Y si…

Los atentados de Noruega lo impregnan todo. Aquí en España disparan los resortes de la memoria. Es inevitablemente, en este fin de legislatura, inspiran la especulación contrafactual: qué habría ocurrido si los atentados del 11M, los errores de cálculo de Aznar y el aprovechamiento que de ellos hizo Rubalcaba no hubieran dado a los socialistas de Zapatero un triunfo con el que no contaban, por mucho que Pepe Blanco, a posteriori, se vanagloriara de haberlo predicho.

En vísperas de las elecciones de aquel año, fatídico para unos, providencial para otros, el humor entre algunos de los más importantes barones socialistas no estaba para fiestas. Reconocían el gancho electoral de su candidato pero no le atribuían mayores virtudes. Y mucho menos al equipo del que se había rodeado. Uno de ellos, en un comida celebrada en este periódico pocas semanas antes de las elecciones, admitía como probable una hipotética hoja de ruta para los meses siguientes: admitido que el mérito mayor de Zapatero habría sido minimizar una derrota que se daba por descontada, el congreso del partido que se celebraría a continuación debería elegir una nueva dirección que reforzase la figura del secretario general para acudir con mayores garantías a la siguiente cita con las urnas. ¿Habría sido así?

Podría sorprender que, una vez que el poder le hubo llovido del cielo, esos barones descubrieran en Zapatero los rasgos del mesías providencial que les había rescatado de las sombras de la oposición. Ninguna sorpresa. Así es la política; y así es la lógica del vasallaje en los partidos: el líder es siempre providencial. Aunque sólo sea porque es quien reparte puestos de trabajo. Pero la fiesta se acabó y hoy muchos socialistas se sitúan en la opinión de partida. Admitiendo, eso sí, que han retrocedido muchos escaques respecto de 2004.

Sorprende que algunos encontraran una especie de líder providencial.