Ni una lágrima

En la boca del túnel desde donde va a acceder Zapatero al pabellón charlo con Paco El Lotero, un viejo militante socialista, recio, auténtico, fiel a sus siglas. Le digo que escribo para ABC y me explica por qué ha votado y votará siempre al PSOE: «De español a español, te digo que ha sido la clase trabajadora la que ha llevado la lucha por la igualdad». Aparece el presidente y atruena la emocionante música de los mítines socialistas. Pero es la única gran emoción que desprende este pabellón. «Mira, mira esas señoras que lloran», me indica Paco El Lotero, pero recorro las gradas con mis gafas puestas y no alcanzo a ver una sola lágrima. Ni tristeza ni nostalgia por el que se va. Tan solo los disciplinados aplausos de ritual de los militantes de toda la vida como Paco El Lotero o la militante de Totana, «socialista y cristiana», que, en su elogio de Zapatero, da por segura la victoria popular, «Rajoy se encontrará con todo hecho».

Mientras esperábamos a Zapatero, han fracasado los intentos de las Juventudes Socialistas apostadas en la Grada Sur para sumar al pabellón a sus gritos de Presidente, Presidente. Va a ser la tónica del mitin. La temperatura no sube ni cuando sale Zapatero. Aquí ya están en otra canción, como los de Campos del Río, los que cantaron a Rubalcaba, que se han venido con su cartel Sin ti no soy nada, y no parece que vaya por Zapatero.

«Gracias, José Luis, por tu trabajo al frente del país», comienza Pedro López, el candidato a la Alcaldía de Murcia, pero arranca tibios aplausos de devoción socialista más que de devoción por José Luis. No vamos a renegar de ti, No estamos aquí para perder las elecciones, A nosotros no nos has fallado. Y el secretario general de Murcia, Pedro Saura, «Estoy muy orgulloso de tenerte como secretario general», pero en Murcia tienen más ganas de aplaudir contra Valcárcel, son ya 16 años de oposición, que por Zapatero. Begoña García Retegui, la candidata a la Comunidad Autónoma, que tiene su particular campaña de la ceja, con pins de una muñeca que reproducen su pelo rojo, empata aquí en aplausos con el presidente, sobre todo cuando arremete contra Valcárcel.

Me peleo con la Seguridad del PSOE para apostarme al lado del escenario. Quiero percibir los sentimientos de Zapatero, sus gestos, su mirada, en este su primer día tras la despedida. Pero la pelea no ha merecido la pena. Zapatero es imperturbable de lejos y de cerca, en la victoria y en la derrota, en su inicio y en su retirada. El hombre impasible, el mitinero consumado, el gran actor. Seguro de sí mismo, arrogante, retador, ajeno a su fracaso. «También me decían Bambi, cuando llegué, pero con humildad, con talante y con orgullo por nuestro partido, se ganan las cosas», presume. Recupera la vieja equiparación entre el PSOE y los españoles para apostar fuerte por las primarias, «nosotros somos como los españoles, nos gusta decidir, votar, ser libres y no nos gusta el dedazo». Consigue el aplauso más fuerte del mitin. Como si estuviéramos en 2004.

La diferencia se la pone el pabellón cuando termina. Los aplausos se diluyen en menos de un minuto, la música se queda sola dos minutos más, los que tarda Zapatero en escabullirse por la esquina de atrás. Unos pocos militantes pugnan por darle la mano mientras que unos cuantos más disparan sus cámaras. Prefieren un recuerdo del presidente que fue que un abrazo del líder que ya no es.

A la misma velocidad se vacía el lugar y corro al exterior a preguntar a los militantes de Juventudes. Marta, Miguel Ángel, Jose, Almudena, Gemma, Sergio y, junto a ellos, el abuelo de Sergio, Manuel, de 85, socialista de toda la vida. ¿Tristes? ¿Más esperanzados? Igual, me contestan, como buenos militantes de un partido centenario. Importa el PSOE, no Zapatero.