pRIMERA gUERRA mUNDIAL
«Veo esa guerra de otra manera»
Dos bisnietas de uno de los fusilados por los alemanes en Lieja en la I Guerra Mundial relatan los recuerdos familiares de ese episodio
JOSEP MARIA AGUILÓ
«España no participó en la Primera Guerra Mundial , pero la perdió», afirma en Crónica de la muerte ignorada (Ensiola Editorial) el escritor Llorenç Capellà. El libro analiza en profundidad las reacciones políticas tras los trágicos sucesos de Lieja de agosto de 1914 , ... pero va más allá de los mismos. Según el autor, el país no aprovechó los cuatro años de neutralidad para intentar modernizar sus estructuras, sino que «permitió o fomentó el aventurismo empresarial y consintió el aumento de la corrupción hasta el punto de difuminar los límites de la ética. El caso de Lieja fue tratado con escasa altura moral».
Capellà destaca que el periodista mallorquín Miguel de los Santos Oliver fue uno de los primeros intelectuales en denunciar, en el diario ABC, la inicial actitud de desinterés del Gobierno español para intentar averiguar lo sucedido. Esa desidia se hace aún más dolorosa si se tiene en cuenta que desde el primer momento hubo testimonios absolutamente fidedignos de que cinco compatriotas originarios de Mallorca que trabajaban en una tienda de comestibles y vinos habían sido fusilados por tropas alemanas poco después de su entrada en la citada ciudad belga.
La presencia de emigrantes isleños en algunos países europeos no era un hecho meramente anecdótico o casual en aquella época. El historiador Antoni Marimón recuerda ahora que a partir de la segunda mitad del siglo XIX hubo una importante emigración de mallorquines a diversos países de Europa y de América. Tanto en un caso como en otro, muchas de esas personas eran naturales de la pequeña localidad de Sóller, integrantes de una pequeña burguesía alfabetizada y dedicada al comercio. En Europa, sus destinos preferidos fueron Francia, Suiza, Bélgica e incluso Alemania, a los que habría que añadir Argelia. En América, se instalaron principalmente en Puerto Rico, Cuba y México, pasando en algunos casos de comerciantes a latifundistas.
Marimón añade que las primeras tiendas que los mallorquines de Sóller abrieron en Francia, en la zona de la Provenza, «vendían al principio sobre todo fruta». La prosperidad de este tipo de negocios hizo posible que con el tiempo se fueran abriendo poco a poco nuevos comercios en las inmediaciones de París o en distintas ciudades de Bélgica o de Alemania.
La publicación de «Crónica de la muerte ignorada» ha coincidido de manera puramente casual con el centenario de los hechos que ahora se conmemoran. Capellà estuvo trabajando de manera intermitente en este proyecto durante bastantes años. «Se trataba de una historia poco conocida, llena de dolor, que no se me iba de la cabeza», añade el autor, que se define a sí mismo como un «buscador de historias». Los testimonios familiares directos no han sido fáciles de conseguir, no sólo por el tiempo transcurrido, sino además por circunstancias añadidas poco comunes, como el fallecimiento temprano de muchos de los descendientes o la marcha de otros al extranjero.
Ellos eran Oliver, Jaime y Antonio
Los dueños de la mencionada tienda de Lieja eran los hermanos Oliver, Jaime y Antonio, naturales de Sóller. Ambos tenían poco más de 40 años de edad. La viuda y el hijo de Jaime emigraron a América poco después del suceso, se cree que a Puerto Rico, pero tampoco existe una seguridad absoluta en este sentido. Por su parte, la viuda de Antonio, Rosa, regresó a Sóller con sus tres hijos, Jaume, Pere y Antoni, que eran niños cuando todo pasó.
La trayectoria vital de estos tres hermanos, también ya fallecidos, ha sido algo más fácil de seguir pese a todo. Se sabe, por ejemplo, que Jaume regresó a Bélgica ya de adulto o que se casó y tuvo dos vástagos, Jaume y Rosita, que no tuvieron descendencia y que murieron hace ya algún tiempo. En cuanto a Pere, también volvió a Bélgica, se casó y tuvo un hijo, Toni, que a su vez fue luego el padre de dos gemelas, Ventura y Margalida, que son las que han aportado ahora su testimonio personal para este reportaje. Por lo que respecta a Antoni, parece ser que al igual que su tía y su primo se habría marchado también a Puerto Rico.
Mucho más difícil resulta intentar conseguir algún testimonio de descendientes directos de los tres dependientes de la tienda de comestibles que también fueron fusilados, Juan Mora, Jaime Llabrés y José Niell. La edad de los tres se situaba en torno a los 20 años.
Cuando Ventura y Margalida nacieron, en 1977, su abuelo paterno Pere había ya fallecido, así que sólo conocieron personalmente a su viuda y abuela suya, también llamada Ventura. Margalida explica que en la familia siempre se ha hablado «muy poco, de manera puntual y sin detalles» de lo que pasó en Lieja. «Sólo nuestra abuela y la tía Rosita nos hablaban alguna vez de ello, pero nuestro padre nunca nos contó nada», añade. Su padre murió hace ya doce años. Siendo niñas, la abuela resumía a sus dos nietas con unas pocas palabras lo que había sucedido: «Los alemanes mataron al padre de vuestro abuelo en un callejón». Margalida recuerda que la mujer guardaba en un armario una caja con recortes de periódico. En uno de esos viejos papeles, del semanario Sóller, aparecía la noticia del fusilamiento ocurrido en Lieja.
«Esta historia me ha abierto un mundo»
Por su parte, Ventura no duda hoy en señalar que esta historia familiar le interesa mucho. «Sin embargo, por falta de tiempo o de recursos, o de no saber dónde ir para buscar más información, se me ha hecho difícil conseguir nuevos datos», señala, al mismo tiempo que valora muy positivamente el libro recién publicado por Capellà. «Me ha abierto un mundo, pues me ha permitido conocer, por ejemplo, el tipo de negocio que regentaba mi bisabuelo o el modo de vida que la familia llevaba allí, con el comercio ubicado justo al lado de la casa en la que vivían todos», prosigue. En este contexto, Ventura dice que podría afirmarse que «económica y socialmente eran personas que tenían un prestigio».
Ambas hermanas reconocen que en la actualidad no saben nada de los familiares que décadas atrás se instalaron en América. «Nos gustaría conocer a la familia de Puerto Rico para poder hablar de todo», afirma Ventura, quien considera que cuando uno se hace mayor cambia y quiere conocer cuáles son sus raíces. «Ahora veo la Primera Guerra Mundial de otra manera y cuando pienso en Bélgica lo hago en relación a nuestra historia familiar», concluye.
Entre los españoles que hace cien años perdieron una guerra en la que nunca participaron, se encontarían, sin ninguna duda, aquellos cinco comerciantes mallorquines que fueron fusilados, junto con otras doce personas más, en una trágica y oscura noche de agosto en Lieja.
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