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El hombre que negó la catástrofe

Enfrascado en una política de gastos y gestos, Zapatero tardó demasiado en tomar decisiones inaplazables

FERNANDO PÉREZ

«He podido actuar tarde, y he podido rectificar algún planteamiento». No hay mejor epitafio para la gestión económica de la era Zapatero que la inesperada confesión con la que el todavía presidente del Gobierno se descolgaba el miércoles en el Congreso. Un viaje a ninguna parte que arrancó entre promesas de pleno empleo y macro delirios de grandeza (el «objetivo» en 2008 era superar a Francia en renta per cápita) y que ha terminado chocando contra un muro de evidencias: tres ejercicios en recesión, déficit y deuda desbocados, un sistema financiero en el que se agigantan viejas grietas y el aliento en la nuca de mercados y organismos internacionales.

Pero si hay una cifra que confirma la magnitud del desastre es la del desempleo. 2003, el último ejercicio completo del Gobierno Aznar, se cerró con 2.252.100 parados y una tasa de paro del 11,37%, según los datos de la EPA. Al cierre de 2010, la cifra de desempleados ascendía a 4.696.600, con un tasa del 20,33%. Casi dos millones y medio de razones para aceptar que los equivocados no eran lo demás. España es el campeón europeo del paro, el único país de toda la UE (en la que hay una media de desempleo del 9,9%) y de la eurozona (9,55%) que supera la barrera del 20%.

«Como todo, es un tema opinable si hay crisis o no hay crisis», aseveraba el jefe del Ejecutivo a mediados de 2008, cuando los síntomas de la mayor recesión mundial desde el crack del 29 comenzaban a ser demasiado evidentes para permitir ejercicios de relativismo. «Más allá de baches como el de ahora, España tiene condiciones para ambicionar llegar a los niveles de pleno empleo técnico», afirmaba también en junio.

Socavón en las cuentas

Zapatero no sólo negó la realidad, también intentó pasar por encima de ella. Medidas como la deducción de 400 euros en el IRPF o el cheque bebé eran el estilete de una política de gastos y gestos populistas que provocó un enorme socavón en las cuentas del Estado, justo en el momento en el que las defensas deberían haber estado más cerradas ante la ofensiva de la crisis. El superávit del 0,4% sobre el PIB que España consiguió entre 2002 y 2006 se había transformado en 2009 en un déficit del -11,2%.

«Conmigo de presidente jamás habrá en este país recortes sociales. Los trabajadores no van a perder derechos», afirmaba el presidente el 21 febrero de 2010 en un mitin. Y sin embargo, sólo tres meses después, Zapatero cogió su tijera. La realidad terminó arrollando a la consigna, que se diluyó como un azucarillo removido por el cucharón de unos inversores internacionales que, azuzados por el colapso griego, comenzaron a señalar con el dedo a todos los países periféricos alérgicos al esfuerzo fiscal.

Y de las ruinas del presidente idealista nació un ZP 2.0 ultraliberal que abrazó todas las reformas que los demonizados mercados, Bruselas, el FMI y el sentido común ajeno le iban dictando. Un viaje más de rendición que de redención que no escamoteaba hachazos al gasto social: congelación de pensiones, rebaja del 5% del sueldo de los funcionarios, subida del IVA, fin del cheque bebé, de la desgravación a la compra de vivienda, recortes millonarios en inversión...

Las medidas eran un avance, pero llegaban demasiado tarde para servir por sí solas. La crisis financiera de Irlanda en noviembre volvió a poner la deuda española en el disparadero. El 29 de noviembre, el diferencial del bono español con el alemán alcanzaba el récord de 293 puntos básicos. De nuevo, Zapatero recogió sus convicciones en el baúl de los recuerdos para pergeñar una reforma laboral que incluía un contrato de fomento al empleo con 33 días de indemnización, en lugar de 45, y el despido por causas objetivas si la empresa tiene o prevé perdidas. Después llegó el mordisco a las pensiones: la edad de jubilación se alargaba a los 67 y se ampliaba el cálculo de 15 a 25 años. En diciembre, despachó otra remesa de reformas que incluían la privatización de AENA y Loterías del Estado y una rebaja fiscal para las pymes.

Zapatero redentor

Las medidas han propiciado síntomas esperanzadores. España cerró 2010 con unos números rojos del 9,2%, que mejoraron las previsiones del Gobierno, pero siguen sembrando dudas sobre la capacidad de llegar al 3% que exige Bruselas para 2013. Ya metido en arena redentora, Zapatero prometió ayer profundizar en las reformas. «No vamos a bajar la guardia», aseguró. El reto inmediato, la reordenación del sistema financiero, que aún puede dar más de un susto, y cuya solución es inexcusable para que fluya el crédito, el paso definitivo para que el castillo en el aire no termine hecho añicos.

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