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PUBLICACIÓN DE «EL SÍNDROME DE LA MONCLOA»

Qué les pasa en La Moncloa

El síndrome de La Moncloa es el más agudo de la historia, porque el presidente español no percibe el ruido de la calle desde las ventanas de su residencia

ABC

PILAR CERNUDA

Según varios analistas, el síndrome de La Moncloa es más agudo que el que ha afectado a otros jefes de Gobierno de la historia, entre otras razones porque el presidente español no percibe el ruido de la calle y no puede observar el movimiento de los ciudadanos desde las ventanas de su despacho o de su residencia. Vive en un mundo cerrado, alejado, y cada vez tiene menos ganas de recorrer la decena de kilómetros que le separan del centro de la ciudad. Todo lo contrario de lo que ocurre en otros países occidentales: el 10 de Downing Street se encuentra en el centro de Londres; el Elíseo, en el centro de París; la Casa Blanca, en el centro de Washington; el Palazzo Chigi, en el centro de Roma; el palacio Megaro Maximou, en el centro de Atenas…

Un empleado de La Moncloa que ha estado al servicio de varios presidentes cuenta sus experiencias con algunos de ellos y saca sus conclusiones: «Es muy difícil no cambiar cuando la gente más importante te hace la ola y te dice que eres el mejor, o hace demostraciones permanentes de que piensa que eres el mejor […] ¿Cómo no va a cambiar un presidente cuando sus deseos se cumplen de forma inmediata y todo el mundo a tu alrededor te trata como si fueras Dios?». Jordi Sevilla, colaborador muy cercano de Felipe González y ministro en el primer Gobierno de Rodríguez Zapatero, explicó en una entrevista que «el síndrome de La Moncloa no consiste tanto en alejarse de la calle, de lo que piensa la gente; el síndrome se produce cuando todos los que te rodean te dan la razón, porque evidentemente uno no siempre la tiene».

ADOLFO SUÁREZ

Los militares le pidieron que les avisara antes de legalizar el PCE, pero él no lo hizo

El presidente asistió a principios de 1977 a una reunión de la Junta de Defensa Nacional presidida por el Rey […] Los militares solo le pidieron que antes de proceder a la legalización del PCE, les avisara para poder preparar a su gente y aunque no lo dijeron, como muestra de respeto al estamento militar. Pero Suárez no lo hizo. Antes del famoso «sábado santo rojo», ni avisó a los ministros militares, ni a los jefes del Estado Mayor […] Y es que los presidentes del Gobierno no siempre consideran relevante la palabra dada; les importa más imponer su criterio y demostrar quién manda, aunque el incumplimiento de esa palabra tenga consecuencias desastrosas.

NO HABÍA NINGUNA INTIMIDAD. Amparo Illana se encontró con una residencia inhóspita, llena de muebles nada apropiados para una familia con cinco hijos pequeños, una vivienda en la que no se podía hablar alto porque en el piso de abajo se oía todo. Pidió que trajeran su cama de matrimonio, la de siempre, para ver si así se sentían más «en casa», y cuando llevaban varias semanas en La Moncloa en una situación claustrofóbica (apenas se atrevía a salir porque tenía la sensación de que todo el mundo estaba pendiente de sus idas y venidas), se instaló una cristalera en lo alto de la escalera para permitir que la familia viviera un poco más apartada del jaleo de la planta baja. Las reuniones del Consejo de Ministros se celebraban en el comedor, por lo que los ministros pasaban por delante de la escalera. No tenían más que mirar hacia arriba para darse cuenta de que allí vivía una familia con niños que desayunaban y se preparaban para ir al colegio.

LEOPOLDO CALVO-SOTELO

Los socialistas acudían tanto a La Moncloa, que parecía una escuela para ser gobernantes

A Calvo-Sotelo, un hombre de principios, Tampoco le tentaba el escenario que adivinaba: Felipe González ganaría de forma arrolladora. Estaba tan convencido de que iba a ser así que durante el año y medio de Presidencia se empeñó en mantener una relación extremadamente fluida con el que ya consideraba futuro jefe de Gobierno. Aparecieron en escena —lo estaban siempre— sus valores y su patriotismo. Se sentía obligado a mantener un diálogo constante con Felipe González, que acudía a La Moncloa con tanta frecuencia que incluso los colaboradores de Calvo-Sotelo bromeaban sobre cómo el Palacio se estaba convirtiendo en una especie de escuela en la que aprender a afrontar las más grandes responsabilidades de un país, las de España.

