terroristas, en cuyo caso haría un gran favor también a los propios palestinos. Pero hay razones para dudar de si el resultado de su demostración de fuerza será ese o precisamente el contrario. La experiencia de su última incursión en Líbano no cambió en lo esencial la situación allí; los terroristas de Hizbolá tienen todavía a soldados israelíes prisioneros y el Gobierno sufrió una humillación devastadora. La legitimidad de una operación como la que Israel ha lanzado en la franja de Gaza está llena de matices y, finalmente, el más importante de todos será el fruto que se obtenga de una opción tan arriesgada como difícil. Militarmente, los generales han aprendido algunas de las lecciones del desastre del Líbano, pero lo que debería haber planificado Israel no es sólo la parte militar de esta operación, sino sobre todo el próximo paso. Una vez que sus carros de combate y sus tropas han completado el cerco de Gaza, ¿qué sucederá? ¿Cómo logrará que este dolor que está infligiendo a los palestinos no se convierta en más odio y en más generaciones conjuradas contra la paz?
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