Adolfo Suárez, en el otoño avanzado de la enfermedad
A estas alturas de la enfermedad, el ex presidente no solo ha perdido sus recuerdos, sino también su fortaleza física
Ha relatado Matías Rodríguez Inciarte en «Cuenta y Razón» que Adolfo Suárez expresó alguna vez en «petit comité», durante su etapa al frente del Gobierno, la inquietud de que pudieran secuestrarle y que por ello había interiorizado una intensa preparación psicológica para hacer frente a una circunstancia de esa naturaleza. Una fortaleza interior que, seguramente, tuvo algo que ver con su arrojo cuando Tejero irrumpió a tiros en el Congreso de los Diputados. Lo que no podía prever el entonces presidente del Gobierno saliente es que sería una crudelísima enfermedad la que terminaría por liquidar su voluntad y sus recuerdos, sin posible vuelta atrás. Un definitivo secuestro.
El expresidente ya no es «el de la foto del Toisón con el Rey»
El deterioro es, desde hace una década, progresivo e implacable. «Ya no es, ni mucho menos, el de la foto junto al Rey. La enfermedad está muy avanzada », ha comentado a ABC su hijo Adolfo Suárez Illana, en referencia a la entrañable y simbólica imagen que él mismo captó cuando Don Juan Carlos se desplazó hasta el domicilio del expresidente del Gobierno, en el verano de 2008. para entregarle personalmente el Toisón de Oro. Ahora, Suárez Illana desautoriza con rotundidad a quienes pretenden relatar «de oídas» cómo es hoy el día a día de su padre en su residencia de la urbanización madrileña de La Florida: «Si hay un cambio importante en su salud, lo damos a conocer, como sucedió en abril cuando fue ingresado por una bajada de tensión. Si no, lo único que debemos transmitir es que está bien atendido. ¿Con qué cuidados? Con los que necesita, y punto».
Suárez está «entrañable»
En su desvalimiento, Adolfo Suárez está, eso sí, «entrañable», atestiguan los suyos. Reacciona ante el estímulo físico de un abrazo «sin que eso signifique, que quede claro, que dé indicio alguno de reconocer a los que le rodean». Se ha instalado en el otoño, ya casi invierno, de una enfermedad demoledora, pero la familia Suárez no quiere a su alrededor conmiseraciones ni lamentos, sino que encara la situación con fe (la misma que acompañó al propio expresidente hasta sus últimos instantes de lucidez), y con entereza. Porque si hay algo que genera malestar entre sus allegados es la manida apelación a un supuesto «drama» familiar . Una extendida tentación a la que los medios de comunicación han sucumbido repetidamente desde que la hija mayor de Adolfo Suárez, Marian, falleció de cáncer de mama en 2004, tres años después de que su esposa Amparo Illana muriera víctima del mismo mal. Además, por un incuestionable determinante genético, también han sido tratadas de esta enfermedad las otras dos mujeres de la familia: Sonsoles, la hija menor, y Laura, la segunda de las chicas, operada en la Fundación Jiménez Díaz hace solo unos meses.
«Basta con que se sepa que está bien atendido»
Pero Adolfo hijo insiste en que «en realidad somos afortunados, porque disponemos de los medios necesarios para afrontar estas situaciones que se dan en todas las familias. ¡Cuántas personas tienen que renunciar a su trabajo para hacerse cargo de sus enfermos! Además, los Suárez nos acompañamos, nos tenemos los unos a los otros».
Hoy, las personas más próximas al expresidente velan por preservar el fortín de su intimidad y frecuentan su compañía sin caer en el desánimo frente a lo que podría parecer un empeño estéril o meramente voluntarioso. «Todos los días como con mi padre», resume Adolfo, sin atisbo de cansancio.
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