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Programas basura

LA fiesta de paseíllos ante las Cámaras permanentes frente a la sede de la Audiencia Nacional en Madrid no se ha acabado con las elecciones habidas en Galicia y el País Vasco. Es una de las formas más modernas que hemos instaurado en nuestro país, desde hace ya años, para la denuncia pública y la liquidación social, en sustitución de la picota. Sigue llegando gente, acosada por becarios mal pagados que se pegan por meterle el micrófono en la boca al maldito. Las preguntas suenan ya como las que espetan otras becarias a los famosos, famosillos y víctimas de aquéllos, en las estaciones de tren, en los aeropuertos o en el propio portal de su casa. «Pero Chiqui, ¿por qué no te reconcilias con Chioni? ¿Juani, eres feliz ahora que Pelu ha dicho que Tati es una puta? ¿Caqui, no te hiere saber que Pupa dice que eres un impotente y que te gustan jugar con niñas? ¿Volverás con Torolu o es un amor imposible?»

Nauseabundo periodismo dirán algunos. Pues los hay que lo superan. Después de los últimos pasos en la interminable historieta judicial de nuestro país -ayer el anuncio de la fiscalía anticorrupción de que no ve indicios contra ningún aforado del Partido Popular-, creo que gran parte de los españoles estarán de acuerdo en que quizás los hooligans de la prensa del corazón son auténticos caballeros y grandes damas comparados con lo que repta por cierta prensa escrita dignificada. Pero la prensa al fin y al cabo es un producto que los ciudadanos aún libres pueden comprar o no, por propia elección. Los quioscos están llenos de publicaciones y si a alguno ya le da vergüenza que le vean con algún periódico que aún insiste en leer, siempre puede comprar una revista pornográfica para ocultarlo cuando pasea.

El problema por tanto es menos de la prensa amarilla o verde o cada vez más chiquilicuatre que de un producto intangible muy importante para la calidad democrática de nuestro estado y nuestra sociedad y que los españoles no podemos elegir. Es un producto tan valioso que de él depende nuestra vida, hacienda y libertad. Puede proteger y hacer el bien en defensa de las víctimas y los ofendidos y de los débiles ante el abuso. Pero puede hundir a individuos inocentes, sembrar discordia y desgracia en sus familias, generar oleadas de difamación impune y finalmente liquidar la confianza y la fe mísma de los individuos en los mecanismos de nuestra organización social. Es la justicia, nada menos. Por eso es una tragedia además de un espanto que miembros de la justicia se comporten como la prensa supuestamente seria y ya definitivamente convertida en panfleto utilitario y mucho peor que los pobres becarios de la encanallada basuraza periodística televisiva. Por eso es además inmensamente peligroso para la democracia que miembros de la justicia en muy altos cargos y con más excelsas ambiciones, compitan con los becarios -y becarias, perdón- en su denodada búsqueda de un lugar al sol y un nuevo favor del poder sin reparar en tropelías o miserias.

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