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El paseo de la Castellana tal como era

Un libro recorre los antiguos palacios del principal eje de la ciudad, de los que un 80 por ciento han desaparecido

SARA MEDIALDEA

Los paseos de la Castellana, del Prado y de Recoletos nacieron como una vía amplia, ajardinada y dedicada al esparcimiento público. Pronto se convirtieron en un lugar de moda donde las clases pudientes decidieron vivir. Se construyeron decenas de palacios, pero a día de hoy el 80 por ciento de ellos han desaparecido. Sólo queda su recuerdo en las retinas de los más mayores y en algunas fotos que ya se tiñen de sepia.

Pero la memoria es un músculo que precisa entrenamiento, y para ello, se ha publicado «Palacios de la Castellana», de Ignacio González-Varas, editado por Turner y patrocinado por la Fundación Rafael del Pino, Bankinter y Omega Capital. Una joya en 300 páginas, con estupendas fotografías, algunas de las cuales salen del Archivo Histórico de ABC.

Desde el Hipódromo de la Castellana —poco más arriba de la plaza del doctor Marañón— al palacio del Marqués de Alcañices —derribado y sobre cuyo solar se construyó el Banco de España—, el libro recorre gráfica e históricamente cada uno de estos hitos arquitectónicos. Alguno aún se mantiene, con un cierto aire retador.

Historia en sus muros

Pío Baroja escribía en 1940 un artículo en La Nación de Buenos Aires, en el que hablaba de estos palacios, «prácticamente desaparecidos» por «un proceso económico fatal e ineludible», a pesar de que «media historia de España contemporánea puede decirse escrita dentro de sus muros».

Baroja hablaba con clarividencia: la situación empeoró y muchos de estos palacios, según recoge el libro de González-Varas, fueron derribados un poco después, en las décadas de los 50, 60 y 70. Se contabilizan más de 50 palacetes entre los paseos de la Castellana, Recoletos y el Prado, de los que ahora apenas quedan ocho en pie.

En el prólogo, Antón Capitel recuerda cómo se gestó este eje, «una misma calle con tres nombres distintos», que pasó de vaguada a lugar de esparcimiento de la alta burguesía gracias a la feliz idea del Conde de Arnada de crear el «Salón del Prado», en 1763.

Una vez hecho, la zona se revalorizó, comenzaron a levantarse palacios particulares, como el de Buenavista, hoy Cuartel General del Ejército, en Cibeles; o el de Villahermosa, en Neptuno, luego edificio del Banco Coca y al final Museo Thyssen-Bornemisza.

Pero el avance de los tiempos, el desarrollo de Madrid y los intereses de todo tipo entraron a saco en la zona y terminaron con un estilo de arquitectura que era también un estilo de vida. Los palacetes exentos con jardines que consiguieron sobrevivir lo hicieron compartiendo espacio con edificios de más altura, que «enterraban» en vida a las casas señoriales. Eso, en los casos en que no desaparecieron, derribados para ser sustituidos por novedades como las Torres de Colón.

Antiguo hipódromo

En la parte ahora media —entonces final— del paseo de la Castellana, estaba el hipódromo, construido según proyecto del ingeniero Francisco Boquerín e inaugurado el 31 de enero de 1878, en presencia de los reyes Alfonso XII y María Cristina. Hasta 1932 pervivió en la zona, y atraía a muchos aristócratas que, además, residían en alguno de los palacios de las proximidades. Fue demolido para construir en su lugar los Nuevos Ministerios.

Desapareció el Palacio Xifré —paseo del Prado 18-20—, de arquitectura neoárabe. Y el del duque de Medinaceli —plaza de las Cortes, 7—, sobre cuyo solar se construyó el Hotel Palace.

Algunos de los ausentes tienen detrás historias románticas, como el palacio del Marqués de Casa Riera —frente al Círculo de Bellas Artes—, en cuyos jardines se dice que murieron un hombre atravesado por una espada y una misteriosa y bella mujer vestida de blanco. El marqués mandó plantar un ciprés y juró que mientras no se secase ese árbol, el jardín permanecería abandonado y el palacio deshabitado.

Una de las grandes pérdidas fue el palacio del duque de Uceda-Medinaceli, en la plaza de Colón. Y entre Serrano y Castellana existía una calle de recorrido serpenteante, llamada Martínez de la Rosa pero conocida por todos como «la calle de la S». La ocupaban varios hoteles-palacetes con fachada a la Castellana —entre el número 36 y el 44— , que sucumbieron todos a la piqueta. En uno de ellos vivió el conde de Romanones. En otro, doña Adela de Larra, hija de Mariano José.

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