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Excursión a la última frontera de la Guerra Fría

Soldados con fusiles en ristre, alambradas de espino, puestos de control, búnkeres con ametralladoras y cañones bajo las lonas de camuflaje. Así es la frontera entre las dos Coreas, la última división que queda de la Guerra Fría

pablo m. díez

A solo 50 kilómetros de la capital de Corea del Sur , una ordenada pero vibrante megalópolis de 10 millones de habitantes, se ubica el Paralelo 38 , la última frontera que queda de la Guerra Fría. A medida que avanza la autopista, van quedando atrás el «skyline» de rascacielos de Seúl y los brillantes letreros de neón de sus restaurantes y galerías comerciales. Y proliferando las alambradas de espino y las torretas de control en cada kilómetro de la carretera, donde los soldados vigilan para que no se produzcan incursiones enemigas por los contiguos ríos Han e Imjin.

Desde el final de la guerra de Corea (1950-53), una franja de «tierra de nadie» de cuatro kilómetros de ancho y casi 250 de largo divide por la mitad esta península del noreste de Asia. Se trata de la denominada «Zona Desmilitarizada» , que no hace honor a su nombre porque quizás sea el lugar del mundo con mayor concentración de tropas, armamento y minas enterradas por metro cuadrado. Hay tantas que los expertos calculan que se tardarían 300 años en limpiarla.

La fuerte presencia militar se aprecia incluso bastantes kilómetros antes de llegar a la «Zona Desmilitarizada». Patrullas surcoreanas permanecen apostadas en la orilla del río. Al otro lado se ven los amenazadores búnkeres del Ejército de Corea del Norte, formado por más de un millón de efectivos.

Frente a las verdes granjas de los campesinos del Sur, las montañas del extremo contiguo aparecen completamente peladas. «El Norte está deforestado porque la gente tiene que cortar la madera de los árboles para calentarse con hogueras por falta de electricidad», explica la guía de una de las numerosas excursiones que llevan cada día a cientos de turistas a la frontera, cuyo morbo la convierte en un rentable reclamo. Y no exagera, ya que por los yermos campos de Corea del Norte es frecuente ver a humildes campesinos que caminan acarreando a sus espaldas pesados fardos de ramas.

La última parada antes de entrar en la «Zona Desmilitarizada» es Paju, también conocida como la «Ciudad del libro» porque de sus fábricas sale el 60 por ciento de los libros que se publican en Corea del Sur. Nada más atravesarla, se llega al primer control. En uniforme de campaña, militares imberbes inspeccionan los coches y revisan los pasaportes. Para hacerse los duros, aprietan el mentón y ocultan sus ojos tras unas gafas de sol «Ray-Ban» de espejo, pero les delatan algunas risas infantiles. La mayoría son jóvenes a los que no les queda más remedio que cumplir los dos años de “mili” obligatoria en Corea del Sur. Y a muchos les toca dejarse la vida en la cada vez más peligrosa frontera con el Norte. En marzo de 2010, 46 marineros perecieron ahogados en el hundimiento de la corbeta «Cheonan» y, en noviembre, dos militares y dos civiles murieron en el bombardeo de la isla de Yeongpyeong por parte del Ejército norcoreano, que niega su responsabilidad en el primer ataque.

Pero, sin duda, el punto más caliente es el puesto de Panmunjom, una denominada «área de seguridad conjunta» donde los soldados estadounidenses y surcoreanos patrullan a escasos metros de los militares de Corea del Norte, separados solo por una raya pintada en el suelo.

La tensión se masca en el ambiente de dicho lugar, muy cerca de la tienda de campaña donde se acordó el fin de las hostilidades y en el que aún se sigue dialogando sobre la paz y la reunificación. Con medio cuerpo oculto tras las casetas azules situadas frente a la Casa de la Paz , los oficiales surcoreanos aguantan la impenetrable mirada de los hieráticos soldados del Norte en una especie de duelo silencioso que ya se ha convertido en un reclamo turístico.

Debido a su trascendencia histórica, más de 75.000 personas acuden cada año tanto al «check-point» de Panmunjom como el cercano complejo de Imjingak, levantado a orillas del río del mismo nombre que marca la frontera natural entre los dos países. Y es que los «encantos» turísticos de la «Zona Desmilitarizada» son muchos: desde el Puente Sin Retorno donde ambos bandos se intercambiaban prisioneros y espías hasta el estrecho y claustrofóbico tercer túnel, cuyo kilómetro y medio de longitud fue excavado por Pyongyang a 300 metros de profundidad para que su Ejército pudiera invadir al vecino del Sur.

Aunque el régimen estalinista siempre ha negado esta acusación, Corea del Sur descubrió en los años 70 otras tres galerías subterráneas con las que sus militares pretendían penetrar en el país para conquistar Seúl, a escasos 50 kilómetros de distancia.

Otro de los puntos de interés de esta ruta turística es el observatorio del Monte Dora. Con unos prismáticos, desde aquí se puede contemplar cómo los campesinos se esmeran en sus faenas agrícolas en el primer pueblo norcoreano al otro lado de la frontera, Kijong-dong. Mientras trabajan fatigosamente, potentes altavoces escupen proclamas contra el imperialismo de Estados Unidos y alabando las bondades del «paraíso social de los trabajadores».

A pesar de las dignas viviendas construidas intencionadamente en esta localidad, denominada el «pueblo de la propaganda» al pensar los surcoreanos que nadie vive allí en realidad, su imagen dista mucho de la que ofrece el flanco meridional de la línea de demarcación. Mientras en Kijong-dong destacan una altísima bandera de la República Popular Democrática de Corea y una enorme estatua del «padre de la patria», Kim Il-sung, en Imjingak hasta se ha instalado un parque de atracciones con unos carruseles y un barco vikingo, como el de las ferias, junto a la exposición de aviones y tanques que participaron en la contienda.

Junto a ellos, se erigen el templo que alberga la Campana de la Paz y el Puente de la Libertad , que 12.773 prisioneros de guerra surcoreanos cruzaron en 1953 para volver a su casa tras el armisticio. Como no llegaron a firmar un tratado de paz, las dos Coreas siguen teóricamente en armas y cualquier pequeño incidente en su tensa frontera puede volver a desatar una guerra

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