La escultora del taller
Muchas mujeres trabajaron en los talleres pero nunca serán reconocidas por la historia
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Iniciar sesiónEn el taller de Castillo Lastrucci, el primero que llegaba encendía la luz. Solía ser unos días Pepe el Gubia, de cuyas manos salieron tantas imágenes que después llevaron la firma del maestro, o Julián Cumplido, el sacador de puntos, que vivía por las huertas ... cercanas a la carretera de Carmona. Tanto el uno como el otro así como el resto de oficiales y aprendices se iban para el barro o la madera que dejaron pendientes el día anterior. A muchos les ocurría algo que ni siquiera entre ellos comentaban. Cuando se acercaban a su pieza notaban que aquello estaba mucho mejor que cuando lo dejaron.
En el barro, el modelado había adquirido una suavidad de dulce y en la madera los golpes de Gubia eran tan rápidos y tan claros que en dos toques de martillo se resolvía la belleza de las formas. Nadie decía nada. Todos callaban. Miraban lo que hacía el compañero pero nadie preguntaba. En estos días andaban con un grupo de esculturas encargado por la Hermandad de la Bofetada. Las figuras estaban saliendo tan bien que ni ellos mismos lo daban por cierto. El maestro tampoco.
Por la noche, cuando Pepe el Gubia o Julián Cumplido apagaban la luz y cerraban la puerta, las velas se encendían. En cada banco de trabajo, en cada mesa aparecía el cuerpo etéreo de una mujer vestida de otra época. En el centro se colocaba Luisa, la hija de Roldán, una de las mejores imagineras de la historia que le hacía el trabajo a su padre y después a su marido. Sólo al final firmaba pero por ser mujer no podía ni contratar. Junto a ella otras que modelaron en los obradores más reputados de Sevilla y que nunca serán reconocidas por la historia. Y así, pintoras, doradoras, orfebres, bordadoras, batihojas, tallistas, estofadoras...
En el taller de Castillo de la calle San Vicente cada una dejaba la huella en la pieza que le correspondía. Y todas mejoraban de manera sensible y contundente. El maestro, ocupado ahora con la talla de un Cristo solemne para la Bofetada, bromeaba con los artistas de su taller. «Este modelo de barro está tan bien terminado que parece hecho por una mujer».
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