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Sin ley ni gobierno, en el corazón de la revuelta siria

La vida en las ciudades controladas por los rebeldes sirios transcurre entre la euforia revolucionaria yel estoicismo frente a la represión

Sin ley ni gobierno, en el corazón de la revuelta siria D. IRIARTE

D. IRIARTE

Yebel Zawi, ciertamente, no es Bengasi, la ciudad que la insurgencia libia convirtió en su capital durante la revuelta contra Gadafi. Los rebeldes del Ejército Sirio Libre se esfuerzan por mantener unos «territorios liberados» , pero la zona que controlan es todavía pequeña, y las fuerzas leales al presidente Bashar al-Assad pueden atacarla a voluntad, aunque, aparentemente, no tomarla.

«Aquí vivimos sin leyes, sin policía, sin seguridad estatal, sin gobierno, sin régimen», dice, orgulloso, un anciano de Idlitab, la aldea natal del coronel Riad al-Asaad, líder del Ejército Sirio Libre. Pero el área está lejos de ser segura, como nos recuerda el ruido lejano de las ametralladoras: a apenas cuatrocientos metros, el ejército lucha por conquistar la localidad. No obstante, muchas de las aldeas que hay entre la frontera turca y estas montañas se consideran «ciudades libres». Como Yuma’a, donde hace ya cinco meses que arrancaron todos los retratos de los Assad, padre e hijo. «Aquí nunca ha habido muchos miembros de la seguridad estatal, pero ahora ya no queda nada», explica Abdullah, un «luchador contra el régimen».

El ejército patrulla las carreteras, tratando de interceptar a los combatientes. Los militantes los evitan utilizando los caminos rurales, y, sobre todo, la información que les proporcionan la población local, que les avisan de los controles militares. Estos pueblos se han convertido en un faro para los desertores del Ejército, que saben que pueden contar con la protección de los lugareños en su huida hacia la seguridad. «Pero muchos todavía siguen con Al-Assad porque tienen miedo de desertar» , afirma Abdullah. «Mira lo que les hacen si les cogen», dice, mostrando unas fotos en su teléfono móvil: en ellas aparece el cadáver mutilado de un soldado sirio, atrapado mientras huía. «Le quemaron con cigarrillos, le machacaron los dedos de las dos manos con un martillo, y le rajaron el brazo con un cuchillo», explica el activista. Las fotos no dejan asomo de dudan. «Al final, le sacaron un riñón mientras todavía estaba vivo», dice Abdullah.

Estos días, las personas a nuestro alrededor hablan de la llamada «huelga de la dignidad», que desde el domingo paraliza casi todo el país. Llega un motorista con noticias. «En Yisr al-Shugur, la huelga es general, pero los soldados y el “Amin Dawla” están rompiendo los cerrojos de las tiendas y abriéndolas a la fuerza», relata.

De repente, una camioneta entra en el pueblo, y su conductor desciende, visiblemente alterado. La parte trasera ha sido ametrallada por el ejército. «Me han parado en un control, y cuando han visto que transportaba pan, han disparado al camión», explica el hombre. «Me han dicho: “¿Por qué les llevas comida a esos desgraciados?”, y luego me han robado el pan», cuenta. Los otros chasquean la lengua en señal de desprecio. « Quieren que nos muramos de hambre» , dice Brahim, un miembro del ESL. Brahim nos dice que combate «por la democracia». Le preguntamos qué es para él la democracia. «Cualquier gobierno que sea bueno para el país», nos asegura muy serio. Como él, muchos aquí tienen una idea bastante vaga de lo que les gustaría que ocurriese si cae el régimen. No habrá una guerra sectaria, aseguran, porque en la resistencia hay de todo, no solo suníes. «Es el régimen el que está provocando la división para mantenerse en el poder», asegura Brahim.

Sea como sea, la región está pagando un alto precio. Escasean los alimentos, la gasolina para los vehículos e incluso el «mazut», el combustible barato que muchas familias humildes utilizan para calentar las casas. «La libertad cuesta cara», sentencia Brahim, «pero estamos dispuestos a todo por conseguirla».

Y como subrayando sus palabras, vemos a un grupo de niños que juega a hacer una manifestación, imitando lo que han aprendido de sus mayores. Una de las niñas enarbola la ya establecida como bandera de la revolución: tres bandas, verde, blanca y negra, y en el centro tres estrellas rojas. Sus voces infantiles cantan el pegadizo himno que resuena en las manifestaciones en todo el país: «Eh, Bashar, venga, es hora de que te largues».

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