Bolinaga, más de 500 días en libertad, los que duró el infierno de Ortega Lara

El asesino de tres guardias civiles y secuestrador del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara sufrió un «fuerte bajón» poco antes de las pasadas fiestas de Navidad y sus paseos por las calles de Mondragón son ya más esporádicos, relatan testigos. Pero hasta hace no mucho el etarra se dejaba ver casi diario -algunas veces con bastón y otras sin él- en compañía de una asistenta, algún familiar o amigos de su cuadrilla por bares de su barrio o visitando alguna librería de la localidad guipuzcoana. También era habitual verle charlar con vecinos. Ahora apenas sale de casa si no es para ir al hospital, salidas que durante estos meses pasados se han venido produciendo con una frecuencia más o menos quincenal y que, según ha podido saber ABC,han sido autorizadas en todos los casos (la última vez hace unos días) por el juez central de Vigilancia Penitenciaria, José Luis Castro.

Desde su excarcelación por orden de este juez, lo que posibilitó la concesión del tercer grado a cargo de Interior, ver a Bolinaga por las calles de Mondragón ha suscitado la indignación de víctimas del terrorismo. No es el primer preso etarra que está en libertad como consecuencia de la grave enfermedad que padece, pero en él se han dado una serie de circunstancias que visualizan la maldad de ETA a lo largo de cincuenta años de terror. El rostro de Jesús María Uribetxeberria evoca la imagen de un Ortega Lara agónico saliendo de la «tumba» donde el terrorista le mantuvo enterrado en vida 532 días. E indignó más cuando a su llegada a Mondragón, en octubre de 2012, recibió el homenaje de los filoetarras. Ni en el presunto umbral de la muerte ha mostrado signos de arrepentimiento por sus crímenes, al menos públicamente. Una cámara oculta de Intereconomía dejó grabada para la memoria colectiva el testimonio espontáneo de un pistolero que reconoce el mal, pero no se arrepiente. Veraz fuente de información para los historiadores. Además, los sucesivos informes médicos solicitados para determinar si la enfermedad de Bolinaga podía o no ser tratada en prisión han sido contradictorios, a veces incompletos y en no pocas ocasiones, ambiguos. Si a ello se suma que la excarcelación de Bolinaga vino precedida de una huelga de hambre del terrorista -interpretada por muchos como un chantaje al Gobierno-, el malestar de las víctimas está más que justificado.

El primer parte del Servicio Vasco de Salud -Osakidetza-, dependiente del Ejecutivo de Vitoria, que aconsejaba la libertad del etarra, y que sirvió de argumento a Instituciones Penitenciarias para otorgarle el tercer grado, no iba firmado por ningún facultativo. La puerta a la libertad ya empezaba con mal pie. La Fiscalía se opuso a la excarcelación, siguiendo el dictamen de la forense Carmen Baena, que alertó de que el etarra no estaba terminal y de que podía recibir atención médica en la cárcel, con salidas puntuales al hospital, como cualquier otro enfermo. El Colegio de Médicos avaló esta opción.

El último informe médico, del pasado octubre, reveló que Bolinaga ha estado en situación extrema en dos ocasiones: una por trombosis y la otra por hidrocefalia. Además, detectaron un empeoramiento de su metástasis pulmonar y cerebral. Pese a este mal pronóstico, los médicos no parecen desahuciarle y él quiere intentar un tercer tratamiento en la antesala de la muerte.