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Así se evitó el rescate de España

Los empresarios españoles llevaron al límite su presión para que La Moncloa solicitara el rescate en julio. Rajoy se aferró a una consigna: «No defendemos intereses individuales»

Así se evitó el rescate de España reuters

ana I. SÁNCHEZ

«Creo que los españoles no son conscientes del peligro en el que han estado». Con esta frase, el embajador en Madrid de un importante país europeo recuerda los días más aciagos del pasado verano, cuando no solo España, sino la Unión Europea, estuvo al borde del abismo. Preguntar por la prima de riesgo se había convertido en un acto casi inconsciente del presidente. En La Moncloa, objeto de todo los focos, el jefe del Gobierno y su equipo económico observaban con desconcierto cómo el precio del bono español a diez años ascendía cada día en contradicción con las medidas que estaban tomando. Las idas y venidas de los ministros económicos a Presidencia y las reuniones entre Rajoy , el director de la Oficina Económica, Álvaro Nadal, los titulares de Economía, Luis de Guindos, y el de Hacienda, Cristóbal Montoro , eran prácticamente diarias.

Nada funcionaba. Ni siquiera el mayor paquete de recortes de la historia de la democracia lanzado el pasado 9 de julio . Un bloque de medidas correctoras del déficit del Estado dignas de un mandato de la Troika. Las reformas en marcha, la subida del IVA , la rebaja de la prestación a los parados o la eliminación de la paga a los funcionarios , últimas balas de la cartuchera, solo aplacaron momentáneamente a los mercados. El desconcierto, recuerdan varios ministros, era extremo. Y el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, el único con la solución en la mano, miraba hacia otro lado.

Pavor a ser comprados

7,010%; 7,27%; 7,5 por ciento, 7,62%... la cotización del bono a diez años subía muy por encima de la supuesta frontera para la intervención fijada en el 7%. Aquellos días, los teléfonos de La Moncloa echaban humo. Al otro lado, el nerviosismo y la exasperación crecían por momentos. «No se puede esperar más, tienen que pedirlo», «lo vamos a perder todo», «esto se hunde, pídanlo ya», eran algunas de las frases que escucharon distintos miembros del Ejecutivo. Grandes empresarios, banqueros, el mundo de la economía y las finanzas clamaban por el rescate. La presión que soportaba La Moncloa procedía única y exclusivamente de dentro de España y era máxima.

Varios miembros del Gobierno apuntan a que los primeros cargos de las compañías del Ibex 35 se sentían personalmente amenazados ante la subida implacable de la prima de riesgo: según crecía el coste de la financiación, iba menguando el valor en Bolsa de las principales empresas y crecía la posibilidad de que se abriera la veda para la compra de compañías españolas. Y sociedad que cayera en manos de firmas foráneas, sociedad que hubiera cambiado al equipo directivo. Menos importante, pero también presente en el ánimo de los grandes hombres de negocios del país, resultaba que a mayor coste de financiación, menor volumen de negocio y menor retribución variable a final de año, interpretan.

«Otro presidente no hubiera aguantado la presión»

La presión era diaria y llegaba al Gobierno por todos los flancos: Presidencia, ministros, partido. Cuando la prima de riesgo ascendía, los empresarios trasladaban a Moncloa los augurios más demoledores. Si bajaba, advertían de que la petición de ayuda se daba por descontada y, de no cursarla, el coste de financiación se volvería tan elevado que sería muy difícil de reducir, incluso con auxilio europeo. «Otro presidente no hubiera aguantado la presión», explica uno de los ministros, «pero Rajoy se mantuvo firme. Sacó su mejor cualidad, que era la que España necesitaba en esos momentos: capacidad de resistencia y blindaje».

Dentro del Gobierno, el presidente era el más convencido, con diferencia, de que España debía aguantar y no pedir socorro mientras pudiera evitarlo. Su tesis partía de que mientras la deuda del Estado se pudiera colocar en las subastas del Tesoro, aunque fuera muy cara, había que dejar la ayuda a un lado. «No lo necesitamos, por ahora», defendía.

Rajoy soportó las presiones de las empresas amparado en una consigna que reiteró a su equipo: «No representamos intereses particulares, sino el interés del Estado. La decisión se tiene que tomar porque le convenga a España, no a las empresas del Ibex 35 y el rescate no es deseable para el Estado», repetía aquellos días, según recuerdan algunos de sus colaboradores.

En Madrid se jugaba el euro

El jefe del Ejecutivo sabía que España se jugaba mucho más que su rescate. Por aquel entonces, el euro vivía o moría con Mariano Rajoy. Todas las capitales europeas miraban hacia España, con el convencimiento de que si Moncloa daba el paso y solicitaba la ayuda, sería el fin de la moneda única. No había capacidad económica para cubrir la financiación de nuestro país y existía la seguridad de que si Madrid no aguantaba, caerían después Italia y Francia.

