«Lost», ¿temporada perdida?
Cuando la huelga de guionistas en Estados Unidos paralizó al menos un par de industrias (“Perdidos” iba por la cuarta temporada), el equipo de guionistas de J.J. Abrams ganó un tiempo precioso para reconsiderar el rumbo de la serie “que cambió la televisión”. Después ... de dos temporadas espectaculares y de un lento declive que nos hacía presagiar un final estilo “Twin Peaks” (he podido ver la serie de David Lynch hace poco, por cierto, y creo que no ha superado del todo la prueba del tiempo), “Lost” remontó el vuelo. Con sus perdonables incongruencias, volvió a ilusionar, atrapó de nuevo la atención del espectador, no sólo de los fanáticos más entregados. Bendita huelga.
La pregunta clave para entender el arco central de “Lost” se ha formulado repetidas veces sin llegar a una conclusión clara: ¿lo tienen todo pensado desde el principio o improvisan sobre la marcha? Si la opción A es la correcta, ¿hasta dónde abarca ese todo? La opción B parece la respuesta ganadora a tenor de lo ocurrido en la sexta y última temporada. La primera mitad del año ha sido –y esto, como casi todo, es opinable- un desperdicio completo. Todos empezamos con la ilusión renovada de asistir a un final que cerrara de forma espectacular un abanico de dudas, temores e interrogantes. Ilusiones vanas.
¿Qué nos importan los locos de la secta esa que habitaba el templo maldito? ¿Cabe peor personaje que el loco aquel que se negaba a hablar en inglés porque no le gustaba el sabor que dejaba en su boca? Mientras esperábamos averiguar cómo narices se mueve una isla, por ejemplo, o el sentido de los “números chungos” como anticipo a “la gran respuesta”, los guionistas habían optado por ridículas maniobras de distracción que sólo conducían a nuevas preguntas por las que esta vez no sentíamos ni curiosidad.
“Lost” quedó así encallada en la peor situación posible para cualquier narración: habían conseguido que nos importara un pimiento lo que sucediera a continuación. Con los protagonistas principales convertidos en comparsas, con una isla que parecía Times Square o la Puerta del Sol, con la proliferación descontrolada de tribus semiurbanas (creo que hemos llegado a ver a los otros de los otros de los otros; sólo les ha faltado irse de picnic) admito que estuve a punto de arrojar la toalla. ¿Cinco años de “trabajo” para nada? Eran horas y horas de grabaciones, del VHS al iPlus pasando por el disco duro grabador, para no asistir al final de una historia a la deriva. Demasiado triste.
Pero ocurrió el milagro. Sin huelga ni descanso alguna mente preclara enderezó el rumbo y llevamos unos pocos capítulos en los que, pese a no recuperar el asombro de los primeros tiempos, al menos vemos una salida al túnel, vuelve a interesarnos el destino de Kate, Jack, Sawyer y Hugo, mientras que Ben Linus y Locke regresan a nuestra alineación favorita de personajes históricos. Si no la pifian, a poco que se hayan currado (o previsto) el final, cuando veamos por última vez la carátula más cutre que ha dado nunca la televisión de calidad no nos sentiremos irremediablemente perdidos. Eso sí, empezará a anidar en nuestros corazones la nostalgia. Ojalá sea ese el peor sentimiento al que demos cobijo.
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