«Intruders», un guiño al terror
Poderoso arranque de la sección oficial con una coproducción española y británica, dirigida por Juan Carlos Fresnadillo
Juan Carlos Fresnadillo, Clive Owens , Pilar López de Ayala y Daniel Brühl venían en el mismo lote que la película inaugural, «Intruders», que le puso un buen pellizco de intriga y de angustia al arranque de la 59 edición del Festival de San Sebastián. Un pellizco que quizá no signifique más que un guiño travieso del nuevo director del certamen, José Luis Rebordinos, a un género que conoce hasta en sus subvertientes más inconfesables. Arranca, pues, la nueva etapa del festival con una declaración de principios de su director, una feliz amalgama de thriller, fantástico y cuento infantil… «Intruders» es una película que consigue, entre otras cosas, que el miedo no venga precedido del susto, sino que sea la propia construcción de la historia, del clima y de la sugerencia la que provoque en dosis parecidas la angustia y la curiosidad. Algo tan usual en el cine de hoy como una máquina de escribir.
Sombra nocturna
La historia se cuaja en el lugar donde nacen los monstruos, es decir, en el pasado a medio enterrar y en las pesadillas de dos niños desconectados temporal y geográficamente pero que son víctimas de Carahueca , una sombra nocturna que invade sus sueños y que los va absorbiendo poco a poco en su vida real. Fresnadillo consigue un tapiz perfecto entre la negrura infantil del cuento y la evidente sordidez del mundo adulto, y va depositando las claves del argumento con una pericia absoluta para que el espectador no haga pie cómodo en la fantasía ni en la realidad.
Clive Owens y Pilar López de Ayala, junto a los niños Izán Corchero y Ella Purnell , son las piezas de un tablero perfectamente maquinado, con un guión finamente entretejido por Nicolás Casariego y Jaime Marques (cada detalle de la trama, desde su detonante en un accidente laboral hasta su extraña conversión en realidad mediante un conjuro de niño asustado) y con una puesta en escena donde el terror se abre paso sin estridencias (la fotografía de Enrique Chediak se adecúa a los dos extremos tan lejanos del mismo hilo, el miedo y lo infantil).
La maestría de Fresnadillo , absoluta en el control y dosificación del suspense, la curiosidad y el terror, se afila incluso hasta en un suave juego de apertura de puertas a la trama, con la sugerencia de un toque diabólico o con el sutil sentido del humor en la escena entre Daniel Brühl y Héctor Alterio, de resabiado cura viejo a impresionable cura joven.
Y este poderoso arranque en la sección oficial con esta coproducción española y británica, que trajo, además del primer ramillete de estrellas, el logro siempre costoso del miedo sin el tosco recurso previo del susto, se vio también completado con la proyección de «El árbol de la vida» , película que inauguraba la sección Zabaltegui coincidiendo con su estreno en las salas comerciales. No es fácil, pues, que la cosa vaya más hacia arriba.
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