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El Dios poético de Juan Ramón Jiménez

FRUTO de la investigación que llevamos a cabo en la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez, en la Universidad de San Juan de Puerto Rico, recinto de Río Piedras, en nuestro primer viaje a esa isla que el poeta llamó isla de la simpatía, en marzo de 2007, fue la reciente edición crítica y facsimilar, publicada por la editorial AKAL en enero de este mismo año, del poemario Dios deseado y deseante (Animal de fondo), cumbre, junto con el poema en prosa Espacio, de toda su obra anterior y síntesis al tiempo de toda ella. En principio, componían este libro exento, completo y solo, 58 poemas, todo el verso y toda la prosa del tema de dios, con los aforismos de su época; no los anteriores jenerales sobre Dios, que irán en otro libro, como así lo expresara el poeta en uno de sus innumerables esquemas de ordenación general de su obra. En esos mismos esquemas pudimos corroborar que el número de poemas que debía componer el poemario -según la voluntad del poeta- quedó reducido, al final, a unos sesenta como máximo, como así lo pusimos de manifiesto en la Historia crítica del texto, incluida en nuestra edición. Cierto es que, en 1953, habla Juan Ramón de 90 poemas (carta a Max Aub del 20 de febrero) y a Ricardo Gullón de 80 (conversación del 17 de diciembre de ese mismo año), pero es sabido que, en la reorganización de su obra escrita en América, redistribuye los poemas entre los distintos libros escritos en el exilio. Por ello, los últimos esquemas de reordenación de su obra nos señalan lo que ya en carta a Lysandro Galtier, desde su hogar en Riverdale (USA), el 5 de noviembre de 1949, afirmaba: que el número de poemas que debía componer el poemario era de 57. Posteriormente, Arturo del Villar publicó, en el volumen 26, número 72 (julio-septiembre de 1996), un nuevo poema inédito, Tanto como a la tuya, recogido en nuestra edición; publicación y hallazgo que se debió a D. Francisco Hernández-Pinzón, al que desde aquí queremos ahora nosotros enviar un mensaje -también para su familia- de ánimo, cariño, gratitud y reconocimiento en estos momentos de lucha en su larga enfermedad. Por último, y como así lo decimos en nuestra repetida edición de Dios deseado y deseante (Animal de fondo), poco días antes de que ésta se cerrara hallamos un nuevo poema inédito, Hasta tu nombre, que durante mucho tiempo, en la fase de investigación, se nos pasó inadvertido. En total 59 poemas, lo que se aproxima a esos últimos esquemas en los que el propio poeta señala 60 poemas como máximo. Límite que vemos ahora alcanzado --¿acaso de modo definitivo?- con este nuevo hallazgo.

El poema que ahora aquí damos, rigurosamente inédito, tiene también una pequeña historia. Antes de viajar a Puerto Rico en marzo de 2007, tuvimos ocasión de verlo en el Archivo familiar de los Herederos del poeta. No obstante, y dado que aparecía en una borrosa fotocopia que estaba encabezada por un equívoco escrito y seguida de varios aforismos sobre Dios, dudamos de su autenticidad, aunque sabíamos que probablemente había sido fotocopiado en Puerto Rico por don Francisco Hernández-Pinzón, y decidimos no darlo en nuestra edición salvo que encontráramos el original en los Archivos de la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez y pudiéramos de este modo certificar su autenticidad. Desgraciadamente, no fue así, y el poema continuó inédito. Recientemente, en la primera quincena de este mismo mes de junio, hemos viajado nuevamente a Puerto Rico para la preparación de tres proyectos nuevos que nos hemos propuesto culminar a lo largo del año, y, entre los miles de papeles allí existentes, hallamos, por puro azar, el original de este poema, guardado en el cartapacio J-1 133 (6), clasificado como Espacio. Poesía en América. El poema se halla distribuido en 7 papelitos (números 82 a 88, ambos inclusive), de 6,5 x 5 cm., mecanografiado con correcciones del poeta a mano, sin anotación alguna y sin título. Por la letra de dichas correcciones, clase de papel, tipo de máquina de escribir, etcétera, situamos la copia hacia 1953 ó 1954, aunque desconocemos la fecha exacta de su composición. Con este poema se completan los 60 que indican diversos esquemas, de los que ya hemos hablado. Su pertenencia a Dios deseado y deseante (Animal de fondo), queda, por su temática, absolutamente confirmada.

El poema, de gran belleza, alcanza sin embargo un valor excepcional justamente por su contenido. Muchas de las interpretaciones del llamado dios juanramoniano quedan, con este poema, desacreditadas. Ello nos ofrece, a nuestro parecer, no sólo una extraordinaria clarificación de la idea de Dios en Juan Ramón Jiménez, tan debatida por los especialistas, idea que, por otra parte, nos reafirma en la interpretación que en nuestra edición dimos de ella tanto en la Introducción general como en los comentarios a cada uno de los poemas, sino que, además, exige, con cierta urgencia, un estudio completo, sistemático y definitivo sobre la idea de dios en nuestro poeta.

De un dios (con minúscula) del venir a un Dios (con mayúscula) en tierra de llegada: el cierre del círculo de la inmanencia, título que hemos dado a la presentación de este poema inédito. Lo inmanente, necesariamente definido como lo de suyo cerrado, como aquello que conforma íntimamente a todo ser vivo y que no puede ser pensado, expresado o representado (que sólo adivinamos en la mirada del animal, en expresión de Rilke), para poder(se) afirmar a sí mismo, (ser lo que es), pura cerrazón, necesita abrir(se) a lo que él nunca es, y en ese abrir(se), el hombre, único ser vivo capaz de reconocerse a sí mismo, se trasciende, es decir, se yergue en la luz, se reconoce siendo, pero para completarse en lo que (íntimamente) es, debe retornar a su inmanencia. Una tras-ascendencia que exige una tras-descendencia. En ese tras-descender, se completa en sí mismo en lo que él es, justamente un destino, es decir, ser en plenitud aquello que ya desde siempre se es. Sólo de este modo en efecto se cierra el círculo de la inmanencia. El Dios que el poeta asumió, por compromiso y tradición, en la niñez de su Moguer de España, ese Dios (con mayúscula) que le tiende un puente hacia una nueva desnudez, expresado vivamente en su libro Bonanza, es hallado al fin, en el exilio, como dios del venir, ese dios (con minúscula) que supone, desde la óptica de una desnudez que adelgaza de todo hecho y de toda representación, y que quiere recoger, allí donde el lenguaje bordea el ámbito de lo inexpresable, el simple acontecer, ese acontecer en el que el hombre y dios hallan mutua residencia, hogar compartido en la intimidad del ser pleno -y solo-, ese dios, lleno de inocencia primera, supone en efecto el retorno, por mor de la realización de una inmanencia siempre presente en él, a la inocencia de aquella niñez, de la del niñodiós que una vez fue en su Moguer de España, y dios (con minúscula) y Dios (con mayúscula) celebran ahí su encuentro. Todo lo que el poeta reclamó insistentemente como lo suyo de lo suyo propio: amor, Obra, destino, sucesión en belleza de eternidad permanentemente presentida, se resuelve, finalmente, en esa inocencia que la inmanencia -en la claridad de lo inminente- le ha reclamado desde siempre, y va así ahora -dios del venir en Dios de tierra de llegada-, en las penúltimas de su vida, hacia aquello que ya desde siempre le ha pertenecido.

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