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«Perdidos» no acaba el lunes (contiene «spoilers»)

«Perdidos» no acaba el lunes (contiene «spoilers»)

Mucho antes de que las redes sociales se articularan y extendieran a través de internet, la pertenencia a una comunidad venía determinada por la pinta, primero integral, años sesenta, y luego, mucho más llevadera, reducida a una pieza todavía infravalorada por su aportación a la mamarrachada tribal de finales del siglo XX: la camiseta o, en el lenguaje de los que saben lo que es y vale un «spoiler», la «t shirt», aún vigente. De más a menos, ese proceso de depuración formal toca techo de forma provisional con las posibilidades que brinda la red para mantener y desarrollar de forma anónima y respetable una afición desmedida y fanática por un producto cultural o de ocio, tanto monta. Lo de «Lost» es, en este sentido, para cerrar la puerta y soltar a los perros.

De la misma manera que en la antigüedad resultaba muy fácil cogerle manía a ciertas bandas de rock por la actitud excesiva y pasada de rosca de sus respectivas parroquias de fieles, cuyo intolerable exhibicionismo repercutía en los propios artistas, «Perdidos» ha sufrido el movimiento reactivo de quienes desde un principio decidieron mantener las distancias respecto a un fenómeno de idolatría -sólo visible para abonados a internet, aunque en el Rastro vendieran camisetas piratas de Dharma - absolutamente impresentable. De la misma manera que una persona con dignidad y amor propio no puede leer un tebeo manga por el rechazo que le provoca la espernible y ridícula plástica que identifica a los seguidores de este fenómeno editorial, un espectador como Dios manda se borra de «Perdidos» en cuanto percibe que la serie de la ABC es el común denominador de una secta , más o menos amplia, a la que hay que darle de comer tan a parte que conviene quedarse en tierra. En la isla de «Perdidos», como en la del anuncio, tampoco hay Mahou .

Lo ocurrido con «Perdidos», esa vida alternativa y alucinada que la serie desarrolla en internet, no es más que la versión corregida, aumentada y globalizada de lo que sucedió hace ahora diez años con la primera edición de «Gran Hermano» , rentabilizada en España por una cadena, Telecinco, que entonces logró retener y explotar por todas las vías posibles, hasta chicles hicieron, de su gallina de los huevos de oro, sin temor a que los espectadores, en aquella época sin conexión a la banda ancha, perdieran el hilo de la narración oficial y le montaran una carpa a sus espaldas. «Gran Hermano», como luego «OT» , tuvo una revistucha oficial para satisfacer la demanda de contenidos de sus fieles. Esos formatos, sin embargo, sólo existen ya en el segmento infantil del público: hubo una revista de «Los Lunnis» y ahora acaba de salir su sustituta, «Clan», para el sector de las guarderías. En cuanto crecen, los niños de ahora cierran la revista, se conectan a internet y te montan la de «Perdidos», pero a escala.

Los productores de «Perdidos» tuvieron el acierto de seducir con su variado repertorio de misterios y cultismos a los aficionados a las tramas conspirativas, las novelas de Tolkien , los muñequitos, los juegos de rol , los blogs y cuatro tonterías más para adolescentes, gente muy dañina, sobra decirlo, delante de un teclado. Lo que sucede en la tele, y las pobres cifras registradas por la Cuatro confirman esta crisis, es lo de menos para una audiencia decidida a dejar de serlo para transformarse en productora de su propio entretenimiento, aunque sea condicionado por una señal tan poderosa como la de «Lost». Cualquier cosa, por infame que sea, tiene hoy desarrollo en internet, más aún si la dan por la tele y, encima, la jalea un grupo pionero en organizar carnavaladas en red. «Perdidos» no es una excepción. Tampoco la primera en contar con su clac de blogueros y foreros. Lo que distingue a la serie de la ABC es el cebo utilizado para atraer a millones de internautas de todo el mundo: un crucigrama trazado al margen de los conflictos habituales en los folletines de largo recorrido, cuyas casillas en blanco se mueven como un cubo de Rubik y que desafía a un público predispuesto a aceptar el reto de sus guionistas. Esto lo ha intentado en España el equipo de «Los hombres de Paco» y le ha salido una españolada de dos yemas.

Al margen de su carácter sectario y retroalimentario, el fenómeno extratelevisivo de «Perdidos» tiene la virtud de caracterizar, a modo de guía y manual, el modelo de la comunicación actual, en el que intervienen rumores, fantasías, desapego a una realidad previamente inducida, sensacionalismo, globalización, desahogo e indocumentación. Después de todo, lo que más miedo da de «Perdidos» no es la gente que se mete en internet para darle volumen a la serie, sino la gigantesca y compleja estructura parainformativa montada para distraerse y, de paso, contaminar a unos medios tradicionales que no saben dónde van, ni con quién. Cuando el próximo lunes termine el relato de la ABC, a ver a qué se dedica toda esa charpa y quién le hace caso.

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