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Con el errante gozo del rock and roll

En circulación el último disco de la banda talaverana «Lobos Negros»

ABel Martínez

POR ANTONIO LÁZARO

He conocido a Luis Martín, líder de Lobos Negros, en esta última etapa, quiero decir ya dentro del nuevo milenio. Por supuesto que conocía ya al grupo y su música, una gozosa perseverancia en el rock and roll más genuino, pero lo asociaba a la movida de los 70-80 y nada me indicaba que fueran a confluir en algún momento nuestras respectivas coordenadas espacio-temporales. Con más de 25 años de dedicación, al pop-rock Luis y a las letras el que suscribe, hemos coincidido ya en unos cuantos eventos y proyectos y, como el tiempo pisa (loco) el acelerador, tengo la sensación de conocerlo de toda la vida.

Hemos presentado juntos «El hijo del sombrerero», en Toledo, en el Templo del Gato madrileño, en el festival de Clermont Ferrand, en el extinto (R.I.P.) Cinema Joven de Valencia o en la sección Brigadoon del festival de Sitges. En ese documental de Aure Roces gentes del nivel de Diego Manrique o el gran Jesús Ordovás ponen en el sitio que se merece, alto y entrañable, el entusiasmo, dedicación y buen hacer en el panorama del rock and roll nacional de Luis y de su banda.

Comparto con Luis muchas aficiones y no menos devociones. El budismo, las Harleys, el cine fantástico y de género-en-general, esa chispa que un productor avispado de Memphis (Sam Phillips) supo prender en un camionero bien parecido sobre la mecha del rithym and blues de los negros, y (más allá de mitomanías) el legado de esa chispa, que no cesa de fluir y renovarse; entre otros, gracias a él.

Luis Martín es un archivo andante del rock and roll; igual te explica tal tendencia o grupo que te indica en qué tienda de Madrid venden todavía los boogies, esos zapatos rockeros tan chulos a la par que cómodos. Pero su inquietud cultural es efervescente y amplia. Nunca olvidaré cuando nos guió, a mí y al autor de la guía, por el distrito talaverano de Mesones (donde su padre tuvo negocio de sombrerería), para tomar unas fotos con destino a un libro sobre juderías de Castilla-La Mancha.

Me llega ahora su disco más reciente, primorosamente editado como cd pero que tengo entendido se ofrece también en versión vinilo, una tecnología que no sólo ha vuelto sino que tiene una selecta legión de seguidores. Se titula «Con su dolor errante», un título que no puede dejar de recordarme al instante al gran Malcolm Lowry, el diplomático inglés que conectó con el México profundo a través del alcohol espirituoso de más alta gradación y de los mitos. Y es que Lobos Negros tienen bastante reciente, un par de años o así, una amplia gira que los llevó a actuar en el DF y en otros puntos de la excitante geografía mexicana.

Son casi una veintena de dosis directas de buen rock and roll, sin trampantojos ni coartadas seudointelectuales. Rock and roll que rima con corazón. Letras sintéticas y eficaces, que saben aterciopelarse como en el slow «Tu corazón en el café». El concepto musical es fiel a las raíces del género, pero muestra evidencias de una amplia cultura musical sobre lo ocurrido en los últimos 50 años (John Lennon, los Clash, Ry Cooder, el sonido tex-mex…).

El virtuosismo posible, que tantas veces lastra las creaciones de los maestros veteranos, se reduce al máximo, y refulge en algún riff trepidante puntual y bien dosificado. A veces parece que estamos escuchando a un grupo de jovenzanos recién enganchados al rock and roll, y no a tres tipos curtidos con centenares de miles de millas en sus alforjas

Luis Martín Gil firma la mayor parte de los temas incluidos en este disco, que se enriquece con cuatro versiones impagables, de altura: El hombre atormentado (Ice cream man) de Tom Waits, Baby boomerang de Marc Bolan, Conmotion de John Fogerty y Go go cramps (Ronnie Cook&The Jaguards). La noche, el éxito, la soledad, el amor, el desamor, los coches, toda la iconografía y los temas eternos del rock and roll están presentes en esta entrega, que incorpora verdaderos himnos plagados de aullidos como Bailando con lobos, muestras de la retranca talaverana fusionada con el garbo castizo-madrileño que caracteriza a Luis (Marte, el planeta que abre los miércoles) o la grabación en el programa El sótano del Radio 3 del clásico de Lobos Negros Hello Poison Ivy. Merece mención el cameo sonoro de Alex de la Iglesia exaltando el rock and roll al inicio del corte Mentes planas.

Y no podía faltar un tema íntegramente tocado con la ya mítica guitarra eléctrica de cerámica de Talavera (la primera guitarra de cerámica hueca del mundo), que Lobos Negros llevan tiempo promocionando con legítimo orgullo en sus bolos y grabaciones. Se trata del que abre el disco. Entiendes de todo y no entiendes de nada. Y funciona tan bien el experimento que apenas se nota la diferencia con respecto a la Danelectro Danoblaster. Simplemente, suena bien, inclusive podría decirse que muy bien.

Porque lo que las canciones de «Con su dolor errante» transmiten es el gozo, la fiesta permanente del rock and roll. Esa música que acertó a liberar nuestros cuerpos y nuestras cabezas. Un último refugio para afrontar la realidad, equiparable al cine y a la literatura.

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