el rincón de...
Alejandro Muchada: «Demostramos que en el marco de Jerez y con uva Palomino se puede hacer un gran vino blanco»
Es arquitecto, fue cooperante en Marruecos y ahora está asociado con una de las bodegas más afamadas de Francia en caldos biodinámicos. Se ha hecho vinatero en Sanlúcar
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—Cuando iba a estudiar a la Escuelas de Arquitectura ¿vislumbraba qué iba a hacer con su vida?
—Diría que no. Mi ilusión era hacer arquitectura social y ejercer la carrera. Pero uno propone y Dios dispone.
—Una vez terminada la carrera, se ... marchó con una oenegé a Marruecos, de cooperante. Creo que fue una historia edificante ¿no?
—Sí, sí, en todos los sentidos, tanto profesionales como humanos. No solo aprendí de arquitectura y urbanismo, también de valores humanos. Caí en un barrio popular de pescadores que me enseñaron mucho de la vida.
—El caso es que allí aprendió a escuchar a sus clientes, cosa que no resulta siempre fácil conseguir aquí con los arquitectos...
—(Risas) Pues sí, la verdad es que allí hay otra forma de entender la disciplina de la arquitectura y los vecinos participaron en las decisiones principales de cómo organizar su barrio y sus casas.
—El barrio marinero de Larache, Jnane Aztuot, fue todo un máster en su formación. Se reformó el barrio según querían los marineros...
—Le cuento una anécdota: había un consejo de mayores que se convocaba cada vez que había que tomar una decisión sobre la rehabilitación de un barrio con casas de chapas. Como arquitectos veíamos el valor de aquella arquitectura popular. Y queríamos ser respetuosos como su morfología. Pero al preguntarle a los vecinos, sus respuestas fue que querían casas normales, cuadradas como las de cualquier otro habitante de la ciudad.
—¿Qué aprendió en Larache y Tetuán en tres años de cooperante que no aprendiera en la Escuela?
—Aprendí a escuchar a las personas y la sabiduría de los que trabajan la tierra y el mar.
—¿Y humanamente también lo cambió?
—Fue un baño de realidad. La Escuela te enseña la técnica y la vida te da la experiencia.
—El caso es que de allí vino buscando otro camino en la vida. Y se ve en Francia haciendo la vendimia. ¿Quién se le apareció para un cambio tan radical?
—Fue David Leclapart, un viñador de la región de la Champagne, que me enseñó el mundo del vino y de la agricultura biodinámica.
—Que hoy es su socio con bodega y viña en Sanlúcar. ¿Es así?
—Así es. Juntos tenemos la bodega «Muchada-Leclapart» donde trabajamos, de forma muy artesanal y muy respetuosa con el viñedo, para conseguir la máxima calidad. Trabajamos en Sanlúcar de la misma forma que David trabaja en la Champagne.
—Disculpe mi ignorancia: usted hace un vino tranquilo, suena a sedante de farmacia…
—(Risas) Esa es la definición de cualquier vino blanco del mundo que no tiene burbujas. Y en este caso estamos demostrando, que en el marco de Jerez y con uva Palomino en tierra albariza, se puede hacer un gran vino blanco.
—Y los hace teniendo en cuenta influencias planetarias, el ritmo vital de las viñas, una vida en barricas sin química…
—Desde la agricultura biodinámica se promueve alinearse con los ritmos de la naturaleza y buscar soluciones naturales frente a los abonos químicos y los productos artificiales enológicos.
—Insisto: ¿qué tiene que ver la luna, Marte o Júpiter con el vino?
—La agricultura biodinámica parte de la idea de que el mundo vegetal es muy sensible al Cosmos. Aunque suene extraño, los agricultores mayores de Sanlúcar, te hablan de forma natural de la influencia de la luna en las plantas. Y nosotros somos respetuosos con el saber tradicional.
—¿El trabajo artesanal es la herramienta que tiene el campo para no perder oficios manuales y ancestrales?
—Rotundamente sí. Por ejemplo, en el marco de Jerez se está perdiendo la poda tradicional llamada «vara y pulgar», porque se está mecanizando y hay pocos trabajadores que la hagan a mano. Nosotros mantenemos la poda tradicional porque es la que mejor se adapta a la uva Palomino dándole longevidad a las cepas. Es más costoso, pero más respetuoso con el viñedo.
—Europa se lleva regular con el campo. Mandó arrancar viñedos, olivos…¿Qué perdimos con esa severa transformación?
—Perdimos identidad y control sobre nuestro propio territorio.
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