SU MUJER, EL ANTÍDOTO . Alguien que trabajó junto a Calvo-Sotelo explica: «Pilar [su esposa] fue un antídoto contra el síndrome de La Moncloa. Pilar y los chicos. Formaban una familia de costumbres muy sencillas, una familia cristiana, ordenada, muy normal en su forma de vivir, con horarios que se cumplían escrupulosamente antes, durante y después del paso por La Moncloa». Otro miembro de su equipo —ministro—, que conocía a Calvo-Sotelo desde mucho tiempo antes de formar parte de su Gobierno, cuenta: «Cuando un hombre llega a la Presidencia del Gobierno, por muy sólida que sea su formación, por muy bien puesta que tenga la cabeza, levita. Creo que Leopoldo fue una excepción, o levitó menos, y en eso tuvo mucho que ver su carácter, su austeridad, además de ser un hombre con una biografía importante antes de ser presidente. Pero tuvo otro elemento más a su favor: su mujer. Pilar era hija de un ministro de Franco. Por tanto, Pilar estaba habituada a tratar con la gente más destacada y para ella era completamente normal la parafernalia del poder».

«ES HIJO DE VIUDA» . Calvo-Sotelo era un maniático de la austeridad, que no es virtud común entre los que se incluyen en esta categoría. Ponía mala cara cuando alguien en La Moncloa pedía un coche oficial, y se fijaba en los canapés que se servían al finalizar el Consejo de Ministros, como si dispusiera de una máquina calculadora en los ojos. Algún trabajador de La Moncloa llegó a decir: «Se nota que es hijo de viuda. ¡Qué austeridad». Tampoco cayó en un defecto que suele verse en los más poderosos: el nepotismo o el amiguismo. Incluso hubo algún diplomático que temió ver torcida su carrera por el simple hecho de ser amigo del presidente.

FELIPE GONZÁLEZ

Al final, no era aconsejable fiarse de su palabra, y eso le distanció de Alfonso Guerra

Felipe González siempre fue un hombre cordial, dialogante, extrovertido, pero al final de su mandato no era aconsejable fiarse excesivamente de su palabra, pues se movía con absoluta naturalidad en el engaño. Un engaño que llegó a considerar normal en un presidente, como si el hecho de «saber» le permitiera manejar la verdad o las promesas a su antojo. Como señala un histórico militante socialista, «esa fue una de las razones por las que se produjo el distanciamiento. Alfonso Guerra daba valor a su palabra, mientras que Felipe siempre tenía la justificación de que no podía cumplirla porque estaba obligado a medir sus consecuencias y a pensar en lo más conveniente para todos los españoles».

CUIDADO CON LAS FORMAS . «Felipe cambió, claro que cambió \[dice uno de sus ministros\], pero tenía que ser así, mal asunto si no cambiaba. Asumió desde el principio que él representaba a España, que era la imagen de España en el exterior y, por tanto, estaba obligado a cuidar las formas, los detalles. Empezó a usar trajes que antes se resistía a ponerse, consideró normal ponerse chaqué o frac. Recuerdo que cuando vi en televisión su primer acto militar en El Goloso me quedé de una pieza cuando salió del coche con aquel abrigo azul oscuro impecable [...] Hubo una misa que siguió con respeto».

JOSÉ MARÍA AZNAR

Rato, Arenas y Mayor dedujeron que hasta ese momento Rajoy no supo que era el elegido

A Rodrigo Rato, Javier Arenas, Jaime Mayor Oreja y Mariano Rajoy los citó para al morzar al día siguiente en La Moncloa. Los cuatro pensaron que durante aquel almuerzo Aznar les comunicaría el nombre del candidato y, de hecho, así fue. […] Cuando el presidente se unió al grupo, dijo: «Ha sido la decisión más difícil que he tenido que tomar en mi vida política», y anunció que el candidato era Mariano Rajoy, a quien hizo un gesto para que se dirigiera a sus compañeros. Pero Rajoy permaneció callado, porque prefería que siguiera hablando el presidente. Rato, Arenas y Mayor Oreja le expresaron su enhorabuena y le dijeron que contara con su colaboración y con su apoyo. Pasaron a comer, pero antes Rajoy se disculpó para hablar un momento con su mujer: no quería que «Viri» se enterase de la noticia por los medios de comunicación. Entonces fue cuando sus compañeros dedujeron que tampoco él había sabido hasta aquel momento que era el elegido.

