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Humo en las narices

«¿Quiénes, qué demonios son los indignados? Reducir la política a un agregado de reivindicaciones sueltas y contradictorias y forzar las causas justas presionandodesde la calle es un populismo anarcoide que lo normal es que no acabe bien»

POR ÁLVARO DELGADO-GAL

MIENTRAS los socialistas se derrumban y el PP calla, echa cuentas y espera (el PSOE no caerá como una plaza fuerte: lo hará como la fruta al madurar y desprenderse del árbol), vivaquean por ahí, hacen visajes y ocupan calles y plazas los indignados. ¿Quiénes, ... qué demonios son los indignados? ¿Por qué han conseguido instalarse en el centro de la opinión? Un cartesiano de carril estimaría que las dos cuestiones están relacionadas, y que la mejor manera de comprender el éxito de los indignados es hacerse primero cargo de lo que piensan o concretamente sienten. El caso, sin embargo, es que nuestro cartesiano estaría perdiendo el tiempo. Los indignados han despertado una innegable ola de simpatía, no por las ideas que tienen, sino por una razón infinitamente más simple: la mera indignación. Las ganas de indignarse flotaban en la atmósfera y muchos españoles han agradecido la oportunidad de darle una alegría al cuerpo por tercero interpuesto; de lanzar transitivamente al aire el improperio que les retozaba en la garganta y que han visto materializarse en la Puerta del Sol y sus réplicas periféricas. Y nada más. Permanece la primera pregunta, la de qué queda de los indignados una vez que se ha quitado la indignación. A abordar este asunto, y algunos aledaños, van dirigidas las siguientes líneas.

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