En Presidencia se dieron cuenta de que los socios del Norte habían echado cuentas y decidido no aportar más dinero para los vecinos mediterráneos. «No cuenten con nosotros, garanticen su deuda con las obras de arte del Museo del Prado», llegó a proponer a Rajoy el primer ministro finlandés, según fuentes del Gobierno. Alemania no prestaba ayuda. En Berlín crecía la corriente euroescéptica y la Cancillería encargó un informe con cuatro alternativas sobre el futuro de la moneda única: un euro sin Grecia, solo con los países nórdicos, manteniendo su «statu quo» o siendo desmantelado. De todas ellas, la opción más barata para los constribuyentes germanos era conservar la moneda única sin cambios. Sin embargo, la canciller Angela Merkel observaba a España acercarse al precipicio desde la barrera. Estaba decidida a llevar la tensión al máximo, convencida de que solo al límite, Madrid y Roma llevarían a cabo sus reformas y ajustes.

Interés y ajuste

IEn los mercados se había conjurado la tormenta perfecta. Se abría la posibilidad de que Grecia cerrara sus fronteras a los capitales, a la vez que los socios del euro entraban en un estado de indefinición de tal magnitud que los propios funcionarios de las instituciones europeas, Comisión y el Parlamento, daban por supuesto que el euro se rompía. Las dudas respecto a que Berlín se hubiera excedido en su política de austeridad no hacían sino crecer, y la incertidumbre planeaba sobre la ayuda a los bancos españoles, solicitada pero aún no firmada.

La situación en los mercados llegó a ser tan tensa que, según un alto funcionario de la Comisión Europea, un miembro del Gobierno de Barack Obama, que se encontraba a pocos meses de la reelección y con unos datos de paro que minaban su imagen, llamó a Draghi para hacerle ver los riesgos de no garantizar la continuidad del euro.

El jefe del Gobierno definió su estrategia sobre el análisis de que el mercado no dudaba de la economía española sino del euro, y apostó todas sus cartas a asegurar la consolidación fiscal en España al tiempo que buscaba una solución para la financiación que debía llegar del exterior. Con estas cartas, encargó al ministro de Economía, Luis de Guindos, defender incansablemente ante las instituciones europeas, el propio Draghi y el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, la posición de España. Hasta que le hicieran caso. E hizo lo mismo con sus homólogos. Madrid no pedía dinero sino que Europa enviara mensajes inequívocos de que el euro era irreversible.

«Haré lo que haya que hacer, y créanme, será suficiente»

La argumentación era muy simple: Rajoy tenía la firme determinación de llevar a cabo toda las reformas y ajustes, pero el elevado coste de financiación derivado de las dudas sobre el euro se estaba comiendo todo el ahorro que el Estado conseguía con las medidas de recorte. No se trataba de que los socios subvencionaran la prima de riesgo española sino de no pagar de más como consecuencia de las dudas sobre el euro.

Hacia finales de julio, el día 26, De Guindos se apuntó una victoria. El BCE aceptaba la tesis española y su presidente pronunciaba su ya famosa frase: «Haré lo que haya que hacer, y créanme, será suficiente». Draghi ponía la primera piedra para frenar el ataque de los mercados.

Soberanía

Como siempre, el tiempo dará y quitará razones pero, hoy, la mayoría de los economistas defienden aquella estrategia como la más válida. Como dicen hoy muchos analistas, el presidente descontaba que, de haber solicitado la ayuda, en el mejor de los casos la situación de las empresas se hubiera aliviado durante los primeros meses pero, después, la presión de los mercados se hubiera vuelto insoportable con un Estado que habría perdido su soberanía a manos del Gobierno alemán.

En la cabeza del presidente estaba muy presente la situación de los países rescatados. Grecia, entonces al borde del caos económico, pero más aún Portugal donde el conservador Pedro Passos Coelho no solo está cumpliendo la receta de la Troika a pies juntillas, sino que está implementando políticas más duras de lo que le han exigido los representantes europeos mientras la economía lusa solo va a peor.

Pero el problema más grave es que esta pérdida de soberanía junto a un abismo de años de recesión, era el mejor final que podía tener el rescate. Rajoy era consciente de que podría desencadenar la ruptura del euro o incluso su desmantelamiento, a lo que apostaban ya muchos inversores. La posibilidad de que Alemania creara un neomarco que se revalorizaría rápidamente era una de las causas por la que los especuladores dejaban de comprar deuda española para adquirir títulos germanos. Y eso, en medio de un abanico de posibilidades a cada cual más desoladora. Por ejemplo, que España pidiera el rescate y no recibiera el dinero porque el parlamento de algún socio no lo aprobara.

Aún no se puede dar por despejado el horizonte. La Moncloa cuenta con que habrá pequeñas tormentas y cruza los dedos para que los problemas fiscales de Estados Unidos o la situación política de Italia no provoquen una nueva crisis en los mercados, pero le cuesta ocultar el optimismo. Casi seis meses después de aquel julio el paro crece y el consumo no despega, pero los intereses que paga el Tesoro son casi permisibles y los inversores vuelven a pisar suelo español. Algo, sin embargo, se mantiene invariable. Como no se hundió entonces Rajoy, no se crece ahora y su discurso sobre el rescate sigue siendo el mismo: «No nos hace falta, de momento».

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