UNA SEÑORA LLAMADA BIRULÉS . Su hermetismo era proverbial, sus colaboradores incluso hacían chistes sobre la forma en que el presidente se movía cuando preparaba una crisis de Gobierno, pues no se enteraba nadie. En 2000, uno de sus ayudantes recibió una llamada desde la cabina de seguidad que se encuentra a la entrada de La Moncloa: «Hay aquí una señora que se llama Anna Birulés —futura ministra de Ciencia y tecnología—, que dice que tiene una cita con el presidente. No figura en la lista de visitantes». Aznar no había dicho una palabra a ninguno de los dirigentes del partido, a ninguno de sus compañeros de Gobierno, pero tampoco a sus ayudantes; ni siquiera a su secretaria, Milagros, que había dado muestras durante años de ser una persona con discreción a prueba de bombas. A Aznar le gustaban este tipo de cosas. Le servían como recordatorio constante a «los otros» de que era él, el presidente, quien disponía de una información exclusiva que los demás no poseían.

VIAJE CON EL CANCILLER . A las pocas semanas de alcanzar la Presidencia, realizó un viaje a Alemania invitado por Helmut Kohl, muy amigo de Felipe González, a pesar de que Kohl pertenecía al partido conservador (CDU). El canciller trató a Aznar con la máxima cortesía y deferencia, como contó un entusiasmado Aznar a un grupo de periodistas a quienes invitó a almorzar en La Moncloa a los pocos días de su viaje. Les explicó que Kohl le llevó a su pueblo natal, que visitó la escuela donde había estudiado de pequeño, que lo paseó por los lugares de su infancia y que le conducía de un escenario a otro llamándole José por aquí, José por allá, demostrándole un afecto muy especial. Uno de los periodistas le preguntó al presidente si él le llamaba canciller, y Aznar respondió que no, que le llamaba Helmut, puesto se trataban como amigos. El periodista siguió preguntando: «¿Cómo se entendían, en qué idioma?». Aznar no lo dudó un instante: «Con traductores, porque Helmut solo habla alemán». Todos los comensales callaron. Por aquel entonces Aznar únicamente hablaba español y no fue hasta mucho más tarde cuando aprendió inglés. Semejante afirmación incitó a pensar a alguno de los invitados al almuerzo que Aznar empezaba a sufrir los primeros síntomas del síndrome monclovita: no reconocer jamás un fallo, un déficit de formación o un error de percepción.

«NO»... Y SIGUIÓ ESCRIBIENDO . Santiago López Valdivielso, al que Aznar nombró director general de la Guardia Civil, cuando llevaba ya siete años en el cargo decidió que quería dejar el puesto y pidió reunirse con el presidente, que le recibió en La Moncloa. Le saludó con afecto, y Aznar se puso a escribir mientras escuchaba a su colaborador y también amigo. Valdivielso fue muy directo: «He venido a verte porque creo que sería conveniente mi relevo… Quiero dimitir». Aznar, sin levantar la vista del papel, dijo: «No». Y siguió escribiendo. Fin de la historia. […] A quienes trabajaban con Aznar en La Moncloa no les sorprendió el relato. Todos sabían perfectamente que el presidente tenía su propio guión sobre cómo gestionar el Gobierno y los distintos nombramientos, y en ese momento «no tocaba» cambiar al director de la Guardia Civil. Y no había más que hablar.

LEER CHISTES COMO UN DISCURSO . Todos los años, al filo de la Navidad, el ex presidente acude a un almuerzo con el grupo de personas que estuvieron más cerca de él durante sus años como presidente de Castilla y León, como líder de la oposición y como presidente del Gobierno [...] Todos cuentan chistes y chanzas, todos salvo Aznar, que es un pésimo contador de chistes —aunque le encantan, sobre todo los machistas y a menudo soeces— y del que se ríen sus antiguos colaboradores precisamente porque es incapaz de aportar una historia divertida a la reunión. Hasta que en 2008, ante la sorpresa de todos, sacó de una carpeta unos cuantos folios y se puso a leer los chistes que llevaba escritos. Su voz era completamente monocorde, no mostraba ni pizca de humor, el timbre plano [...] Todos se reían a carcajadas, sin escuchar, mientras Aznar pasaba tan contento las hojas, convencido de que, al fin, había triunfado con unos chistes excepcionales.

