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la nada nadea

12-o

juan carlos girauta

Creyeron que esa Cataluña no existía porque estaba callada. Tanto tiempo han tenido la hegemonía mediática, cultural, educativa, las herramientas de forja del imaginario nacional, los resortes de promoción, que han acabado confundiendo el modelo con la realidad, sus maniobras de ingeniería social con la natural evolución de las cosas. Una evolución extrañamente uniforme, acrítica y lineal, sin accidentes, que no despertaba las sospechas de los sociólogos de guardia, profesión de moda. En el país por ellos inventado -un país sin complejidades, sin disidencias, una piña que alcanza la perfecta disolución del pluralismo y la muerte de la opinión pública a través de aquel editorial único-, las cosas funcionan como en una democracia. Pero al revés. Al poder político no se le exigen responsabilidades. Es más bien un director de orquesta. O de coro. Sus atentos subalternos, que incluyen a los medios subvencionados, desgranan al unísono conmovedores acordes; que nadie vaya a confundir esa música con argumentos; estos apelan a la razón, aquélla al sentimiento. Que en esa obertura suene de pronto algo inesperado, fuera del escenario, es intolerable, provocador y, por supuesto, atenta contra la cohesión orquestal. Qué sé yo: el teléfono móvil de un periodista de verdad. ¡Que alguien eche a ese tipo! ¿A quién obedece? En el periodismo catalán no se concibe siquiera que alguien vaya por libre; opinar es obedecer; opinar es sincronizar el discurso con la batuta del gobierno; opinar no es algo espontáneo; es preciso preguntarse primero: sobre este nuevo asunto, ¿qué hay que pensar? La Cataluña callada se atreve hoy a salir a la calle por primera vez. Si nadie revienta su manifestación de hispanidad y catalanidad, valga la redundancia; si los nacionalistas catalanes comprenden que interferir o manipular la concentración de Plaza de Cataluña puede tener serias consecuencias; si los opinadores en serie no se agarran a la torpeza de comparar cifras de asistentes con una Diada movilizada por los poderes públicos, quizá alguien instalado en el gran programa empiece a sospechar que vive en Matrix.

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