JOSÉ LUIS R. ZAPATERO

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No concretó quién sería ministro del Interior... jugó 25 minutos con Rubalcaba y Blanco

José Bono decidió marcharse del Gobierno en abril de 2006 [...] Antes de que se celebrase el último Consejo de Ministros al que el manchego asistiría, Zapatero convocó en su despacho a José Blanco y Alfredo Pérez Rubalcaba. Les informó de que había aceptado la dimisión de Bono y les dijo que iba a hacer una remodelación de Gobierno y situar a José Antonio Alonso en Defensa. Durante 25 minutos les dio a entender que contaba con ellos para el Ministerio del Interior, pero sin concretar cuál de los dos ocuparía el cargo. Era evidente para ambos que la decisión la tenía tomada, pero Zapatero no quiso sacarles de dudas, evidentemente con la intención de dejar claro quién mandaba en el Gobierno y de jugar con sus nervios. Tanto Rubalcaba como Blanco los tienen de acero, así que se controlaron y no preguntaron quién era el elegido. Al final, el presidente indicó que era Rubalcaba.

«SU NIVEL DE DIVISMO ERA FUERTE» . En la primera época como secretario general, además de aprender el oficio, mantuvo una actitud que sorprendió a quienes llevaban muchos años trabajando en el partido: en lugar de crear equipo, de fortalecer el grupo del que formaban parte sus colaboradores más cercanos, no dudó en provocar disensiones entre ellos. Por ejemplo, fomentó la confusión entre José Blanco y Jesús Caldera al no definir con claridad qué esperaba de cada uno de ellos y cuáles eran sus atribuciones, lo que provocó más de un roce innecesario entre dos de las personas que más habían colaborado en su triunfo y que, además, disponían de mentes políticas bien estructuradas. Esa actitud se agudizó cuando llegó a la Presidencia y tuvo despacho y vivienda en La Moncloa, hasta el punto de que uno de sus hombres más cercanos no dudó en decirle a los pocos meses: «Tienes actitudes de prepotencia que Felipe y Aznar solo tuvieron cuando llevaban años en el Gobierno». Este mismo colaborador, recordando aquellos primeros tiempos en La Moncloa, comenta: «Su nivel de divismo al llegar a Moncloa era muy fuerte, aunque creo que ese divismo apareció con fuerza al poco tiempo de ser elegido secretario general».

UN RETRATO POCO AMABLE . «Felipe te mandaba a la calle con un abrazo tan fuerte y unas palabras tan sentidas que parecía que te hacía un favor», cuenta uno de sus ex ministros. A Zapatero le ha faltado esa calidez a la hora de las despedidas. Y la mayoría de sus ex ministros cuenta que, una vez fuera del Gobierno, nunca han vuelto a recibir una llamada del presidente. [...] El retrato que hicieron de Zapatero no fue precisamente amable: dibujaban un personaje arrogante que variaba de criterio y se enfadaba con quienes no le seguían el ritmo, que cambiaba en función de lo que convenía en cada ocasión, y que se encaprichaba con personas a las que demostraba abiertamente su favoritismo para, poco después, retirarles su apoyo y ni siquiera responder a sus llamadas, aunque fueran ministros de su propio Gobierno.

TODO EL FERRY PARA DOS . Agosto de 2008. Dos hombres de paisano indican [a un matrimonio y dos pescadores en una de las playas del Parque de Doñana] que no pueden coger el barco, porque lo necesita el presidente del Gobierno para trasladarse a Sanlúcar, y le piden a una mujer con dos niños que llegaba en el ferry que, por favor, desembarque. [...] Mientras el grupo discute con los guardias, llega un jeep en el que viajan Zapatero y su mujer. El grupo se acerca al presidente, trata de llamar su atención y gritan que se les permita subir. El jeep no se detiene y no obtienen respuesta. El matrimonio Zapatero sube al barco, que les lleva, solo a ellos, hasta Sanlúcar. Cuando regresa una hora más tarde para recoger al indignado grupo, el encargado de la embarcación les dice que no pudo hacer otra cosa, que se encontró entre la espada y la pared... Pero se le escapa la frase: «Esto con Felipe no habría ocurrido nunca».

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